El oscuro amor de Franco por Picasso
Franco era pintor, como otros dictadores. El caso más conocido es Hitler, pero, a diferencia de este, tenía bastante maña
Tal vez el mejor programa de RTVE sea 'Los archivos secretos del NO-DO'. En esta extraordinaria revisión que la pública está haciendo de las ... latas no emitidas por los programadores franquistas hemos ido viendo una gradual desaparición del gesto fundacional del Régimen: el saludo romano o fascista. El brazo derecho en alto es algo que satura los primeros documentales, llenos de generales y pueblos al borde del hambre, de iglesias destruidas por los rojos y de niños rapados para que no se los comieran los piojos en escuelas desnudas. Aquel brazo en alto se va perdiendo ya desde el momento en el que caen Hitler y Mussolini y Franco se da cuenta de que su antigua alianza es un problema para su sueño de ser aceptado entre los líderes mundiales.
Franco tenía muchos problemas para ser considerado un igual por democracias que se habían construido haciendo la guerra a los aliados del general de la voz aflautada y uno de ellos era un pintor de Málaga que en 1937 había pintado el cuadro más importante del arte moderno: 'Guernica'.
En 1939 todos los grandes maestros del arte español estaban en el exilio interior o exterior, con tres excepciones a las que el Régimen convirtió en símbolos: Solana, Zuloaga y José María Sert. Los tres murieron en 1945 en una extraña jugada del destino. La soledad de Franco frente a Miró, Juli González, Pedro Flores, Bores y demás era atronadora. Solo Dalí, el gran oportunista, se echó en brazos del dictador. Pero mucho más que ningún artista era un cuadro el que, desde el MOMA de Nueva York, recordaba al mundo que Franco había tolerado el genocidio de Guernica a mano de la Legión Cóndor nazi. El asesinato indiscriminado de niños, mujeres y hombres siempre desarmados y desprevenidos en el primer hecho de lo que luego se llamó Guerra Total, es decir, asesinar a civiles masivamente con armas ultramodernas. Luego la historia es conocida, Picasso recuperó el cuadro, lo mandó de gira por el mundo para recaudar fondos que ayudasen a republicanos exiliados y recaló en Nueva York en mayo del 39, días después del final de la Guerra Civil. Picasso dejó muy claro que el cuadro solo volvería a una España democrática.
El mundo hizo del 'Guernica' el símbolo contra el horror de la guerra, y así lo entendía su autor. No hay nada que sitúe la acción narrada en el pueblo vasco, por eso en la Segunda Guerra Mundial tanta gente entendió que los gritos mudos de los personajes dolientes eran los de Polonia o Checoslovaquia o Rumanía o Rusia o, también, de Alemania. Aunque eran gritos españoles, el dolor está universal y solidariamente compartido en todo el globo.
Por mucho que desapareciesen los brazos en alto del NO-DO, por mucho aperturismo y por mucho «Spain is Differente» que vocease Fraga, esto seguía siendo lo que era, y el 'Guernica' en el MOMA lo recordaba. Franco consideró a Picasso un demonio y, al principio, su cuerpo diplomático se dedicó a boicotear todo en lo que pudiera participar. Llamaban a Picasso comunista y el otro (que lo era) respondía retratando a Stalin. El mundo veía a España como la última dictadura fascista de Occidente, pero Estados Unidos la empezaba a ver como un aliado contra la URSS y la suerte de Franco empezó a cambiar. Y entonces empieza a ocurrir algo sorprendente.
Franco era pintor, como otros dictadores. El caso más conocido es Hitler, pero, a diferencia de este, tenía bastante maña. Era un pintor aficionado con cierta maña para el que lo que pintaba Picasso era horrible, pero entendía que era el más importante artista del mundo y del siglo, tal vez de la historia, y que la fatalidad lo había colocado en el otro frente. A diferencia de García Lorca, al que no podía resucitar y que desde su desconocida tumba lo señalaba con el dedo, a Picasso tal vez se le pudiera convencer. Pero no. Mandó a un agente ministerial a comprar tres cuadros secretamente para el pabellón español de la Feria Mundial de Nueva York de 1964. Lo condecoró, intentó hacerse con el 'Guernica' por la vía legal, utilizó a quien pudo para enviar mensajes a Picasso que decían solapadamente únete a mí y te daré todo. Entonces apareció un aliado inesperado: el torero Luis Miguel Dominguín. Picasso lo adoraba como adoraba a sus hijos. Franco lo adoraba igualmente, era su compañero de caza, el que susurraba simultáneamente al oído de los dos viejos poderosos: el embajador perfecto ante la corte del malagueño, así que ordenó que su coche no fuese nunca registrado cuando fuese o volviese a Francia. Franco fantaseaba con que un día Picasso quisiese volver clandestinamente a España. Sabía que era su mayor deseo, así que llevó a cabo su más disparatado plan. Según la última esposa del pintor, Jacqueline, un día Luis Miguel se habría presentado en La Californie, la mansión de la Costa Azul, para llevarse a Picasso a dar un paseo en coche. El final del paseo era un yate fondeado en Cannes donde le esperaba el dictador. Esta historia no está confirmada, pero según Jacqueline esto fue el final de la amistad entre el torero y el pintor.
Murió Picasso pero no ganó Franco. El 'Guernica' llegó a Barajas en 1981, muerto el dictador y a una España democrática. Ganó Picasso. Ganamos todos.
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