Una dura radiografía de la derrota humana en Filadelfia
David Goodis, autor de la novela negra 'La luna en el arroyo', era admirado por figuras como Foster Wallace y François Truffaut
Antonio Ortega
Crítico literario
Lunes, 9 de diciembre 2024, 00:13
A unos cientos de kilómetros de Rocksalt, Kentucky, el poblacho perdido de Chris Offutt, y de Knockemstif, Ohio, el secarral posindustrial y deprimido de Donald ... Ray Pollock, símbolos ambos de la novela 'Grit Lit' o literatura del arroyo, la cara B de la novela norteamericana que denuncia el atraso de la sociedad rural, se encuentra lo que podríamos llamar la cara A, que pone sobre la mesa de la crítica los múltiples submundos de la sociedad urbana en cualquiera de las megalópolis USA. En este caso, podemos hablar de novela 'Pulp', novela negra de la primera mitad del siglo XX y cuya referencia más conocida es la película 'Pulp Fiction', de Tarantino. También tiene características del realismo sucio al modo de Carver. Aquí nos referimos a los muelles del río Delaware, en la Filadelfia –hoy llenas sus calles de zombis del fentanilo– por las que en 1953 estibadores sin futuro y alcohólicos al límite pululaban por los rincones semioscuros de la miseria en busca de coronar su tragedia con una orgía de sangre con la que vengar su odio.
Es el caso de 'La luna en el arroyo', esta novela negra de David Goodis (Filadelfia, 1917-1967), un escritor poco conocido pero admirado por las grandes figuras de la literatura norteamericana (Foster Wallace) y el cine francés (Truffaut). En ella, Bill Kerrigan, estibador en el muelle del río, miraba por encima de la miseria que le rodeaba en la calle Vernon, un suburbio de casas desvencijadas, suciedad en las calles y gentes poco recomendables que caminaban al albur de sus desgracias con caras de pocos amigos. Pero Bill seguía soñando en abandonar aquella triste situación. Y se decía que había un mundo mejor fuera de aquella casa en la que vivía con su padre, su madrastra y la hija de esta, la pícara Bella, siempre haciéndole proposiciones sentimentales y no sentimentales, envueltos en un ecosistema afectivo desafecto, violento y doloroso, pues no existía una señal por la que entreabrir una puerta de escape.
'La luna en el arroyo'
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Género. Novela negra.
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Editorial. Sajalín Editores.
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Autor. David Goodis.
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Traducción de Diego de los Santos.
Y vivía queriendo ofrecer a su encantadora hermana pequeña, Catherine, un destino diferente al que ellos sufrían. Solo que Catherine se suicidó en un oscuro callejón cerca de la casa familiar unos meses atrás, dejando un rastro de sangre y de incertidumbre que Bill no podía olvidar. Por eso, sus pasos se encaminaban hasta la calle de su tragedia y podía observar las manchas de sangre que su hermana había derramado y que aún no se habían borrado, acaso instigando su conciencia o al menos suplicándole justicia. Bill no quería pensar en la inocente hermana que, a pesar de la pobreza del barrio, se sentía feliz entre la gente y deambulaba con libertad por sus calles inciertas. Pensaba en buscar culpables, todos eran sospechosos. En su casa, su hermano Frank no trabajaba, vagaba por doquier como alma en pena esperando una invitación ajena a cerveza o a whisky en algún antro maloliente, especialmente en el Dugan's Den, donde se refugiaban los vecinos expulsados de sus casas por sus mujeres o apegados al alcohol de forma perenne. Allí acudía también algún personaje excéntrico y adinerado con objetivos perversos y otra gentuza del hampa capaz de vender su alma al diablo por una botella ron.
Un culpable
Allí le llevaban sus pasos cansados tras muchas horas en el muelle soportando los gritos del jefe y las risas grotescas de los compañeros, que trataban de pasar las horas de trabajo de la mejor manera posible. Bill entraba en el Dugan's en estado de alerta, no sabía la razón, pero acaso intuía que allí podría encontrar indicios o señales que le facilitasen el camino de la verdad. Un culpable. No aceptaba el suicidio de Catherine sin una causa muy gorda. Encontraría al culpable y le haría pagar con su vida. Entró una tarde Loretta Channing, hermosa y altiva, con una mirada feroz y un cuerpo diez, en busca de su hermano, atildado y con la cartera llena, embriagado de éxito, mujeres y alcohol. Y ese fue un instante definitivo y determinante. Bill miraba a aquella mujer con ojos atónitos. Ella no era del barrio, no se veía por ningún sitio de su presencia la impronta de la pobreza y de la insignificancia de aquel lugar. Ordenaba a su hermano y decidía con carácter y de forma imperiosa. Quedó prendado. Ella se fijó en él y hubo un momento fugaz e inexplicable que se convirtió en una promesa atractiva. Bill sudaba. Cuando salió de aquel antro con su hermano tambaleante, subió a un espectacular MG descapotable impropio de la zona, que seguro que la llevaría a un barrio de casas bonitas, gentes alegres y calles limpias. O eso creía él. La figura de Loretta Channing se le incrustó en su cerebro, pero sabía que ella no pertenecía a su clase. Se convirtió en otra punzada en el corazón y en su mente. Bill Kerrigan presentía que se acercaba el final. Tenía a tiro de piedra al culpable y debía actuar con precisión. Y tenía entre ceja y ceja las promesas de Loretta y las miradas furiosas de Bella.
Dejó una veintena de novelas que merecen la pena. Es el caso de 'La calle sin retorno' y 'Disparen al pianista'
Víctima al fin de una sociedad que esconde en la miseria la pobreza de gentes que tratan de sobrevivir como pueden y carecen de futuro para sus hijos o de horizonte para sus sueños. Los poderosos ocultan siempre una visión cruel de la vida en las ciudades. Esta novela deja al descubierto tanta miseria y tanta desesperación. La misma desesperanza que unas décadas después transmitían los sonidos melancólicos de 'Strets of Philadelphia' en la voz de Bruce Springsteen.
La vida de David Goodis fue tormentosa, sufrió desgracias familiares como la muerte temprana de un hermano, la enfermedad mental del otro, y su propia trayectoria literaria con innumerables pleitos a sus versiones cinematográficas, que combina brutalmente con su ingreso final en una clínica mental. Muere a la edad de 53 años. Pero dejó una veintena de novelas que merecen la pena, lector. Es el caso de 'La calle sin retorno' y 'Disparen al pianista'.
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