Colesterol democrático
Que el multipartidismo no sea en sí malo lo prueba que la Constitución española apueste por un sistema electoral proporcional para el Congreso
En la Región se ha abierto el debate acerca de la reforma de la Ley Electoral. Al socaire del mismo, recientemente publicaban en estas páginas ... un artículo E. Ujaldón y A. Galindo donde apostaban por subir, de nuevo, la barrera electoral al 5%. Su tesis principal sostenía que resultaría saludable una «dieta» de multipartidismo, ya que la fragmentación parlamentaria habría degradado la vida política, convertida en un «chantaje permanente». No compartimos esa idea y creemos conveniente realizar algunas consideraciones.
En primer lugar, debemos contextualizar la actual ley electoral murciana, que ahora se quiere revertir parcialmente respecto a los cambios que se introdujeron en 2015. Hasta entonces, el sistema electoral se caracterizó por facilitar gobiernos estables, respaldados por mayorías parlamentarias sólidas, a fuer de excluir a partidos minoritarios. La división territorial de la Comunidad en cinco circunscripciones electorales infraprovinciales, algunas de ellas de magnitud muy reducida, sumado a una barrera electoral del 5% en el conjunto de la Región, dificultó la obtención de representación parlamentaria a partidos con un apoyo electoral relevante (IU sería el caso paradigmático); y sobrerrepresentó en términos parlamentarios las victorias de los partidos más votados, primero PSOE (1983-1995), después PP (1995-2015). De ahí que, en 2015, tras el Pacto del Moneo, PSOE, Podemos y Ciudadanos, con el voto final favorable del PP –aunque con una actitud reticente–, se corrigiesen estos elementos distorsionadores de la debida proporcionalidad: se fijó una única circunscripción que engloba a los electores de toda la Región y se redujo la barrera al 3%. En definitiva, se favoreció la representatividad, aunque eso pudiese suponer un peaje en términos de gobernabilidad.
Pues bien, a la vista de la experiencia política más reciente, ¿conviene ponerse ahora a dieta de multipartidismo? Como hemos adelantado, no lo creemos. En nuestra opinión, la fragmentación parlamentaria puede equipararse al colesterol: no es que sea buena o mala, lo que hay que saber es controlar sus niveles, así como prevenir las patologías asociadas a su combinación con otras sustancias nocivas. En especial, una elevada fragmentación parlamentaria puede acarrear problemas de gobernabilidad si se conjuga con polarización. Y es que, como señalase Sartori, la presencia de partidos antisistema (hoy podríamos decir populistas e iliberales) produce esos efectos más nocivos cuando se desencadenan dinámicas de competición centrífugas, en las que los principales partidos se alejan del centro buscando contender con los extremos.
Mucho cuidado con la polarización, pues obstruye las arterias de la democracia, comprimidas desde los extremos
De hecho, que el multipartidismo no sea en sí malo lo prueba que la Constitución española apueste por un sistema electoral proporcional para el Congreso, que busca trasladar al parlamento el pluralismo político existente en la sociedad. Por ello las barreras que obstaculicen la entrada a fuerzas políticas minoritarias deben acogerse con cautela en ese difícil equilibrio entre favorecer la representatividad y no convertir al sistema en ingobernable.
Así las cosas, a nuestro entender se yerra el tiro al apostar por ponerse a dieta de multipartidismo. Lo que está degradando nuestra política no es tanto la fragmentación, sino este insano 'bibloquismo polarizado'. Alemania, por ejemplo, tiene una fragmentación similar a la nuestra, pero sus partidos son capaces de forjar grandes consensos transversales, haciendo prevalecer la estabilidad política del país. Aprendieron de su experiencia en la República de Weimar cuando los extremos pulverizaron el espacio de centro-reformista y el orden democrático colapsó. Ese es el riesgo actual y, lamentablemente, cada vez es más palpable en la democracia española.
A mayores, en una región como Murcia (o como ocurría en Andalucía) donde viene gobernando desde hace décadas un partido dominante (por cierto, favorecido también por la vieja ley electoral) debe entenderse como una medida de higiene democrática aquello que favorezca una mayor distribución del poder, como se propuso la reforma electoral murciana de 2015.
Es comprensible que a quienes llevan años gobernando hegemónicamente les irrite verse obligados a negociar con otros partidos para impulsar parte de su programa político. Compartir el poder resulta ingrato a quien lo ha disfrutado durante tanto tiempo. También la oposición, en su labor fiscalizadora y de fungir como alternativa política, ha de desempeñar su papel de forma leal y mostrarse abierta a mantener un diálogo constructivo. En nuestra opinión, la disposición al consenso desde el respeto institucional debiera ser uno de los pilares de una democracia pluralista. Por ello, bienvenida sea una dosis moderada de ese colesterol del bueno que representa el multipartidismo; y mucho cuidado con la polarización, pues obstruye las arterias de la democracia, comprimidas desde los extremos.
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