Réquiem docente
PRIMERO DE DERECHO ·
Se ha fomentado un ecosistema académico cada vez más infantilizado, como prueba la apuesta por la 'gamificación'; en cristiano, enseñar jugandoCrecí en una universidad en la que el estudio era la clave de bóveda que sostenía las funciones que corresponde desarrollar al profesor universitario: había ... que estudiar para luego poder enseñar; y el estudio era el camino para ampliar el conocimiento investigando y para divulgarlo. De hecho, era esa pasión por el estudio la que hacía atractiva la universidad para incorporar a los mejores alumnos a la carrera académica. Sin embargo, observo cómo en la actualidad ha cambiado el paradigma universitario. Se tiende a la burocratización del profesorado y se han generado una serie de incentivos (a mi juicio negativos) que nos dispersan de la que debería ser nuestra ocupación principal, el estudio.
Me preocupa especialmente que hoy día, en relación con la docencia universitaria, se haya impuesto una corriente, mayoritaria al menos a nivel institucional, que entiende que la formación docente se logra siguiendo las doctrinas (casi dogmas) de una cierta pedagogía que pone el acento en habilidades pretendidamente transversales para 'enseñar a enseñar', pasando a ser el conocimiento algo secundario. Además, esta doctrina suele mostrar una notable fascinación por la incorporación de lo tecnológico a la docencia y, aún más, por la 'gamificación'. Buena prueba de ello la encontramos en los objetivos de los proyectos de innovación docente de la Universidad de Murcia: promover «actividades de 'gamificación' en el aula», «uso eficiente de las tecnologías en la docencia», «aprendizaje móvil» o «propuestas de evaluación no presencial», entre otras.
Frente a esta, existe otra corriente académica (en la que me incluyo), que podríamos llamar 'clásica' (por aquello de que atiende menos a modas), que propugna que para ser un buen docente lo primero y principal es estudiar, dominar lo mejor posible la materia propia y cuantas otras colaterales sea posible abarcar. Ello acompañado de una serie de actitudes y de aptitudes que difícilmente se adquieren en cursos. Y es que, como advirtió Gilbert Highet, «la enseñanza es un arte, no una ciencia», que requiere que el profesor conozca «necesariamente su asignatura» y que, además, su materia le guste; pero también es condición de la buena enseñanza «querer a los alumnos», «estar dotado de intereses intelectuales excepcionalmente amplios y vivos», e, incluso, contar con cualidades como el sentido del humor, la memoria, la fuerza de voluntad y la bondad. De forma que quienes nos adscribimos a esta corriente entendemos que la mejor forma de mejorar como docentes, además de estudiar, es compartir prácticas y experiencias con colegas (normalmente de la disciplina), toda vez que no se puede escindir el objeto (lo enseñado) del cómo se enseña. Sin negar tampoco que haya ciertas habilidades transversales útiles a cualquier enseñante: desde el manejo adecuado de las tecnologías, al dominio de capacidades expositivas.
Pues bien, las políticas universitarias de los últimos años (como mínimo desde la instauración de Bolonia) han venido dictadas por apóstoles de la primera corriente. No solo a nivel ministerial, sino en nuestras propias universidades y facultades. Los efectos han sido disolutivos del ideal de universitario riguroso. Se ha distraído a los profesores más jóvenes de su ocupación principal orientándolos en una carrera 'descafeinada' de estudio, pero llena de cursillos variopintos (desde liderazgo, pasando por TIC y hasta higiene del sueño...). Y se ha fomentado un ecosistema académico cada vez más infantilizado, como prueba la apuesta por la 'gamificación', en cristiano: enseñar jugando. Algo, a mi entender, contradictorio con las virtudes que como académico siempre he creído que debo inculcar a mis alumnos: el esfuerzo, la disciplina o la pasión por estudiar, aunque no sea algo divertido.
Es cierto que esta corriente pedagógica todavía permitía espacios para que los herejes viviéramos. Yo mismo he crecido en este ambiente como un insumiso (parcial) al sistema (de haberlo sido total me habría quedado fuera). Sin embargo, ahora esos espacios se van achicando y se nos advierte de que, o nos convertimos o adiós a nuestra carrera: la promoción académica e incluso parte de nuestro sueldo van a depender de un nuevo sistema de formación del profesorado universitario construido por y para los apóstoles de esta nueva forma de entender la universidad.
Con el nuevo sistema de evaluación del profesorado la calificación como buen docente dependerá de informes (papeleo y blablablá), de las notas que saquen los alumnos y de sus encuestas de valoración del profesor. Como complemento, la formación y la innovación circunscrita a lo antes dicho. En definitiva, el triunfo del profesor suavón con aroma 'mindfulness'.
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