El topo
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
A poco veremos a Sánchez con gabardina, apagando un cigarrillo en la suela de su zapato y paseando por los jardines de La Moncloa bajo la lluviaHay un topo, le decían al otro lado del auricular a George Smiley, sentado en su despacho del MI5. Eran los años setenta y la ... guerra se masticaba en el ambiente. Los periódicos hablaban de ataques nucleares inminentes, de gobiernos que se desmoronaban, espías al servicio del enemigo y teléfonos pinchados. Los despachos ministeriales eran franjas de guerra. Se sospechaba de los lapiceros, del guardarropa, de la moqueta de cuadros extendida en el suelo haciendo ligeros pliegues.
Murió John Le Carré y con él la Guerra Fría, que no lo hizo con la caída del Muro de Berlín. La literatura siempre permanece adherida a nosotros aun cuando todo ha acabado. Que se lo digan a Troya. En estos días el tablero parece repetirse, aunque con sus giros grotescos, como lo es toda imitación a la española: observamos una guerra en directo, la estabilidad de Europa pende de un hilo, el país anda a vueltas con su vecino africano y como a George Smiley en 'El topo', le han pinchado el teléfono a medio Gobierno. Al otro medio le hubiese gustado pincharlo.
Los tiempos modernos quieren resucitar las novelas de espías. A poco veremos a Sánchez con gabardina, apagando un cigarrillo en la suela de su zapato y paseando por los jardines de La Moncloa bajo la lluvia. Así lo imaginamos cuando saltó la noticia de que el CNI había espiado a políticos independentistas. Todo un alboroto, oiga, que España quiera defenderse de quienes, precisamente, intentan destruirla. Para hacérselo perdonar, el espía Sánchez invitó a Rufián &ndashel malo de todas las novelas&ndash a sentarse en la comisión de secretos de Estado. Vaya giro de guion. Pero la semana avanzó y el espía también fue espiado. El Gobierno cambió a Le Carré por Austin Powers.
Es un tema serio, qué duda cabe. No quiero hacer escarnio de lo escuchado. Rufián y las malas compañías salieron de la comisión de secretos de Estado con la promesa de no abrir la boca. En la propia escalera del Congreso, con la puerta de la sala aún abierta, Rufián atendía a los medios en hedor de multitudes, desvelando lo indesvelable, las sospechas que la propia directora del CNI había informado por obligación. Trágico papel el de esta funcionaria, teniendo que contar a los enemigos del Estado las debilidades más íntimas, cumpliendo un papel ingrato, como esos agentes abandonados en tierra enemiga para que un político de turno salve el culo. Rutinas de Gobierno de este Godoy fotogénico empeñado en vaciar la historia.
Ahora que sabemos que Sánchez ha sido espiado, cabe hacer una pregunta lícita: ¿quién ha espiado a nuestro presidente? Esta novela exige que se analicen los días en los que su teléfono móvil estuvo pinchado. Según la Abogacía del Estado, entre el 19 y el 31 de mayo de 2021, a través del sistema de espionaje Pegasus, el móvil de Pedro Sánchez fue interceptado. El 18, un día antes, el propio presidente visitó Ceuta, nuestro Berlín particular. Eran los días en los que Marruecos se vestía de vecino infame, capaz de mandar a su población más joven a morir en el mar, entre alambradas y policías nacionales. No como ahora, que se ha convertido en el socio preferente, en el yerno que toda madre española querría tener en casa.
Las sospechas de que hemos sido espiados por Marruecos agudiza una sensación de idiotez supina en relación a nuestro Gobierno. Estos meses atrás han supuesto un ejercicio pedagógico sobre la conveniencia de llegar a acuerdos con el país del Magreb. Se vendió como un éxito la renuncia a la soberanía del Sáhara a cambio de poco más que buenas palabras y una cena de Ramadán. La prensa se inundó de titulares sobre la estabilidad mediterránea y los precios del gas, que no subirían por mero ejercicio de simpatía presidencial. Y ahora descubrimos que, de ser ciertas las informaciones de que Rabat nos estaba espiando, la cena de Ramadán tenía premio (y micrófonos).
No sé qué respuesta dará el Estado español en su conjunto. 2,6 gigas de información robada a Sánchez dan para muchos selfis &ndashque los habrá a borbotones&ndash, pero también para conversaciones e informaciones delicadas en las que la estabilidad de España está en juego. El Estado ha sido desnudado. La indefensión de nuestros organismos ministeriales es el síntoma de un Gobierno sin rumbo. Hoy el Estado se defiende de esta agresión sumando a la causa a Rufián, la infame diputada de Bildu y el representante de la CUP. La situación me recuerda a Giustiniani Longo, el genovés que, huyendo del asedio de Constantinopla por los turcos, dejó una puerta de la ciudad abierta, lo que supuso el final a un Imperio de más de mil años de historia. ¿Tenemos claro qué papel ocupará cada uno llegado el momento?
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