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Si yo tuviera un martillo

Nos encontramos ante la disyuntiva entre desarrollo y preservación, impelidos por la necesidad de imprescindibles cambios sobre hábitos sociales adquiridos

Martes, 2 de enero 2024, 00:52

En este periodo dado a formular con convicción propósitos de cambio, podríamos remedar al sonsonete de la popular escoba «cuántas cosas barrería...». Un deseo de ... enmienda que, aplicado de modo caprichoso a útil tan simple como el martillo, llevaría a considerar cuántas cosas rompería, ante la confusión reinante que nos atosiga. Una introspección de intenciones bien reconducida hacia su envés, cabría sostenerla en sentido eficaz, positivo, provechoso. Con reflexiones a partir de un simple martillo, uno de los útiles esenciales de la capacidad diseñada por la mente humana para adaptarse a condiciones adversas. Hablamos, en pobre resumen, de la rueda, el arado, las poleas, y tantos otros utensilios que han servido para este fin. Desde la aparición de la especie humana el instinto de supervivencia ha determinado sus afanes. Enfrentada a un entorno hostil, ha necesitado imprescindibles acciones para adaptarlo a condiciones crecientes de abrigo y procura de alimentos. En una diferencia sustancial respecto a los animales, incitados de modo instintivo a adecuarse al entorno en el que se desenvuelven. De modo que nos encontramos ante la disyuntiva entre desarrollo y preservación, impelidos por la necesidad de imprescindibles cambios sobre hábitos sociales adquiridos. Como señala Philip Bloom en 'El motín de la naturaleza', «los seres humanos y sus sociedades no están al margen ni por encima de la naturaleza, sino que están dentro y dependen de ella. La distinción entre naturaleza y cultura no tiene validez. Por lo que la naturaleza obliga a la civilización a adaptarse a los nuevos retos».

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