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Mediación sanitaria

En entornos en los que se ha implantado ha mostrado resultados esperanzadores, sin los inconvenientes de un procedimiento judicial

Lunes, 29 de enero 2024, 00:11

Enfrascados hasta el tuétano en una perenne polémica de toda suerte y condición, en la que cualquier aspecto para regular la convivencia es puesto en ... tela de juicio, discutido y objetado. Como reprochado o jaleado según preferencias, con nulo análisis y menos autocrítica por el coro de adeptos conocidos, cabría suponer, en un escenario idílico, que aspecto tan sensible como la medicina quedaría a resguardo del enjambre de querellas, pleitos y litigios cotidianos. Centrados en el aspecto de la relación entre una persona con un menoscabo de salud, el enfermo y otra a la que solicita asistencia, ayuda, consejo, el médico, como profesional dedicado a poner sus conocimientos y pericia para remediar o paliar su problema. Tratándose como se trata sin distinción la salud del bien más deseado, ansiado y anhelado, pudieran sorprender, en ese contexto utópico señalado claro está, disputas por discrepancias surgidas en esta singular relación médico enfermo. No es óbice esta aseveración siempre hecha salvedad por una práctica incorrecta comúnmente merecedora de reproche por error, desconocimiento o impericia palmarios. Pero la disconformidad acerca de actuaciones basadas en la experiencia, la pericia y el conocimiento del profesional según criterios de práctica científica, actualizada, motivados por intereses particulares, preside algunas de estas diferencias de criterio. La mayoría de desencuentros se centran en cuestiones de índole administrativa. En menor medida se cuestionan actos profesionales que acaban en los tribunales de justicia. Pero así es la vida y la necesidad de solventar discrepancias entre contrarios está a la orden del día. El desarrollo de la sociedad y los múltiples factores asociados, ajenos a la medicina, que inciden en esta relación interpersonal, conducen a escenarios en los que pueden surgir divergencias. Suele tratarse de consideraciones teñidas por sesgos economicistas, alterando la deseable normalidad en un lazo compartido en aras a la mutua satisfacción. Ha sido notorio en este aspecto de reclamar un cambio sustancial en la relación entre médico y enfermo, superada la actitud médica paternalista presente durante centurias, en el que el sanitario decidía cualquier medida. A partir de la progresiva adquisición de derechos civiles, desde la segunda mitad del pasado siglo, aparece el protagonismo del paciente para decidir lo concerniente a su persona, informado de forma exhaustiva y veraz para cualquier actuación sanitaria sobre su cuerpo. Se hacen valer su opinión y sus derechos. Derechos, por cierto, recogidos en llamativa cartelería en pasillos de centros sanitarios, junto a las obligaciones de los usuarios del sistema sanitario. Cuando, por cualquier circunstancia, el enfermo supone que sus prerrogativas están menoscabadas se resquebraja la confianza mutua en ese proceso compartido en aras a solucionar el problema de salud.

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