Soy un carroza. Miren si soy carroza que sigo empleando la palabra «carroza» en el año 2022. Les pongo en contexto, antes de entrar en ... materia, para que entiendan que la teta que amamantó mis primeras inquietudes musicales fue el 'Made in Japan' de Deep Purple, un sublime disco en directo de 1972 que me grabó a fuego, bastante antes de haber podido asistir a ninguno, lo que aún hoy entiendo que cabe esperar de un concierto.
Ahora ya tengo las palmas curtidas y, aunque he abrazado otros géneros, mi concepto de la música en directo no ha variado gran cosa. Ni siquiera las actuaciones de primeras figuras de la electrónica como Depeche Mode, Moby o The Prodigy difieren tanto de las de cualquier mito del rock. Los ingredientes son los mismos: una banda, instrumentos, un público y la magia de la interpretación.
Ahora es cuando me inmolo públicamente. Porque tengo que confesar que las imágenes de la última gira de Rosalía actuando sin músicos me han cortocircuitado el cerebro. Sin entrar a valorar su propuesta artística, que me resulta tan ajena como los bailecitos de TikTok, resulta muy llamativo que la artista más mediática de España haya decidido prescindir de banda. El uso de pistas pregrabadas es un recurso habitual en el pop, pero no lo es tanto la desaparición total del apoyo en directo, como si fuera un karaoke o una gala de Nochevieja. Y el caso es que ha colado.
En uno de sus monólogos, Miguel Noguera fantasea con la idea de una delirante gira póstuma de Raphael que, con el artista ya fallecido, consistiera en ir pasándose sus restos para gozar de su tacto. ¡El Cid de Linares! Ya normalizado el uso de bases enlatadas y aceptado que solo importa su divina presencia, me pregunto si lo siguiente para Rosalía será renunciar a toda música y simplemente arrojarse a las masas para ser usada como pelota hinchable de playa. Eso sí que sería un concierto vanguardista.
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