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Andrés Peláez, en el Mar Menor, donde pasa unos días de descanso. josé maría rodríguez / agm
«Tiendo a la envidia absolutamente malsana, sí»

«Tiendo a la envidia absolutamente malsana, sí»

Andrés Peláez, exdirector del Museo Nacional del Teatro y comisario de exposiciones

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Miércoles, 16 de agosto 2017, 03:08

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Exdirector del Museo Nacional del Teatro, en Almagro, que puso en marcha hace más de 30 años, Andrés Peláez (Murcia, 1946), ha sabido meterse en el bolsillo el aprecio y el respeto de los grandes nombres del mundo de la escena española. Culto e inquieto, le gusta ser libre, así es que difícilmente diría a nadie estas palabras de Ariel en 'La Tempestad': «Vengo a cumplir tu deseo, ya sea volar, nadar, lanzarme al fuego o sobre nube ondulante cabalgar».

  • 1 -¿Un sitio para tomar una cerveza? -El Ventorrillo (Madrid).

  • 2 -¿Un concierto inolvidable? -Los Rolling Stones en el Calderón.

  • 3 -Libro para el verano -'Patria', de F. Aramburu.

  • 4 -¿Qué consejo daría? -Ninguno, no, no, no, no.

  • 5 -¿Su copa preferida? -En buena compañía.

  • 6 -¿Le gustaría ser invisible? -A veces.

  • 7 -¿Un héroe o heroína de ficción? -Todos los de las novelas de Gabriel Miró.

  • 8 -Un epitafio -'Aquí yace una buena persona'.

  • 9 -¿Qué le gustaría ser de mayor? -Feliz.

  • 10 -¿Tiene enemigos? -Supongo que sí.

  • 11 -¿Lo que más detesta? -La mediocridad.

  • 12 -¿Un baño ideal? 12 -A los pies del Monte Athos [en Grecia].

-¿Qué no se le escapa?

-Detecto al vuelo a la gente que tiene mala leche; la mala leche la reconozco bien porque yo también la tengo [risas].

«No diré que soy una obra de arte, pero sí una pieza arqueológica»

-¿Qué tal está?

-Pues mire, para ser ya, no diré yo que una obra de arte, pero sí que una pieza arqueológica, bastante bien. Tenga en cuenta que yo, por mi edad, no soy ya una persona, sino una trayectoria. Fíjese en lo horroroso de la situación: ¡Una trayectoria!

-¿Confiesa que ha vivido?

-Sí, y que lo he pasado muy bien en la vida. Y en ello sigo.

-¿Nostálgico?

-No, no, no. Los domingos suelo cenar en Madrid con un murciano ilustre que es un personaje fantástico, el director de escena Ángel Fernández Montesinos, que nació en 1930. Hablamos mucho, y él suele recordar muchas cosas del pasado. Pero lo hace con mucha alegría, al mismo tiempo que tiene puesta su cabeza en el próximo espectáculo que va a dirigir. Para mí es un ejemplo. Yo también tengo la suerte de haber vivido muchos momentos que son dignos de recordarse, pero no miro al pasado como la niña de 'El exorcista', con la cabeza vuelta hacia atrás, lo hago con la cabeza bien en su sitio. No renuncio a mi biografía, pero a partir de mi jubilación prácticamente vivo al día.

«Un país que es capaz todavía de seguir votando al PP, después de todo lo que hemos visto, hace que te queden pocas esperanzas»

-¿A qué dice 'no'?

-Ahora ya, a trabajar; no quiero trabajar más, empecé a hacerlo con 14 años. Y he dicho que no últimamente a muchos proyectos, aunque no he podido negarme a organizar una gran exposición sobre Francisco Nieva, al que me unía una grandísima amistad. La primera gran donación que se hizo al museo fue la suya, después llegó la de Nuria Espert. Siempre les estaré agradecido.

«Lo he pasado muy bien en la vida. Y en ello sigo»

-¿Qué procura?

-Los años pasan muy rápidos, no es exagerado decir que vuelan, pero yo procuro que los años vengan y se vayan, que no se queden conmigo.

-¿Haciendo qué?

-Manteniendo casi intactas las ganas de vivir y también, muy importante, de estar bien rodeado de buena gente interesante; eso es fundamental, porque la buena gente interesante te hace grata la vida al tiempo que te vas enriqueciendo con sus conocimientos y sus experiencias. Yo todavía me quedo con los ojos como el Dos de Oros escuchando hablar a esas personas que le digo.

-¿De qué ha tenido la suerte?

-De tener grandísimos amigos dentro del mundo teatral; ellos tienen que estar mirando siempre hacia adelante, y yo he aprendido de ellos a hacer lo mismo.

-¿De niño cómo era usted?

-Feo, muy feo. Era una espingarda, delgaducho, muy delgaducho. Y tímido, muy tímido. Era el mayor de siete hermanos, y como era el mayor para todo, eso hacía que, por ejemplo, a mis hermanos les regalasen juguetes y a mí cosas de provecho, como una camiseta. Nunca tuve un tren, ni un caballito..., y eso me hizo ser un niño desdichado. Creo que todo esto influyó en mi posterior afán de coleccionista, y hoy tengo una maravillosa colección de juguetes de los años 30 y 40. Y ese afán de coleccionista también me ha venido muy bien para mi labor en el museo.

-¿Qué tenía a favor?

-Una ilimitada curiosidad. Me gustaba más estar con los mayores, a los que me encantaba escuchar, que con la gente de mi edad. La curiosidad ha sido una de mis grandes virtudes, sí.

-¿Con qué soñaba?

