Parar después de saber de lo que eres capaz
Lo más difícil, una vez que cruzas la línea, es resistir la tentación
Los días son ahora más largos, no porque sea verano y en el barrio alguien haya prendido una hoguera y lanzado todos los fuegos artificiales ... disponibles entre guirnaldas y música ligera; ni siquiera porque los anuncios de cerveza hayan vuelto a la televisión para prometernos que ya están a punto de llegar los días en que tendremos el tiempo del que nunca disponemos entre atardeceres que se arrastran y camisas estampadas.
Los días tampoco son más largos hoy porque tarde más en irse el sol que el resto del año. Ya sabemos que eso no es más que el juego con que las estaciones tiran de la manta más corta que existe para hacernos creer que tienen algo de elástico las mismas rígidas 24 horas de siempre.
No, no es por eso. Los días son ahora más largos porque lo dice la NASA y porque nadie parece medir nunca las consecuencias de sus actos. Acaba de constatarlo la agencia espacial: en su búsqueda de más energía eléctrica, China ha acabado por desplazar el eje de la Tierra y modificar como daño colateral la duración de los días de todos.
Su presa de las Tres Gargantas, la más grande jamás construida, ha generado tal desequilibrio de masas que la rotación del planeta se ha ralentizado, y eso, que en principio suena catastrófico, ha tenido una consecuencia tan pequeña como rara. Hoy nos caben 0,06 microsegundos más en cada día respecto a hace 30 años, cuando arrancaron las obras de la descomunal infraestructura. No lo suficiente para que nos demos cuenta, claro, pero sí lo justo para que sepamos que podemos hacerlo, que es peor.
Aquello de Arquímedes, la palanca y el punto de apoyo ha dejado de sonar a hipótesis para parecer una amenaza. Hemos llegado a un momento en que la posibilidad de que una idea mueva el mundo ya no supone una exageración más propia de una sesión de 'coaching', sino una constatación geofísica: lo movimos.
Lo difícil ahora va a ser seguir como si nada y resistir la tentación de tirar de las horas otro poco, que Elon Musk no se entere y piense 'por qué no'. El efecto de saberse capaz de algo no hay quien se lo quite de encima. No se ve, pero se nota, como la tristeza o el olor a gasolina. Eso no dejan de recordárnoslo los líderes de los países mejor armados del mundo, que a veces parece que regaran la tierra de misiles e hicieran hueco a un poco más de espanto en cada día solo porque pueden.
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