Odio eterno a las personas que lo hacen todo bien. Sí, esas que saben de bricolaje, cocinan de la hostia, te dan una clase magistral ... de Historia e incluso resuelven problemas matemáticos que ni Grigori Perelman. Esa gente que es tan perfecta que da rabia contemplar cómo van acumulando miradas, logros y atenciones allá por donde pisan.
Pero ojo, esa gente no tiene talento. Porque el talento, si se tiene de verdad, solo se puede usar de una forma digna: derrochándolo. Esto se lo leía a Miqui Otero en su novela 'Simón' y no puedo estar más de acuerdo. Para qué quiero un Leo Messi si he conocido a José María Gutiérrez 'Guti'. Para qué quiero ver la perfección, día tras día (mira qué slalom, mira qué golazo de falta) si he visto al mejor centrocampista meter un pase milimetrado mirando al tendido.
Quería cerrar esta columna veraniega haciendo un canto a la vagancia, pero no a esa que nunca obtiene resultados, sino a esa que, una vez cada cierto tiempo, porque el aire sopla de levante o los planetas están alineados, abre una vía nueva. El taconazo a Benzema, pero también Nick Kyrgios despertándose un día diciendo que hoy sí le apetece jugar.
Dadme mayúsculas más grandes para poner los altares que hagan falta a estos genios. Yo considero que no tengo talento, pero que se me dan bien un par de cosas. Lo que también sé es que si pudiera quedarme todos los días de mi vida, desde hoy, tirado en el porche de mi casa de Mazarrón y seguir llevando la vida que llevo, no dudaría en hacerlo.
Pero no es posible, y me toca dedicarme a ese par de cosas que se me dan bien. Pero lo hago a mi manera: peineta a la grada, y cuando yo quiera, apareceré.
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