Que la vida es un eterno retorno no lo voy a descubrir yo. Que aunque creamos que el pasado es pasado, que se ha ido ... y no volverá, aún nos esperan algunas sorpresas (unas buenas, otras malas) al volver la esquina. Pero si hay que pasar esos tragos, a veces de ambrosía y otras de sabor amargo, es mejor hacerlo con una banda sonora que esté a la altura.
Si tengo que elegir la mía lo tengo claro: La Habitación Roja. Quizás no es el grupo que más haya escuchado, pero cumple dos requisitos indispensables para acompañar mi historia: es la banda que más veces he visto en directo y en cada momento de clímax en el guion de mi vida, siempre hay una canción suya que define a la perfección cómo me sentía, qué pasaba por mi corazón y por mi cabeza.
La sensación de que esa canción ha sido hecha para ti, que te representa mejor que cualquier palabra que tú puedas articular es algo que nunca se olvida y te marca para toda la vida. Creo que el sentido primigenio de la música, lo que la hace la mejor de todas las artes, es esto mismo: es capaz de recorrer kilómetros de distancia para abrazarte, para que cojas su brazo y te levantes, para darte un tortazo en el cielo de la boca y señalarte el camino correcto.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaban 'Mi Habitación' y 'El Día Internacional de los Amantes', de La Habitación Roja
Sus canciones han sido terapia para mí. Recuerdo perfectamente que el primer concierto que vi tras caer en un cuadro de depresión, del que me costó horrores salir, en 2013 en Madrid, fue de La Habitación Roja. Recuerdo llegar tembloroso a La Riviera, sudando porque Madrid, ese junio, apenas daba tregua. No sabía cómo iba a reaccionar a estar rodeado de gente, en un espacio cerrado, escuchando un concierto. La depresión hace que incluso lo que más te gusta en la vida, se convierta en un suplicio.
Pero todo fue perfecto, fue eléctrico (así se llamaba el disco que presentaban). Comenzó a sonar 'El resplandor' y tuve una epifanía cuando aparecieron las primeras guitarras: estaba viviendo el principio del fin de mi pesadilla, y lo estaba haciendo con mi banda sonora. «Cerrar los ojos, pensar que todo puede cambiar, que me despierto al final. Salir de esta pesadilla y volver a empezar», se escuchó. Y ahí estaba yo, obediente.
Han pasado más de siete años y esa sensación no se va, ni quiero que se vaya. Tengo que agradecerle a La Habitación Roja no haberse movido nunca de mi lado, no haberme abandonado cuando más náufrago me sentía. Pero también tengo que darles las gracias por esos saltos junto a A. V. con 'El eje del mal'. Por los buenos y los malos momentos, por una vida llena de canciones que me han convertido en lo que soy. Gracias, chicos, por acompañarme.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión