Gente de Murcia
NADA ES LO QUE PARECE ·
Patricio Peñalver ha puesto en circulación su obra 'Personajes murcianos de fin de siglo'En 1983, Pepe García Martínez, es decir, el 'García' de toda la vida del diario LA VERDAD, uno de los prosistas murcianos más brillantes, dicho ... sea de paso, sacó a la luz el libro titulado 'Gente de Murcia' en el que, con su primorosa pluma, con la ingeniosidad y el fino humor que siempre le han caracterizado, retrataba a personajes, muy conocidos por entonces, en plenitud de fuerzas, como los pintores Muñoz Barberán y José María Párraga, así como escritores como Miguel Espinosa, que había muerto justo el año anterior, y José Luis Castillo-Puche, por el que, por ser medio paisano suyo, sentía cierta debilidad.
Casi cuarenta años después, otro hombre de la literatura y del periodismo, Patricio Peñalver –el Patri a la hora de la cerveza y para los amigos– ha puesto en circulación su obra 'Personajes murcianos de fin de siglo', en donde pone sobre la palestra decenas de nombres, casi todos del mundo de la cultura, que es el ambiente por el que Patricio siempre se ha movido, conocedor de la literatura, de las artes plásticas y del cante flamenco, aunque haya quien le reproche que no entiende ni jota.
El volumen es un documento excepcional porque, en muchos de los casos, los allí presentes pasaron a mejor vida, y los que aún permanecen al pie del cañón han cambiado tanto que ya no parecen los mismos: desde Antonio, el de 'El Sur', que es el que encabeza la nómina, hasta Manuel Cascales, el torero, con el que se cierran estas páginas.
Entre medias, casi los de siempre, como el majestuoso y entrañable Pencho Cros, el cantaor de La Unión, que estuvo trabajando en las minas y que no pudo ganarse la vida cantando aun habiendo sido el mejor, el fotógrafo Paco Salinas, que dio espectáculo con la creación del ya histórico Colectivo Mestizo, el recientemente desaparecido Paco Muñoz, periodista, contemporáneo de Pérez-Reverte, al que también le tocó lidiar en unas cuantas guerras, Pepe El Hormiga, que, al margen de doctorarse en Filosofía bajo la batuta de Paco Jarauta, se dejó la buena música para pasarse a la salsa, que es lo que le pedía el público, siguiendo así las viejas consignas del gran Lope de Vega, «porque como las paga el vulgo, es justo/ hablarle en necio para darle gusto», Pedro Cano y José Luis Cacho, dos de los pintores más geniales de todos los tiempos en nuestra región, Diego, el del Bar Zalacaín, refugio del propio Patricio Peñalver durante tantos años. Allí fue donde le presenté a Arturo Pérez-Reverte, advirtiéndole al novelista cartagenero que Patricio era nuestro particular Alejandro Sawa, aquel poeta de la bohemia madrileña de principios del siglo XX que, hasta su muerte, jamás se lavó la frente desde que, cierto día, depositara en ella un ósculo Paul Verlaine.
Patricio Peñalver no es un iluminado ni un preciosista que cuide demasiado su estilo. Ni va a pasar por el modelo ideal de esa sintaxis que predicó en su día Noam Chomsky, antes de abandonar la Lingüística y meterse a filósofo. Escribe como Dios le dio a entender: una especie de prosa con tropezones, como Ramón Gómez de la Serna decía de Gutiérrez-Solana cuando este dejaba el pincel a un lado y le daba por la literatura.
Ante las primeras críticas, Patricio ha salido al paso para asegurar que ni están todos los que son, ni son todos los que están, que es una consabida ambigüedad para dejar a todo el mundo contento. Pero, una vez revisado el índice de este volumen, se ve claro que ahí está todo quisqui, un galimatías heterogéneo en el que no falta ni el que asó la manteca. Todo el mundo, menos un servidor, que solo es citado de pasada. No somos nadie.
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