'Jalovuin'
Una fiesta importada que diluye nuestras tradiciones
El mes de noviembre siempre me ha dado un cierto repelús, un cierto temor indefinido, sin que aún haya sabido el cómo y el por ... qué. De niño, no me gustaba que el 1º de noviembre nos pusieran ropa de invierno (me picaba el jersey) para ir al cementerio, visita que me resultaba aburrida pero que respetaba porque advertía cómo mis mayores cumplían con la tradición sinceramente, sintiendo el recuerdo de los fallecidos, en honor de los cuales, y gracias a que se había logrado juntar a la familia, luego del camposanto comíamos unas castañas asadas o algún 'huesecico de santo'.
Ahora va perdiendo fuerza la tradición de visitar los cementerios el día de Todos los Santos. Y me duele. Cada año, a finales de octubre, las calles se llenan de calabazas, disfraces de terror y fiestas temáticas importadas del mundo anglosajón. Halloween (pronúnciese Jalovuin) con su estética de brujas y fantasmas, se ha instalado poco a poco en el calendario de celebraciones. Pero esta creciente aceptación plantea una pregunta incómoda: ¿estamos renunciando a nuestra propia identidad cultural?
España es un país rico en tradiciones relacionadas con la muerte, la memoria y la espiritualidad. Nuestras costumbres han estado siempre marcadas por el respeto, la reflexión y la devoción familiar. Sin embargo, el empuje de la globalización y la influencia mediática han favorecido la expansión de Halloween, convertido en un producto de consumo masivo. Lo que antes era una celebración íntima y espiritual ha sido sustituido por un espectáculo comercial que poco aporta a nuestra identidad cultural.
El problema no es celebrar, sino olvidar lo propio. Halloween puede ser divertido, sí, pero también representa el triunfo de la cultura del entretenimiento sobre la tradición. En muchos pueblos se visitan los cementerios, se adornan las tumbas con flores y se comparte pan de ánimas o huesos de santo.
Frente a la frivolidad de una noche de disfraces, el Día de Todos los Santos ofrece una lección de memoria, respeto y conexión con nuestras raíces. Mantener viva esa tradición no significa rechazar lo nuevo, sino defender lo que nos hace únicos como pueblo.
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