La ocupación completa de un bloque de Los Dolores solivianta al vecindario
Los residentes denuncian que la convivencia se ha vuelto insostenible; «hasta que no pase una desgracia, aquí no van a hacer nada», lamentan
Amenazas de muerte, agresiones, carreras de motos por la noche, trasiego de desconocidos que entran y salen del edificio a altas horas de la madrugada, un fuerte olor a marihuana en el sótano y miedo. Los vecinos de las calles Velarde y Alegría en la pedanía murciana de Los Dolores viven intranquilos desde hace varios meses. Para trasladar sus quejas, se refugian tras la puerta de sus casas para que no les vean. Y susurran, para que no les oigan. «Hasta que no pase una desgracia, aquí no van a hacer nada», masculla una mujer mientras camina. «No puedo decir nada más; no quiero tener más problemas con ellos», indica, mientras se pierde al fondo de la calle. Cuando dice «ellos» se refiere a algunos miembros de la veintena de familias de okupas que hace tres años se instalaron en un edificio, propiedad de una constructora de Barcelona, de tres plantas y veinte viviendas. La obra del inmueble se concluyó, pero quedó pendiente la aprobación de la cédula de habitabilidad. Y esta nunca llegó. Con el paso de los años, varias familias se instalaron ilegalmente en los pisos.
Al principio, su presencia en el barrio no provocó recelos entre el resto de residentes. Fue a partir del año pasado cuando la armonía se truncó. Ocurrió, según los denunciantes, cuando llegó un grupo de familias de algunos barrios del centro de Murcia. «Trajeron el escándalo, los insultos, las peleas entre ellos, las amenazas a nosotros y el trapicheo de droga. El olor a marihuana se nos mete en las casas. Llevo viviendo en esta calle más de cuarenta años. Siempre ha sido la envidia del resto del pueblo, porque es preciosa, pero ahora está degradada. Vivir ahora aquí es insoportable», lamenta un vecino que no quiere revelar su identidad por miedo a represalias.
«Dos chicos salieron corriendo del portal porque les perseguía un hombre con una pistola»
Hace dos años, la constructora trató de echarlos. Cambió las cerraduras, puso sistemas de seguridad, como puertas antiokupas, pero no sirvió de nada. «Las reventaron y se instalaron otra vez». Los vecinos denuncian que los enganches ilegales al suministro eléctrico y a la red de agua son constantes. De nada sirve las sucesivas actuaciones de las compañías para cortarles el suministro, porque, al poco, vuelven a conectarse. «En uno de los enganches que hicieron explotó el transformador y tuvieron que venir los bomberos», recuerda una mujer, tras las rejas de su vivienda.
Escenas de película
«He visto cosas en esta calle que parecen de película. Un día estaba entrando a mi casa y vi salir corriendo del portal a dos okupas. Detrás de ellos iba un hombre apuntándoles con una pistola», advierte una chica que vive en una casa de la calle Alegría. Además de estas escenas, lo que más preocupa es la convivencia. Todas las noches «hasta las tres de la madrugada» hay ruidos. «Cantan y bailan; les da igual la hora». También señalan que protagonizan carreras de motos en la vía. «Son menores de edad, pero no puedes decirles nada, porque si les llaman la atención, te intimidan y te insultan. Una vecina está amenazada de muerte porque les recriminó el escándalo que estaban montando. A mí me hicieron lo mismo porque les pité con el coche. Estaban ocupando, también, toda la calle», manifiesta una residente.
«Queremos pagar un alquiler social y vivir dignamente»
En el interior del edificio, las cerraduras de las puertas de los pisos están reventadas. Algunas han sido cambiadas, de otras cuelga un candado. El sótano está inundado. Hay medio metro de agua, y desprende fuerte olor a agrio. Algunos vecinos denuncian que ahí se cultiva marihuana. Recuerdan alguna redada que hubo el pasado verano. En la segunda planta, un joven abre la puerta con recelo. «No vivo aquí, el piso lo tiene ocupado mi suegro, pero se ha ido. Me ha pedido que me quede mientras él esté fuera, para que no se le meta nadie», revela el chico. En la planta superior, María José Sánchez aclara que, en su caso, fue engañada, ya que el alquiler que le ofrecieron fue una estafa. «Me desahuciaron de mi casa del barrio de La Fama, y un hombre me propuso esta vivienda. Le adelanté 900 euros de los tres primeros meses y se esfumó». Desde aquello, ella y sus dos hijos viven como okupas. «No todos somos conflictivos. Yo trabajo y mis hijos estudian. Y, aunque sabemos que lo que hacemos es ilegal, no tengo donde ir. Queremos pagar un alquiler social y tener luz y agua corriente. No queremos vivir de prestado ni que nos critiquen a todos por unos cuantos», aclara.