Menchu Gutiérrez: «De niña soñaba que vivía en lugares remotos y hablaba muchas lenguas»
La autora de obras como 'La ventana inolvidable' participa este martes en Murcia, en la Fundación Cajamurcia, en el ciclo 'Voces de la Literatura'
Si ella fuese la protagonista de 'Mujer en la ventana' (1882), una de las memorables pinturas de Caspar Friedrich, podría asegurarse que su modo de ... observar el mundo, y de vivirlo, tiende a transitar por él sin causar molestias ni a los vivos ni a los muertos, ni contribuir al ruido delirante, ni a observar con malicia las vidas ajenas. Pero Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), ya tiene bastante con ser novelista, ensayista, traductora y poeta. Autora de historias como las que habitan en 'La ventana inolvidable' (Galaxia Gutemberg), o de 'Decir la nieve', una delicia de ensayo, participa este martes, a las 19.30 horas, en el Aula de Cultura de la Fundación Cajamurcia (Gran Vía, 23), en el ciclo 'Voces de la Literatura', que coordina el catedrático de la UMU, crítico literario, y colaborador de Opinión de LA VERDAD, José María Pozuelo Yvancos.
–¿Cómo fue su encuentro en su infancia con la lectura?
–Tuve la fortuna de vivir en una casa donde había libros muy diferentes. Libros de mis abuelos, de mis padres y, sobre todo, una gran colección de cuentos de hadas de todo el mundo. Aprender a estar sola con un libro es la mayor de las conquistas que recuerdo. Daba igual que hiciera frío, lloviera o hiciese mucho calor, el interior de un libro era una especie de maravilloso invernadero.
–¿Con qué fantaseaba de niña?
–Una de mis grandes fantasías fue pensar que de mayor podría dedicarme a construir fuentes con preciosos saltos de agua. Las veía en todas partes. También soñaba con tener un caballo. Vivía en países remotos y hablaba muchas lenguas. Más bien habría que reformular la pregunta y pensar en qué no fantaseaba [sonríe].
«Me gusta que un libro me obligue a dar un salto hacia algo desconocido»
–¿Qué lecturas le han marcado?
–Me han apasionado muchos escritores y poetas. En mi juventud, Kafka, Marcel Proust o Fernando Pessoa. Más tarde llegan Virginia Wolf, Robert Walser, Clarice Lispector, Danilo Kis, Kawabata... la nómina es muy larga. Casi todos me producen cierto vértigo, una mudanza profunda, la impresión de estar en contacto con una realidad diferente. Proust me enseña a deambular por los laberintos de la memoria; Pessoa me seduce con la multiplicación de sus yoes; Kawabata y otros autores japoneses, con una especie de exacerbación de los sentidos... Me seducen, me resultan inspiradores, y, sin embargo, lo que más me gusta de todos ellos es que son inimitables.
–¿Por qué escribe?
–Decía Clarice Lispector: 'Me preguntas por qué me ocupo del mundo, y yo te contesto: nací con ese encargo'. Me parece que también yo nací con ese encargo, o uno muy parecido.
Un hacha, un cráneo
–¿Qué libros prefiere?
–Los que te zarandean, los que te obligan a pensar, los que lanzan preguntas nuevas y te llevan a lugares donde no hubieras llegado de otra manera. Decía Kafka que uno tenía que salir de un libro como si le hubieran hendido un hacha en el cráneo. No hace falta tomárselo al pie de la letra, pero a mí también me gusta que un libro me obligue a dar un salto hacia algo desconocido.
«La falta de concentración es una de las grandes enfermedades de nuestro tiempo»
–¿Qué fuentes de inspiración ha ido encontrando usted como escritora?
–Siempre me ha parecido que he encontrado un alimento comparable al de los libros en la música, en la pintura o en determinado cine. El poso que me deja una película como 'Andrei Rublev' de Tarkovsky es comparable a la emoción de leer a Julien Graq o de contemplar un cuadro de Rothko.
–Silencio. Calma. Esmero.
–Para mí el silencio es la verdadera antecámara de la creación, junto con el tiempo, cada vez más escaso. Es evidente que vivimos en un mundo de aceleración creciente, víctima de la inercia, y que la falta de concentración es una de las grandes enfermedades de nuestro tiempo. La pausa, que es casi sinónimo de silencio, es necesaria para crear el espacio de la reflexión.
–¿Cómo se protege de caer en el desánimo o la indiferencia?
–No creo que esté en mi naturaleza caer en la indiferencia. Aunque, como casi todo el mundo, por instinto de supervivencia, tenga que dosificar la información dolorosa que se produce de manera casi incesante. Mi forma de combatir el desánimo, sin duda, es la creación.
–¿Qué relación mantiene con los autores que traduce?
–Creo que la traducción me ha ayudado a entender de qué modo el lenguaje, como en una especie de selección natural, toma decisiones y decide apostar por favorecer un aspecto u otro de la comunicación. Hasta donde esto es posible, traducir exige una especie de transformación, un dejarse invadir por otro.
–¿Y qué ha podido comprender del alma de Edgar Allan Poe, uno de los autores cuyas obras ha traducido?
–Hay muchos Poes. Yo he traducido cuentos que se han calificado como ciencia ficción y también su ensayo 'Eureka'. Me maravilla su valentía a la hora de embarcarse en los viajes más peligrosos. Estos textos ayudan a comprender la relación tan profunda que existe entre ciencia y poesía.
–Cuando escribe, ¿piensa en algún tipo de lector en concreto?
–Realmente, no pienso en ningún lector, a no ser que ese lector sea yo misma, en ese extraño desdoblamiento que se produce a escribir. Necesito seducir a ese tú tan exigente que parece transformar formar el monólogo en diálogo.
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