No basta ser una diva para rendir auditorios. Ni es suficiente hacer que te alfombren el escenario para ofrecer un concierto tan soberbio como el ... precio de la entrada, la segunda más cara del festival. La gran Dianne Reeves, que en 2015 se llevó al otro lado del Atlántico el premio de Jazz San Javier, y que ha ofrecido ya cuatro conciertos en el parque Almansa, deja una quiniela de tres apariciones magníficas y un 'bluf', el de anteanoche, en el corazón de los aficionados.
La Maestra del Jazz, como la distinguió en 2018 el National Endowment for The Arts, situándola en el Olimpo del género, se dejó llevar por el exceso de confianza en el que caen algunas estrellas. Se administran a cachitos, como un breve placer, algo así como uno de esos platos con una bolita en el centro en un carísimo restaurante, y se rodean de sustitutivos que les completen el producto.
La ganadora de cinco premios Grammy se hizo esperar. Su fantástica banda, en la que sí brillaba una estrella, el guitarrista brasileño Romero Lubambo –fino, ágil, temperamental–, engarzó un miniconcierto antes de que la reina de Detroit apareciera. Y los interludios instrumentales estuvieron realmente bien. Reeves dejó ver después en un par de temas los insospechados registros vocales que contiene su caja torácica y la pulida doma de voz que le permite extraer polvo de estrellas en el arco iris que va de unos graves hirientes a esos trinos limpios que evocan a Ella Fitzgerald.
Antonio Serrano encandiló con su armónica y Dianne Reeves decepcionó con una actuación desganada
Por momentos es capaz de ser Nina Simone y, al instante, Sara Vaughan, Betty Carter o Shirley Horn. A pesar de su indiscutible calidad, el repertorio estaba concebido con desgana. Apenas cantó dos temas completos y se dedicó a improvisar. El colmo fue que le cediera gran parte del concierto a la cantante coreana Song Yi Jeon, que se dedicó a explotar en 'scats' como un robot imparable y apabullante, sin alma ni sentido, como un producto de la inteligencia artificial. ¿Asistiremos pronto a conciertos generados por la IA? La salida del público se convirtió en desbandada. Ni la diva ni su suplente lograron emocionar una pizca, algo que consiguió minutos antes el más humilde de los instrumentos, la armónica de Antonio Serrano, sin alfombra ni flores, incluso a trancas y acoples de micrófono que no le dejaban vivir al inicio.
Si algo sabe Antonio es sacar color de toda situación, acompañando a otros músicos o logrando el verdadero fenómeno musical que es convertir en solista ese instrumento que seguramente empezó a soplar en su calle, de chaval, para expresar lo que no podía con palabras.
A Antonio le da igual el blues que los boleros, lo latino que el bop. Ha abierto todas las puertas que guardan sus esencias, se las ha apropiado y las toca hasta el último aliento. Las redondea, las sublima y las lanza al público. Ahora se atreve a clavarte agujas con los clásicos. Schubert, Tchaikovsky o Ravel pasan por sus pulmones. Bach lo escucharía embobado por cómo araña con su 'Preludio'. Chopin guiñaría sus ojos tristes para asimilar lo que el madrileño hace con su genio. Beethoven tal vez gruñiría, pero de rabia por no sumar a su genialidad la fuerza y la suavidad, la poesía que deja en el aire un hombre solo con un pequeño instrumento.
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