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Nacho García/ AGM

Una forja de aviadores junto al Mar Menor

Sábado, 5 de octubre 2019, 07:03

Hubo un primer día de curso, el 15 de septiembre de 1945, que fue el primero de todos los primeros sucesivos en la Academia General del Aire. No faltaron los nervios. Cuenta el coronel Pablo Meroño en su libro 'La aviación y el Mar Menor', que aquel día el tren especial llegó con retraso, y falló el suministro de agua en los edificios de la base aérea, lo cual causó un problema para la convivencia de los 251 cadetes de la primera promoción, que llegaron con los nervios espoleando las glándulas sudoríparas. No defraudó el menú del primer día: paella valenciana. Desde entonces, la AGA ha funcionado como un reloj en la formación de más de 6.500 oficiales del Ejército del Aire, entre los que se encuentran 70 promociones de pilotos -la 75 acaba de ingresar para iniciar sus estudios- y un historial de casi 960.000 horas de vuelo. Culminará el hito del millón en pocos años.

Como escuela de aviadores, el recinto militar de Santiago de la Ribera funcionó siempre con el dinamismo del aprendizaje continuo. Entre los métodos más precarios de la posguerra, cuando las sombras que se proyectaban en el Mar Menor eran de los Hispano Suiza, las Bücker y las Mentor, y el actual y moderno Centro Universitario de la Defensa (CUD), han pasado varias décadas y, sobre todo, un cambio de medios materiales y de mentalidad. «La mejora de la enseñanza en vuelo y de los procedimientos, la disciplina y las condiciones de seguridad vinieron aparejadas con la especialización del personal y unos profesores con mayores conocimientos», explica el comandante Marcelino Sempere, historiador del Ejército del Aire.

Con la creación del CUD, por el Real Decreto de 2008, los alumnos obtienen el título de Grado en Ingeniería de Organización Industrial por la Universidad Politécnica de Cartagena para, en el futuro, dirigir las estructuras orgánicas de las Fuerzas Armadas.

Desde su creación en 1943, la Academia General del Aire ha formado a más de 6.500 oficiales y casi alcanzado el millón de horas de vuelo, pero también contribuyó a modernizar la Región e hizo posible que tuviera un aeropuerto civil durante 55 años

Durante sus años de formación en la AGA, complementan los estudios académicos con la formación militar y, en el caso de los aspirantes a piloto, el aprendizaje de vuelos. «La AGA es una referencia de enseñanza en vuelo al nivel de cualquier otro país avanzado», destaca el historiador. «Es un referente durante el resto de nuestra vida de todo lo que vamos desarrollando en la carrera militar», admite un oficial, exalumno de la base de San Javier. La sola visión de los aviones desdibujando nubes sobre la laguna y sus alrededores ha despertado vocaciones aeronáuticas en un territorio que ha ido cambiando con la modernización de su recinto militar. En la historia figuran pilotos murcianos legendarios, como el coronel lorquino Jesús Fernández Tudela -víctima del accidente del Juncker en 1950-, o el instructor sanjaviereño de Tiro y Bombardeo Ángel López, quien lució la Medalla de Sufrimiento por la Patria tras salvarse de la grave caída en un Bristol. De San Javier era el piloto republicano Gregorio Pardo, que tras combatir en el aire y pasar por un campo de concentración regresó enfermo de tuberculosis y murió a los 26 años en Cartagena.

«Hubo épocas duras, sin agua corriente y con medios precarios. Cuentan que se afeitaban con alcohol y se lavaban en el mar, pero a pesar de todo hubo un espíritu de coraje coletivo», sostiene el historiador Sempere. Como en tantos otros logros de la humanidad, los pilotos más punteros vuelan ahora a hombros del arrojo de sus antecesores.

Una historia entre el mar y el cielo

Resulta difícil imaginar el panorama que se encontraron aquellos primeros aprendices de aviadores al llegar a la orilla del Mar Menor. Quedan testimonios gráficos de los años cuarenta del escuadrón de alumnos en formación a través de la incipiente aldea de pescadores y labradores, que se asombraban al ver el avance de la perfecta cuadratura de uniformes oscuros, encabezada por los oficiales a caballo. Más aún al observar sobre sus casas los hidroaviones, los torpederos y el enorme dirigible de exploración que fue trasladado definitivamente desde Barcelona a San Javier a principios de los años treinta. Su hangar, que fue atacado varias veces por la aviación nacional y los 'zapatones' alemanes en la Guerra Civil, evocaba una catedral con su sucesión de arcos. Solo dañaron algunas chapas de los laterales, contaba el general Javier Bautista en su libro sobre la historia de las bases aéreas en el Mar Menor. Años después, un piloto cayó en picado sobre el hangar, ya desmantelado.

A pesar de que la Armada ya llevaba en Santiago de la Ribera desde los años veinte para crear la Escuela Naval de Aviación, y que los primeros efectivos militares llegaron en 1929, los medios eran escasos. La primera plantilla, llegada con la misión de construir la Base Aeronaval del Mar Menor, la formaban 17 militares, sin contar 33 marineros y un cocinero. El primer jefe de la base fue el capitán de corbeta Rafael Ramos-Izquierdo y Gener, que contaba con el ingeniero de montes Ezequiel González para adaptar el campo de vuelo. Después, el dispositivo militar fue aumentando su envergadura, aunque la pista no se asfaltó hasta 1952 y los aterrizajes se convertían en una sucesión de trompicones. De la operatividad que alcanzó a los pocos años de su creación, cuenta el coronel Meroño que daba fe el hecho de que de los escasos 300 aviones operativos al final de la Guerra Civil, 69 tenían base en San Javier. En los hangares centenarios, que aún siguen en pie, dormían los Savoia, los Dornier Wal, las Vickers, los caza Martinsyde de combate y los Hispanos.

