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Ashjabad, un mercado turcomano

Ashjabad, un mercado turcomano

Tras independizarse de la URSS, las nuevas autoridades del país llenaron la capital de Turkmenistán, Ashjabad, de colosales monumentos y gélidos palacios de mármol. Pero el alma de la urbe donde de verdad reside es en el abigarrado y colorista mercado de Tolkuchka. Ashjabad ya era famosa por sus vinos hace más de dos mil años. Un terremoto la destruyó por completo en el siglo I, aunque el oasis en que se asentaba, un socorrido, buscado y muy solicitado lugar de paso de la Ruta de la Seda, hizo que los comerciantes la fueran reconstruyendo poco a poco, hasta convertirla otra vez en una próspera ciudad denominada Konyikala, que los mongoles se encargarían de arrasar en el siglo XIII. A partir de entonces, el oasis fue ocupado por tribus turcomanas para quienes la vida urbana no tenía ningún sentido.

FRANCISCO LÓPEZ SEIVANE

Viernes, 17 de junio 2016, 09:36

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Cuando los rusos llegaron en 1881, tras la sangrienta victoria de Geoktepe, no encontraron más que un villorrio, pero los enviados del Zar decidieron establecer allí la nueva capital regional, por su estratégica situación, próxima a Persia. A finales del siglo XIX, Ashjabad ya relucía con modernos hoteles y tiendas de corte europeo y una efervescente vida social, llevada a cabo por la mayoritaria población rusa, con los oficiales del ejército a la cabeza. Tanto glamour cosmopolita acabaría la noche del 6 de octubre de 1948, cuando la ciudad entera desapareció a causa de un violento terremoto.

Era la época de la férrea propaganda estalinista, las cifras oficiales hablaron de 14.000 muertos. A pesar de que durante cinco años el acceso a la zona quedó cerrado para que no trascendiera ninguna información mientras se retiraban los cuerpos y se iniciaba la reconstrucción de la ciudad, estimaciones de expertos elevaron el número real de víctimas por encima de los 100.000 muertos, dos tercios de la población de la época.

La posterior reconstrucción convirtió a Ashjabad en una ciudad de moderno diseño, con rectas avenidas y nuevos edificios de escasa altura en previsión de los frecuentes temblores que suelen sacudir la zona.

Tras independizarse de la Unión Soviética, su nuevo líder Saparmurat Niyazov Turkmenbash (fallecido en el 2006) decidió convertir a la ciudad en el estandarte de su nuevo reino, construyendo palacios, colosales monumentos y edificios vanguardistas que dan a la urbe un aire de parque temático, vacío del espíritu que sólo sus habitantes pueden prestar a un lugar. El actual presidente, Kurbanguly Berdymukhamedov, es un hijo no reconocido de Nizayov. Tras unas elecciones amañadas, dirige el país de forma dictatoríal, marginando a las minorías rusa y uzbeka, manteniendo una fuerte tensión con Rusia y coqueteando con China (que codicia su petróleo) e Irán (para tener calmado cualquier brote fundamentalista).

Turkmenistán es la menos poblada de las repúblicas de Asia Central (cinco millones de habitantes). La población se concentra en torno a los ríos y a la costa del Mar Caspio. Ashjabad alberga a 750.000 personas. Los habitantes han sido tradicionalmente nómadas ganaderos de caballos, e incluso actualmente, los intentos de urbanización no son muy exitosos. Los turcomanos son musulmanes suníes pero, como en la mayoría de las regiones nómadas, combinaron las doctrinas del Islam con prácticas del periodo preislamista. Como consecuencia de ello, no tienen el concepto de militancia religiosa.

Los dos principales recursos económicos son el algodón y los hidrocarburos. El país posee importantes reservas de gas y petróleo, que proveen una porción cada vez mayor de sus ingresos a medida que sus precios del crudo suben y la desertificación reduce la producción de algodón.

Los turcomanos nunca habían formado una nación cohesionada. Se encuentran divididos en clanes, y cada clan tiene su dialecto. Pero no hay nada que explique mejor un país que un mercado. Así que, para conocer el espíritu de la ciudad, nada como pasarse por el famoso mercado que tiene lugar todos los domingos en la campa de Tolkuchka.

El contraste entre las modernas calles arboladas de Ashjabad, salpicadas de lustrosos edificios de mármol blanco, y el abigarrado bazar de Tolkuchka es sencillamente brutal. La cosmética de las grandes obras urbanas no puede ocultar el pálpito de la vida que late en el descampado de Tolkuchka, a las afueras de la ciudad.

Desde primeras horas de la mañana, una abigarrada muchedumbre multicolor va tomando posiciones en la campa con productos para vender. Colgadas de largas cuerdas o simplemente extendidas en el suelo, se muestran gran número de vistosas alfombras. Sobre ellas, un enjambre de mujeres trajinan con sus coloridos yaliks de seda cubriéndoles la cabeza. Esos enormes pañuelos, que llevan atados a la nuca, les caen sobre los hombros y la espalda como una larga melena. Cuando lo creen conveniente, cruzan un extremo sobre la cara, no dejando ver entonces más que la delgada línea de sus ojos.

En su mayoría, son mujeres mayores, de rostros castigados, sentadas de espaldas al inclemente sol. Sus vestidos hasta el suelo parecen manchas de color que salpican las alfombras como la paleta de un pintor. Otras se aprietan detrás de su mercadería: joyas, abalorios... mientras los hombres venden los telpek, sombreros de piel de oveja con sus correspondientes guedejas de lana, que nunca abandonan la cabeza de un turcomano.

Más adelante, el mercado de las verduras presenta, sorprendentemente ordenadas, las cebolletas de largo tallo y cabeza de fósforo, tan características de la región, junto a los insuperables y crujientes pepinos y los rojos tomates de tersa piel. También pueden verse rábanos, hinojo y perejil, los ingredientes universales de la ensalada que inevitablemente acompaña a toda comida en este país. Entre las alfombras, estrechos pasillos de tierra acogen la riada de curiosos que serpentea lenta y ociosamente por los puestos.

No hay ni un solo turista. Estamos en un mercado de verdad, de los de la Edad Media, en el que los productores ofrecen directamente sus productos al consumidor al precio de la tierra. Ningún otro zoco en el mundo puede superar a éste en sabor, color y autenticidad. En medio de las pretensiones oficiales de prosperidad, Tolkuchka nos brinda, quizá, la verdadera dimensión de la economía (y del alma) turcomana.

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