Saltarse la cola
ALGO QUE DECIR ·
No sé si la picaresca es un defecto en exclusiva español o es una tara del alma mezquina y de la condición torcida del hombreMi hija iba a preescolar por entonces y aquella tarde tenía un taller con ella en clase, una suerte de experiencia compartida entre padres e hijos, así que la acompañé de la mano hasta la misma puerta donde ya empezaba a formarse una cola con el resto de sus compañeros y sus progenitores. Entonces la vi adelantarse y situarse la primera frente a la puerta, me miró con cierta picardía y complicidad, pero yo le indiqué que debía volver a su sitio en la fila, que no podía saltársela de una manera impune, aunque fuera acompañada de su padre que, por aquel tiempo, era el marido de una de las profesoras.
Reconozco que le sentó como un tiro y que ya no volvió a hablarme el resto de la tarde con el rencor infantil e irracional propio de la niña malcriada que no era en realidad, que no había sido nunca, porque ni su madre ni yo se lo habíamos permitido.
Asistimos en estas últimas semanas a un reguero de pequeños escándalos, relacionados con el protocolo de vacunación que nos hemos impuesto de la forma más racional y justa. En Murcia y en otras ciudades se suceden los casos, a veces tan palmarios como los de consejeros, alcaldes, altos cargos del ejército y otros etcéteras lamentables que tornan a devolvernos el viejo y podrido espíritu de la picaresca española, que con tanto dolor y tanto brillo literario quedó expresada en uno de los mejores libros de la literatura mundial.
Intentamos saltarnos el protocolo tal vez porque todavía no hemos erradicado del todo de nuestro ADN la pobreza de espíritu, el miedo a lo desconocido y la falta de bizarría para afrontar con firmeza y con honradez lo que nos depara el destino en el lugar que nos corresponde, nosotros que nos envanecemos de pertenecer a una raza y a una cultura de héroes y de mártires, de soldados valerosos y plumas egregias, de conquistadores esforzados y ascetas ejemplares, curtidos en mil batallas, sufridores de una historia de elevadas empresas y aciagos temporales.
Pero a la hora de la verdad colamos de matute un máster que no hemos realizado nosotros o nos colamos sin más en el orden sagrado de los que deben afrontar cada día esta inmisericorde guerra mundial que libramos desde hace un año.
No tengo que recordar que la traición en tiempos de guerra se paga con la pena capital. A los que hicimos la mili así nos lo inculcaron y a los que no, ha sido el cine el que se ha encargado de hacerlo.
Como escribía Machado: «A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito». En el aula, mi trabajo, precisamente he sufrido el contagio de la Covid y he permanecido en casa confinado con todos los síntomas durante casi un mes, solo y a la espera tensa de que la enfermedad evolucionara a peor. He tenido suerte y todo ha acabado bien, pero otros muchos han muerto, han perdido a sus seres queridos o sufren terribles secuelas.
Mientras el enemigo campa a sus anchas por ciudades y pueblos y nos hace la vida muy difícil, unos cuantos aprovechados se saltan el turno de la única esperanza para alcanzar la paz definitiva, y con impunidad absoluta y un descaro obsceno consumen las vacunas que a otros les salvarían la vida, porque están antes en la cola y son prioritarios.
Yo no sé si la picaresca es un defecto en exclusiva español o es una tara del alma mezquina y de la condición torcida del hombre que acaso no erradiquemos nunca, pero mientras llega el remedio a este mal, pongamos coto a la pillería de unos cuantos y controlemos el remedio que nos salvará a muchos en unos pocos meses y para siempre.