La doble aviación

La transición de los anticuados aviones alemanes fabricados en España a la llegada del material americano dio lugar entre 1955 y 1978 a la época que el historiador Sempere llama de «la doble aviación». «Veías un Galaxy al lado de una Juncker. Una dualidad que vivió la AGA», apunta.

El inicio de la transformación coincidió con el curso de formación del Rey emérito Juan Carlos I en 1958. Su promoción inauguró la era de los aviones Mentor, que cerró su hijo el Rey Felipe VI en 1988. Ese mismo año ingresa en la Academia María Eva Lequerica, del Cuerpo de Farmacia, la primera mujer que se integraba en las Fuerzas Armadas españolas. Ana Moreno lo había solicitado antes, pero la negativa la obligó a defender su acceso en los tribunales y, cuando al fin ganó el juicio, había sobrepasado la edad requerida. Fue en 2007 cuando Rosa María García-Malea se convirtió en la primera mujer piloto de caza y ataque. Una década más tarde, la comandante almeriense ingresó en la Patrulla Águila rompiendo otro techo de cristal en el ámbito militar.

La evolución no solo llegaba al cielo. Pocos recuerdan que en el recinto costero contaban con una sección de hípica, que fue sustituida por un escuadrón de motos Guzzi que salían en formación por el pueblo. Hasta la modernización de los aviones y de los métodos de enseñanza, el infortunio se cebaba con los pilotos. «La llegada del C-101 en 1980 marca un cambio radical en la AGA», señala Sempere. Sería el avión emblemático del Ejército del Aire, ya cumple la doble función de avión de enseñanza y de exhibición acrobática de la Patrulla Águila, que en 2020 celebrará su 35 aniversario.

Los festivales aéreos celebrados en 2006 y en 2018, con la asistencia de miles de visitantes a la costa del Mar Menor, han marcado un precedente destinado a repetirse dado el interés social despertado por la aeronáutica. Estas espectaculares exhibiciones de la fuerza aérea son el signo más visible de la apertura que la AGA ha puesto en práctica en la última década con el ánimo de hacer sentir a la ciudadanía el potencial del Ejército del Aire y hacerla partícipe de su misión de salvaguardar a la población. La creciente presencia de los representantes de la AGA en los actos sociales de la Región muestra una nueva cercanía, tan diferente de la que recuerdan algunos militares personificada en un exdirector de la base a quien el humor de la tropa, que tiene un género propio, apodó 'Rebeca' porque no aparecía nunca.

Una historia en común

Atrás queda una larga convivencia entre el estamento militar y un pueblo que despuntó a la sombra de los hangares. El diario 'La Verdad' ha sido desde los inicios de la base de San Javier testigo de su historia. El 13 de octubre de 1927, las páginas del periódico informaban del «comienzo de las obras del campo de aviación de Punta Galindo, a fin de remediar la situación angustiosa de la clase trabajadora por la prolongada sequía». No es que fuera su fin reactivar la economía local, pero así se hizo realidad. Como los medios de locomoción eran la bicicleta o la zapatilla, el personal militar comenzó a alquilar casas y habitaciones. «Por 250 pesetas mensuales, una casa de tres habitaciones, cocina de carbón, sin baño y con un retrete en el patio, y con el compromiso de dejarla libre en verano, alquiló el capitán Eutimio Hernández y su esposa Mercedes» al incorporarse a su destino en la base aérea, según narra el general Bautista. El Ejército del Aire adquirió y urbanizó los terrenos de la que sería la Ciudad del Aire para alojar a su personal, y se organizaron cooperativas de viviendas. La Marina de Guerra había construido pozos y depuradoras para resolver el abastecimiento de agua potable, pero ya con la creación de la AGA se realizó la conexión con la red del Taibilla entre la base y la Ciudad del Aire. El suministro de agua potable llegó más tarde a los pueblos cercanos, aunque el primero fue San Javier.

La apertura de colegios bajo la infuencia del estamento militar, y de academias especializadas en preparar a los aspirantes a cadete en las duras pruebas de acceso, o incluso la primera sala de Rayos X, fueron mejoras incorporadas al calor de la AGA.

La presencia militar en La Ribera propició, ya en la República, la llegada del ramal del ferrocarril hasta la Puerta del Águila de la base. La Región dio, sin embargo, un salto turístico con la apertura al tráfico civil de la pista militar en 1964. Una torre de control del Ejército del Aire compatibilizó durante 55 años los vuelos de entrenamiento de la AGA con los enlaces comerciales, que desembarcaron en la costa murciana a millones de turistas europeos hasta el cierre del aeródromo civil en enero de 2019 con la construcción de la nueva terminal de Corvera. Ha sido, sin embargo, la convivencia entre los murcianos y los nuevos vecinos que se han integrado cada vez más en la sociedad local, lo ha que tejido las entretelas de una estrecha unión. Santiago de la Ribera acoge cada septiembre a casi un centenar de nuevos vecinos que viven junto al Mar Menor la fase de formación que se llevarán hacia sus futuros destinos con un recuerdo permanente de ese pueblo entre palmeras donde aprendieron a volar.

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