Cómo parar una guerra civil
Mientras el mundo se desliza hacia el retroceso de la inteligencia y la glorificación de la violencia, España podría ser el país del acuerdo
Me gusta 'El abrazo' de Juan Genovés. En ese cuadro de 1976, símbolo de la Transición, los personajes se abrazan ¿solo los de un bando ... o los unos con los otros? Siempre he pensado lo segundo, por eso el cuadro no se llama 'Los míos'.
Todos esperábamos que aparecieran en un telediario las palabras mágicas: guerra civil. Ha sido Díaz Ayuso. No hace tanto las peleas entre PP y PSOE nos permitían sentarnos en una mesa juntos. Es evidente que el mundo se ha vuelto más macarra pero el panorama político español lleva hoy cadenas, bate de 'baseball' y gorra de cuero. Todos van a máximos groseramente. Unos llaman a Pedro Sánchez «hijo de puta» y a los manifestantes «gentuza». Los otros se aferran a una hipoteca con Junts que pagarán caro, defendiendo lo indefendible. Unos lectores pensarán que Pedro Sánchez es un hijo de puta y otros que los del PP son unos fachas, es la belleza de la libertad de expresión y, a la vez, la polarización de la sociedad. Somos su tropa, o mejor, su ganado. Vemos los telediarios como si fueran partidos de fútbol o películas bélicas pero es nuestra vida en 'prime time' convertida en datos de audiencia y estadística de voto. Para esto queda la democracia.
El problema no son solo los insultos ni las estratagemas, es que desconocen la historia de España, por lo tanto, no ven (o no quieren ver) que nos están llevando a una ratonera. Lleva pasando desde 1814. Los dos últimos siglos de nuestra historia han sido un circo sangriento de espadones a caballo, golpes de estado y guerras civiles. Aún bordeamos el abismo durante la Transición, hace nada. Fue muchísimo peor que ahora: ETA asesinaba a diario y los fascistas casi. Hay una estadística que habla de 591 asesinatos políticos entre la extrema derecha y la extrema izquierda entre 1975 y 1983. Y salimos adelante. Aquello pasó pero hemos descapitalizado la Transición absurdamente. La izquierda ha considerado que no se debió ceder en la impunidad de los criminales franquistas, repudiando en parte aquel dificilísimo proceso por el que tuvimos democracia mientras la derecha ha hecho suyo lo que llaman 'El espíritu de la Transición'. Hemos polarizado hasta lo que fue mérito de (casi) todos.
Repensemos el 23-F. La cúpula militar pertenecía en bloque al Ejército de la Victoria, aquellos que dieron el golpe de estado del 36 e hicieron la Guerra Civil. Se tuvieron que comer al Rey porque Franco lo dejó bien atado, pero se les atragantaba la democracia. Todo podía haber salido mal, como magistralmente cuenta Javier Cercas en 'Anatomía de un instante' (Mondadori, 2009) porque eran franquistas convencidos que se sentían traicionados por un falangistilla de provincias, como llamaban a Adolfo Suárez, el hombre que legalizó el PCE y liquidó el Movimiento. El 23-F fracasó. Unos pocos fueron a la cárcel pero la gran mayoría formaba parte de lo que Cercas llama «la placenta del golpe». El gobierno de Calvo Sotelo pasó a la reserva a aquellos dinosaurios y comenzó una modernización del Ejército que, con la llegada al poder del PSOE y la entrada en la OTAN, que aproximó a los mandos a sus homólogos europeos, asumió la democracia en una Europa de la que ya éramos parte. Hoy nos enorgullecemos de nuestro Ejército, no lo tememos, aplaudimos a la UME y brindamos por su valor en misiones de paz.
¿Por qué cuento esto?
Nuestro Ejército no es aquel ni la Policía ni la Guardia Civil. Esta España no es aquella, pocos imaginan un golpe de estado y menos una guerra civil o asesinatos políticos, salvo Marcelo Criminal en 'El día que murió Pedro Sánchez'. Aunque... ¿alguien no ha considerado la posibilidad de que le peguen un tiro al presidente? La estrategia de deshumanización ha hecho que muchos no solo lo piensen, también lo deseen. Es cuando aparece el salvador de la patria. En 1986 Olof Palme, en 1964 Kennedy. Aquí mataron a Dato en 1921 y a Prim en 1870.
¿Será Sánchez el próximo, habrá un nuevo mártir, estamos en pre guerra civil?
No. Ni lo estaremos durante un tiempo, aunque estamos viendo cosas que ni hubiésemos soñado; la democracia estadounidense disolverse, los nazis ganando en Alemania, Israel repitiendo Auschwitz... Nada es imposible si somos lo suficientemente imbéciles, y rediez si lo somos. La forma de no llegar a una guerra civil es sencilla: olvidar los máximos, ceder, bajar presión, soltar aire, negociar. La Transición se hizo así. Todos cedieron. Los republicanos perdieron la República, los franquistas el poder. Los perdedores de la Guerra renunciaron a la venganza y los ganadores se tragaron las leyes del divorcio, el aborto, la cooficialidad de las lenguas, las autonomías... Por eso hoy estamos aquí, por eso puedo escribir lo que escribo donde lo escribo. ¿Fue perfecta la Transición? No, pero casi.
Ambas aceras tienen una oportunidad ante la historia: mientras el mundo se desliza hacia el retroceso de la inteligencia y la glorificación de la violencia, España podría ser el país del acuerdo. Solo hay que ceder por todas partes manteniendo los objetivos esenciales. La socialdemocracia y la democracia cristiana hacen frontera en el centro y ese centro es el que tiene que mandar. Dejen de pensar en sus sueldos y en sus partidos. No trabajan para unas siglas, trabajan para España.
Y en España (casi) nadie quiere otra guerra civil.
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