-¡Con viajar por todo el mundo! Y tengo que decirle que, gracias a mi viajes de trabajo, casi lo he logrado. Conozco toda Europa, muchos países de Hispanoamérica, Estados Unidos, el Norte de África...; y siempre han sido viajes muy agradables.

-Usted prolongó tres años más su fecha de jubilación, ¿en qué momento dijo 'hasta aquí'?

-Me quedé tres años más porque me lo pidieron, pero cuando llegó Montserrat Iglesias a la dirección general del Inaem (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música), me pareció una persona de malísima educación y me dije: 'Aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid y vete'.

-¿Qué reconoce?

-Yo tiendo a la envidia absolutamente malsana, sí, porque la envidia nunca es sana, y he hecho verdaderos esfuerzos para contenerla, y que no se desarrollara, porque lo único que me traía era malestar y muy malos rollos. La he combatido con buenas dosis de frialdad.

-Nadie le movió de la dirección del museo en 30 años, ¿cómo lo consiguió usted?

-Siempre me ha acompañado una voluntad férrea encaminada a que el museo tenía que salir bien, ser un éxito, ser apreciado y respetado. Cada vez que venían situaciones tensas, o malos envites, porque los cambios políticos conllevan mucha confusión, yo hacía lo mismo que se hace cuando estás en una calle muy estrecha y va a desfilar por ella un paso de Semana Santa: pegarme muy bien a la pared, meter al máximo el estómago y dejar que la Macarena continúe su camino. Y eso siempre me ha dado buen resultado. La verdad es que he conseguido que mi vida en el museo haya sido siempre una fiesta, sí.

-¿Trabajó como actor?

-Hice un par de cositas, pero era malo; mejor dicho, malísimo. Después, dirigí 'Salomé', de Oscar Wilde, y 'Las ilusiones de las hermanas viajeras', de José Martín Recuerda. Pero también quedó claro que Dios no me llamaba por ese camino, que miró para otro lado y se dijo: 'Bueno, ya se dará cuenta'. Y de lo que me di cuenta fue de que soy buen espectador de teatro.

-¿De qué se arrepiente?

-En lo personal he tenido alguna metedura de pata grave, qué duda cabe de que en temas de corazón; ahí pegué un resbalón grande, del que ya he hecho la digestión. Después de muchos años juntos, me separé de mi marido.

Cataclismo

-Mejor que haya hecho ya la digestión.

-Sí, claro, pero el proceso es doloroso. La vida es así. Algunas coplas lo explican muy bien, porque siempre pasa lo mismo: llega un tercero que lo estropea todo y, normalmente, después se va dejando tras de sí el desastre. El amor siempre es un cataclismo, cuando llega y cuando se va. Lo altera todo, pero hay que reconocer que es lo más importante que nos pasa. También es cierto que la convivencia desgasta mucho, que llega un día en que la relación ya no echa chispas. Regresas de un viaje, entras a tu casa, dejas la maleta, dices 'uy, qué cansado vengo, me voy a acostar', y ahí queda todo. Mi historia no creo sea muy diferente a la de mi tía con su marido, e incluso a la de la madre superiora de las carmelitas.

-¿De qué artista ha aprendido más?

-De Mari Carrillo. Era una fuerza de la naturaleza, pero con los pies muy puestos en la tierra. Recorrimos toda España dando juntos una conferencia. Eran viajes muy graciosos, ella estaba sorda como un demonio y todo lo hablábamos a gritos. En los trenes era un espectáculo vernos y ¡escucharnos!, la gente se acercaba para no perdérselo. Uno de los teatros que más le gustaban era el Romea de Murcia.

-¿Cómo ve usted este país?

-Con mucha preocupación. Es un país que sigue casi enclavado en la época medieval. Un país que es capaz todavía de seguir votando al PP, después de todo lo que hemos visto, y continúa insistiendo en este error, hace que te queden pocas esperanzas. Además, tiene que quedar una cosa muy clara: la Cultura es la señora de la casa y Hacienda es su criada, a ver si se les mete esto en la cabeza a nuestros políticos.

-¿Hay un Más Allá?

-Yo creo que sí. A mí me conviene que así sea, porque me hace seguir ilusionado y estar con vitalidad. Yo no quisiera tener fecha de caducidad. Lo que también espero es que allí haga una temperatura agradable.

-¿De qué se libró?

-Mi padre, que era militar, estaba empeñado en que yo también lo fuese. Sin que él se enterara, estudié Magisterio, aprobé las oposiciones a maestro y me fui nada menos que a Lugo a las campañas de alfabetización. Empecé una nueva vida.

-¿Qué ha sido siempre?

-Una persona muy positiva, seguramente por gandulería. Me viene bien serlo y pensar que todo se va a arreglar. Yo, hasta en la mili me lo pasé del copón. Le caí en gracia a un capitán, me nombró cabo furriel y no supe lo que era manejar un arma, ni desfilar, ni nada. Al lugar donde hice la mili le puse el nombre de España Cañí 18. Cuando juré bandera, iba en el pelotón de los curas y de los maestros, a nuestro aire, como de paseo camino de la cantina [risas].

-¿Qué ha podido comprobar?

-Que la soberbia más la mediocridad hace personas verdaderamente repugnantes, que la incultura en este país sigue siendo un problema, que no se puede vivir acobardado, y que nos sobrevaloramos demasiado a nosotros mismos. Y, por eso, sobrevaloramos también las cosas que nos pasan, haciendo montañas de granos de arena. Así es que lo mejor es valorarnos lo justo, un poquito, y ya está. No hay que pasarse, tampoco se trata de meter el cerdo en casa por el hecho de que nos vuelva locos el jamón.

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