De lo normativo a lo pastoral
PRIMERO DE DERECHO ·
Debemos llevar cuidado con que el Estado social no degenere en un paternalismo estatal, concretado a través de un Derecho panfletario con fines catequizadoresDebatir con una persona inteligente resulta estimulante. Cuando esa persona es, además, un amigo y la discusión se cierra con una cerveza resulta aún más ... agradable. Pues bien, recientemente mi querido Gabriel Macanás y yo hemos discutido en estas páginas sobre la etiqueta estiva: yo proponía la guayabera como sustituta veraniega del traje y la corbata, mientras que él rompía la baraja entonando un «viste como quieras».
El debate lo prolongamos en privado divagando sobre cuestiones sobre la relación entre orden comunitario e individualidad. Ahora, continúo con esta conversación aprovechando uno de los temas de discusión política de este verano: el cartel del Ministerio de Igualdad, la gordofobia y los cuerpos no 'normativos'.
Vaya por delante que no creo que en nuestro país haya una fobia playera a las personas con sobrepeso. Cuestión distinta es que aceptemos que el canon de belleza actual (seguramente distinto al de la venus paleolítica) se asocia, con carácter general, con cuerpos esbeltos (luego, para gustos los colores). Aquellos que en el vocabulario ministerial serían cuerpos «normativos». Pero aquí no debe confundirse lo normativo con lo jurídico. Nos estamos refiriendo a cánones estéticos o éticos, pautas de comportamiento sociales, que cada uno es libre de seguir. En algunos casos, quien se separe de ellos puede recibir algún tipo de reproche social, nunca jurídico. Por ejemplo, un chaval que no se levanta del asiento en el autobús para cedérselo a una persona mayor, podemos pensar que es un maleducado y, a lo mejor, alguien podrá reprochárselo, pero él será libre de levantarse o no, y no podrá llegar un revisor a obligarle coactivamente a que ceda su asiento ni podrá sancionarlo por no hacerlo, salvo que hubiera una norma que lo impusiera.
Así, la existencia de estos cánones y usos sociales, por un lado, resulta imprescindible para ordenar mínimamente la convivencia ciudadana (sobre todo cuando nos referimos a pautas cívicas). No todo podemos encomendarlo al Derecho. Y, por otro lado, estos cánones estéticos y éticos son la decantación de ciertos ideales colectivos (de lo Bello, lo Bueno o lo Justo), forjados con el paso del tiempo sobre el humus de una cultura compartida, los cuales, en cierto modo, nos ayudan a reconocernos como parte de una civilización.
Eso sí, precisamente en nuestra cultura occidental y democrática, estos cánones han estado abiertos a la crítica y al cambio; siempre ha habido rupturistas que luego han podido ser consagrados como hacedores de nuevos cánones. Y, sobre todo, hemos de reconocer el libre desarrollo de la personalidad como un valor a preservar.
Jurídicamente, nuestro orden democrático de convivencia bebe del liberalismo constitucional preocupado por procurar un amplio espacio de libertad individual y por garantizar una autonomía a la sociedad frente a la injerencia estatal. Los individuos somos el átomo en una estructura social caracterizada por el pluralismo de creencias, religiones y modos de vida. Un orden liberal que se distingue así de aquellos modelos en los que el orden jurídico se confunde con el moral y el religioso, construyendo sociedades homogéneas (desde la polis griega a las teocracias o las dictaduras totalitarias).
Un orden liberal que se ha proyectado también a nivel social, de forma que el anonimato y el pluralismo de la ciudad democrática ha ido haciendo más liviano el peso de 'lo normativo' (en contraste, por ejemplo, con núcleos rurales más cerrados).
En nuestro país, la consagración democrática con la Constitución de 1978 comportó también una profunda modernización de la mentalidad social. Quizá uno de los momentos donde esa catarsis se hizo más evidente fue con la 'movida' madrileña de los ochenta que estalló como una olla exprés tras varias décadas de recato nacionalcatolicista. Y, hoy día, mi impresión es que la sociedad española es en general bastante tolerante.
Ello no debe llevarnos a conformismos y hay que seguir avanzando en ámbitos sociales y en el reconocimiento de ciertos colectivos, pero con campañas como las que emprende el actual Ministerio de Igualdad lo que vemos es un «Estado pastoral», en acertada expresión de Juan Claudio de Ramón. Debemos llevar cuidado con que el Estado social no degenere en un paternalismo estatal, concretado a través de un Derecho panfletario con fines catequizadores.
En fin, con estas conversaciones he vuelto al 'cortile' de nuestro Real Colegio de España en Bolonia donde quienes por entonces eran dos jóvenes doctorandos se pasaban horas en un banquito hablando de lo humano y lo divino.
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