Nunca fuimos nada
NADA ES LO QUE PARECE ·
Salom fue un icono y un gran ejemplo durante el tardofranquismo y la etapa de Transición en una Murcia pacata que vivía hacia dentroHace unos días, nos desayunábamos con la noticia de la muerte, a los 96 años de edad, ya casi centenario, del escritor, poeta, biógrafo, flamencólogo y comunista de primera hora Andrés Salom, que, aunque no había nacido en Murcia, pues era originario de las Islas Baleares y se jactaba de un apellido que tiene toda la pinta de ser judío –es probable que derive de la expresión hebrea 'shalom', que viene a significar 'paz', 'salud' y también 'felicidad', lo cual le iba como anillo al dedo al hombre que nos acaba de dejar–, se le quiso, se le trató con sumo cariño y se le consideró como a uno más de la familia, aunque fuera reacio y muy poco dispuesto a vestirse de huertano y a escribir en panocho.
Salom fue todo un icono, un verdadero modelo y un gran ejemplo durante el tardofranquismo y la etapa de Transición en una Murcia pacata y pueblerina que vivía hacia dentro, anclada en su media docena de apellidos ilustres, que se resistía a la televisión en color, al cambio, a la modernización, a abrir las ventanas de par en par para que, por fin, entrara el aire fresco y la escarcha de la madrugada. Y su osadía, su inconformismo, su apuesta por la libertad de expresión en los tiempos oscuros de un Franco alentado siempre por sus esbirros y por sus muchos secuaces, la pagó, como tantos otros, con el desprecio, con años de cárcel y con el exilio. Pero jamás se prestó al silencio cómplice, porque la palabra 'cobardía' no formaba parte del repertorio de su gramática, del henchido y rico vocabulario que manejó en su literatura.
Uno de sus mejores amigos, el también excelente poeta y editor Fulgencio Martínez, dejó escrito en alguna parte que Andrés Salom poseyó, hasta el último instante de su vida, una «juventud perenne» y una «lucidez de castor» que se reflejaba en su mirada de niño listo, siempre inquisitiva, interrogante e indagatoria. Una juventud que consiguió no a fuerza de cremas ni de afeites, ni por medio de toxinas botulínicas de tipo A, sino por su afición, casi enfermiza, a leer, a aprender de memoria, como si fuera una oración con la que encomendarse a Dios y a todos los santos, frases y pasajes de obras de autores como Juan Rulfo, García Márquez o Marguerite Yourcenar.
Con el pseudónimo de Pau Cocoví escribió unas memorias que, por editarlas en casa, pasaron un tanto inadvertidas. Y es una pena, porque hubieran servido de ejemplo a las nuevas generaciones, y, sobre todo, a aquellos que, con extremada soberbia y no poca osadía, niegan ahora la existencia de la Transición, como si aquello hubiera sido un juego de progres.
En el histórico café Santos, en compañía de otros ilustres escritores, como el santomerano Julián Andúgar, o el caravaqueño Miguel Espinosa, el autor de 'Escuela de mandarines', aprendió el arte de escuchar. De él recuerdo sus conversaciones, más literarias que políticas, sus lecciones sobre la vida y un cierto y poco disimulado júbilo con el que logró apartar las brumas de la mala experiencia de su paso por las cárceles franquistas.
Y recuerdo, mucho más nítidamente, aquel día que, tras la publicación de uno de sus mejores libros de poesía, el titulado 'Prontuario filosófico del Homo Heildebergensis', me llamó por teléfono –cuando aún existían los teléfonos fijos y todavía no servían de elemento decorativo– para rogarme, con mucha insistencia, que hablara mal del libro, que lo pusiera a parir.
«Se trata –me aclaró Andrés ante mi perplejidad– de llamar la atención como sea, porque un libro bueno, créeme, se muere de viejo en los estantes de las librerías, no lo lee nadie». Pero yo, joven e intrépido en aquellos años ochenta, no le hice el menor caso. Y a día de hoy no me arrepiento. Y hablé y escribí maravillas de aquellos versos profundos, tiernos y provocadores a un mismo tiempo, en los que Salom, en uno de sus más bellos poemas, dejó escrito: «Meditemos:/ ante el ser o no ser del viejo Hamlet,/ ahora ya sabemos/ que nunca fuimos nada».