Voluntad de Constitución
PRIMERO DE DERECHO ·
El rumbo no puede seguir siendo abundar en el enfrentamiento, sino realizar un esfuerzo por la concordiaLa Constitución de 1978 ha celebrado su cuadragésimo tercer aniversario en un contexto político e institucional bastante deteriorado. No es solo España. El aliento democrático ... que se extendió en los noventa (recordemos la caída del Muro de Berlín, el impulso europeo del Tratado de Maastricht o, dentro de nuestras fronteras, la ilusión colectiva derrochada en las Olimpiadas o en la Expo del 92), cotiza a la baja en nuestros días. Por centrarnos en nuestro entorno, Reino Unido en riesgo de desmembrarse, en EE UU hemos llegado a ver a un señor con cuernos sentado en la presidencia del Congreso como colofón a la presidencia de Trump, y dentro de la Unión Europea la idea de una democracia iliberal (un oxímoron con el que se trata de maquillar la degeneración autocrática) cobra forma en países como Hungría o Polonia.
En España, son dos males especialmente graves los que aquejan a nuestra democracia: la polarización política, cada vez más radicalizada; y la progresiva extensión de usos y prácticas iliberales por el conjunto de los partidos políticos que está degradando el funcionamiento de todo el circuito institucional y del sistema de garantías. Desde la falta de consideración de Gobierno y oposición a las sesiones de control y la aplicación del 'rodillo' parlamentario frente a las minorías; a nombrar a 'soldados' de uno u otro partido como miembros de los órganos constitucionales; pasando porque haya que recordar que quienes gobiernan no pueden desobedecer sentencias judiciales o escándalos como el caso Stampa protagonizado por la Fiscal General, del que podría surgir un caso Dreyfus a la española, como ha advertido el profesor Fernando Jiménez.
Ante esta situación, el riesgo de desmoronamiento del orden constitucional es cada vez más patente. Un sector de la izquierda y del independentismo anhelan ese momento de colapso para impulsar entonces un nuevo momento constituyente. De él dudo que naciera una nueva Constitución de consenso ni más democrática, al contrario. Por la derecha se opta por el inmovilismo y se termina por patrimonializar la Constitución. Se acude a ella como dique, laminando su vocación integradora. Al tiempo que se confía en que el PP vuelva a gobernar aunque sea con el peaje de Vox como compañero. Se obvia que este partido cada vez se siente más cómodo coqueteando con colegas de la órbita iliberal europea y que su proyecto político excluye a la otra mitad de España.
Ambas estrategias creo que llevan al suicidio del régimen del 78. Si el mismo nació como un régimen de concordia que reunía a las dos Españas, perseverar en el frentismo y asumir que no cabe reconciliación ni acuerdo mínimo con los del otro lado, renunciar a reconstruir puentes, es dar por muerto el sentido profundo del 78. Más aún cuando los únicos consensos posibles entre los grandes partidos son conciertos mafiosos para repartirse el botín.
¿Debemos resignarnos? Un grupo de jóvenes constitucionalistas creemos que no, y por ello hemos reclamado virar para consolidar una auténtica 'voluntad de Constitución', que logre que la Constitución sea letra viva. Lo cual se debe traducir en un cambio radical en dos ámbitos: en primer lugar, debemos recuperar la primera virtud liberal-democrática, la tolerancia, para ser capaces de renovar los consensos fundamentales a través del diálogo y la concertación en un momento especialmente complejo. El rumbo no puede seguir siendo abundar en el enfrentamiento, sino realizar un esfuerzo por la concordia. En lugar de impugnar la Transición, deberíamos aprender de lo que fueron capaces nuestros padres y abuelos y del esfuerzo de superar esa España dividida para reunirse en el afán de construir una democracia. Y, en segundo lugar, debemos exigir a todos los actores institucionales, y en particular a los partidos, que actúen con lealtad al espíritu constitucional y abandonen la lógica partitocrática que tan gravemente está erosionando el funcionamiento de nuestra democracia. Para lo cual proponemos abrir un proceso de actualización constitucional que comience por corregir usos políticos perversos, que siga con algunas reformas legislativas clave de signo regenerador y con pactos de Estado en temas básicos (educación, sanidad...), y que termine en una reforma Constitucional para reforzar y relegitimar nuestra actual Constitución.
Habrá quien piense que se trata de una posición ingenua tal y como está el contexto político, y quizá tenga razón. Pero creo que nuestro orden democrático no puede aguantar mucho más esta acelerada degeneración. Miremos menos a Chile o a Hungría y más a Alemania.
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