El inventor que quiso ser enterrado en la Catedral de Murcia
Un ciclo de ponencias y la presentación de un libro recuerdan al científico y regidor Jerónimo de Ayanz, eclipsado por la leyenda negra española
Tan valeroso soldado como brillante científico, cuando a este insigne navarro le llegó su hora quiso ser enterrado en una capilla de la girola de la Catedral de Murcia, justo detrás del altar mayor. Jerónimo de Ayanz y Beaumont, una de las mentes más inquietas del Siglo de Oro, protagoniza un ciclo de conferencias y la presentación de un libro que ponen el foco en su revolucionario ingenio y en su vinculación con la Región, por la que tanto hizo.
Coordinadas por Santiago Delgado, académico de la Real de Alfonso X el Sabio, y con el impulso de la Fundación Cajamurcia, las ponencias reunirán durante cinco jornadas (los próximos días 19, 20, 26, 27 y 28) a un grupo de expertos para hablar de la vida y la obra del polímata Ayanz (Guenduláin, Navarra, 1553-Madrid, 1613), al que Lope de Vega llegó a dedicarle una composición literaria.
Su currículum apabulla. Sus raíces nobles le facilitaron una formación de la mano de los mejores maestros en la corte de Felipe II. Tras pasar por la Escuela de Pajes (una especie de colegio de élite donde también se preparaba a príncipes e infantes), demostró sus habilidades en el campo de batalla. Su portentoso físico (medía casi dos metros de alto) y su arrojo le sirvieron de ayuda en los frentes donde estuvo, como en Flandes, donde resultó malherido.
Fuera de la carrera militar desarrolló una deslumbrante actividad científica. Registró medio centenar de patentes, que se conservan en el Archivo de Simancas. Ideó cómo usar la fuerza del vapor de agua, adelantándose a la Revolución Industrial; ensayó en su casa un sistema de aire acondicionado, fabricó el primer traje de buzo (que probó con éxito en las aguas del río Pisuerga) y hasta una barcaza submarina, recuerda Santiago Delgado. «Fue el Leonardo Da Vinci español, con la diferencia de que todos sus ingenios sí que funcionaban». Además, como administrador general de las minas del reino, introdujo una serie de cambios para mejorar la producción y las condiciones de trabajo.
Parece que en su llegada a la Región algo tuvo que ver su tío Francisco de Ayanz, secretario de la Inquisición. Aquí se casó con Blanca Dávalos, hija de una influyente familia, y fue nombrado regidor perpetuo de Murcia, cargo que heredó a la muerte de su suegro. Consiguió que Cartagena se convirtiese en base naval con una flota estable y diseñó un sistema defensivo para la costa que aún perdura. Pese a sus logros, para muchos Ayanz sigue siendo hoy un desconocido. Puede que los ponentes arrojen luz sobre este olvido. Delgado, que le dedica su último libro, tiene una hipótesis: se convirtió en una víctima más de la llamada leyenda negra española. En la capilla de la Catedral, a la vista no queda ni rastro de su tumba, tras las obras que se desarrollaron a lo largo del siglo XVIII en el templo. El académico reivindica que al menos se coloque una placa de recuerdo.