El gran capitán
NADA ES LO QUE PARECE ·
Se marchó, y se marchó para siempre, uno de los deportistas más queridos y emblemáticos de la historia de la Región de MurciaEn medio del ruido de la pandemia, entre las preocupaciones que nos acogotan derivadas de esta nueva y extraña situación, pocos son los que han advertido su prematura desaparición, compañero del alma, tan temprano. Se marchó, y se marchó para siempre, uno de los deportistas más queridos y emblemáticos de la historia de la Región de Murcia, Pepe Vidaña, el que fuera jugador durante toda su vida de futbolista –a excepción de cuando se vio obligado a cumplir el servicio militar y fichó por un Gerona que, a pesar de la fugacidad de su visita, nunca olvidará su paso por el club– y que terminó en el cargo de entrenador en unos tiempos poco propicios para ello.
Pepe era natural de un pueblo de Almería, y llegó a Murcia siendo un muchacho de apenas catorce o quince años a buscarse la vida. Su trayectoria está asociada a otro de los grandes nombres del club pimentonero, José Víctor Rodríguez, que es, me parece a mí, quien supo ver en este espigado zagalón a un futuro buen defensa.
Fue, según reflejan las estadísticas, el jugador que participó en más partidos en el siglo y pico de existencia del Real Murcia. Y, con absoluta certeza, junto con Guina, el genial brasileño que se abría paso entre los rivales con la fuerza de sus codos, es una de las personas más recordadas y queridas por la afición. Al menos, en las últimas tres o cuatro décadas.
Fue el espejo en donde nos mirábamos los que aspirábamos a ser algo en ese deporte
Lo conocí personalmente y era tan sencillo y tan sobrio como cuando estaba en un terreno de juego, en donde se mostraba contundente, expeditivo, elegante, con una zurda cargada de dinamita, pero sin llegar a ser jamás duro ni violento con el rival. Pepe, durante su vida activa como profesional del fútbol, fue el espejo en donde nos mirábamos todos los que aspirábamos a ser algo en ese deporte y que nos quedamos en el camino porque nos faltó talento e inspiración divina. Una persona humilde que a base de mucho sacrificio, dejando atrás a una familia, de pensión en pensión, sin casi amigos, porque aún no era popular ni conocido, se supo labrar un futuro y comer de aquello que más le gustaba y divertía.
Vidaña, el gran capitán, fue el típico jugador de club que, dentro y fuera del vestuario, servía de ejemplo a los demás componentes del equipo. Vivía por dentro los colores que defendía, y lo hacía con pasión, con verdadero fervor. Cuando las cosas no marchaban demasiado bien, se le veía enfadado, con el ceño fruncido, alentando al resto de la plantilla para que diera el do de pecho y se dejara la piel en el campo. De hecho, ni siquiera cuando el Real Murcia descendió, como Dante de la mano del poeta Virgilio, a los infiernos, a la tercera división, y estaba a punto de desaparecer del mapa, Vidaña, como gran capitán, consecuente y comprometido, hizo las maletas y aceptó ofertas de otro clubes. Tenía, pues, muy poco de mercenario, de personaje que se mueve por la 'pela', de los que besan el escudo mirando a la afición y que al día siguiente lo venden por un plato de lentejas.
No era demasiado parlanchín ni hablaba mal de nadie. Era reidor como pocos y derrochaba simpatía y generosidad con todo el mundo. Recuerdo que, en cierta ocasión, siendo mi hijo Juan Diego un crío de apenas cinco o seis años, le presenté al jugador, que ya llevaba unos cuantos años retirado. Después, cuando volvimos a casa, muy serio, me preguntó: «Papá, ¿y por qué se llama Piraña?». Nos reímos un buen rato, y días después lo celebré con el propio Vidaña.
Tenía pendiente una cena con él, con Guina y con el escritor Jerónimo Tristante, que nunca ocultó su admiración por Vidaña. Pepe no era demasiado locuaz, ya se ha dicho, ni le gustaba llevar la voz cantante. Nunca contaba secretos de vestuario, pero en su pícara mirada, en su modo de contar sus muchas y deliciosas anécdotas, que hubieran dado para escribir un libro, se le apreciaba un sublime placer, como si hubiera regresado a un pasado glorioso que, a buen seguro, guardaba intacto en su memoria.