Borrar
Rafael Fuentes 'El Rojo', en el puerto de Cabo de Palos, en Cartagena. A. Salas
Ojos de ultramar

Ojos de ultramar

Propios y extraños ·

Rafael Fuentes 'El Rojo', pescador, marinero de petroleros y cocinero. Un atún le cortó dos dedos. «Las italianas me llamaban bambino porque parecía un niño», no olvida

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Lunes, 21 de agosto 2017, 22:38

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

No piensa Rafael 'El Rojo' en aquel atún de 100 kilos que, de un tirón desesperado a vida o muerte, le arrancó dos dedos en el forcejeo de la captura. «Me hicieron un torniquete para que no me desangrara, pero los dedos cayeron al barco y no los cogimos. No, no pienso en el atún», cuenta el pescador retirado, 85 años de luz en los ojos, cuando se cumplen 30 años de la amputación en aquella lucha cuerpo a cuerpo del pez y el hombre: «Un atún joven de 100 kilos tiene más fiereza que uno de 400 kilos», sabe bien 'El Rojo' porque hubo un tiempo en que a él mismo le corría sangre nueva de relámpagos por las venas, cuando no le torturaban los huesos por salir descalzo a pescar de madrugada. «En los años cincuenta no teníamos ni botas de agua ni nada. Salíamos a pescar en invierno a remo y vela. Íbamos bogando de Cabo de Palos a Portmán y tardábamos más de seis horas, pero había mucho pescado: palometas, salmonetes. He llegado a coger 7.000 kilos de lecha en una semana. Cómo lo echo de menos», recuerda Rafael desde su sombra preferida con cerveza en Cabo de Palos, nunca a más de 10 metros del puerto.

A los seis meses de la llamada a filas, a Rafael lo embarcaron rumbo al Golfo Pérsico en el buque más grande que habían visto sus ojos. «Traíamos crudo a las refinerías de Escombreras. Y así estuve 5 años en los petroleros, pasando por el canal de Suez y parando de vez en cuando en algunos puertos», se dejó el marinero parte del cabello rojo en los vientos de ultramar. Cuando desembarcaba en una orilla del Mediterráneo no sabían si bajaba Long John Silver o un pescador de Cabo de Palos. «En un puerto de África compraba ropas que aquí no se veían. Había una joven morena muy guapa que me ayudaba a escoger», le pestañean de pronto unos ojos en la memoria, esa casa llena de puertas que se abren y cierran cuando quieren. No se le han olvidado a Rafael las juguetonas voces femeninas que lo llamaban bambino «porque parecía un niño», se entretiene el pescador en uno de los portales con una sonrisa ladeada.

  • Quién Rafael Fuentes Raja 'El Rojo'.

  • Qué Pescador y marinero de petroleros.

  • Dónde Cabo de Palos (Cartagena).

  • Gustos El mar y la cocina.

  • ADN Amigable, popular y conversador.

  • Pensamiento «La vida se me ha pasado volando».

Ya tenía un amor que esperaba al pelirrojo cerca del faro. «Era guapa», recuerda a quien perdió hace demasiados años. «Yo iba con los otros niños a asomarnos a la ventana de la escuela. Allí estaba ella. La perseguí desde niña. Cuando fui a hablar con su padre, me dijo: 'Ya te he visto yo las intenciones'», sonríe Rafael. Tuvieron cuatro hijos -solo uno ha seguido el camino del mar- y muchas madrugadas de despedidas. «La mar me ha gustado mucho. Si no te gusta, no es mester que seas pescador. La mar si no te gusta es solo padecer», sentencia quien ha vivido más horas a flote que en tierra firme, donde la vida no era mucho más fácil.

«He llegado a coger 7.000 kilos de lecha en una semana»

«Antes no había luz ni agua. Un hombre venía en borrico a traer agua de La Manga, donde la arena la filtraba y salía agua dulce de un rincón que le llamaban La Gotera», cuenta el pescador, que a falta de cántaros para aclarar la garganta recuerda cómo antes de partir se calentaban el pecho con 'reparos' (vino dulce con coñac) y 'láguenas' (vino dulce con anís) o una simple 'paloma' (anís seco con agua).

Sabía Rafael leer el mar como una partitura: «En la roca donde se hundió el Sirio había mucho pescado. Como no había GPS usábamos las señas de la costa». El viento salado iba haciéndole más chicos los ojos y anchas las redes. «Se me llenaban de gallinetas, chanquetes y bogavantes. Una vez cogí uno de 12 kilos y medio», se le desborda el Astrid de 1975 que ahora ve zarpar sin El Rojo a bordo. Se le hace raro verlo salir de puerto a lo lejos y quedarse en tierra con su marcapasos. Le quedan los amigos y los sabores: «Hago una morena riquísima después de ponerla un poco al sol, o un caldero con morena y congrio, un bonito en escabeche o una raya frita». El mar de Cabo de Palos lo llama de madrugada, pero Rafa ya lo vigila de lejos desde su tertulia en uno de los bares del puerto, y cae en la cuenta: «La vida se me ha pasado volando».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios