Ángel Haro: «Muchas veces somos honrados porque no tenemos más remedio»
El artista murciano, ahora instalado en su estudio madrileño, presenta 'Crescendo', una muestra de pequeño formato, en Arquitectura de Barrio
Recordamos juntos que cuando sus hijos eran pequeños, disfrutaba meciéndolos sobre su pecho desnudo, como si fuese un barco de carga, una canoa, un arca, ... un velero o un pequeño Titanic, llamado a no naufragar jamás, en amoroso y salvaje movimiento. Y ríe ante esas imágenes el pintor, escultor y escenógrafo Ángel Haro (Valencia, 1958), afincado en Murcia desde que con catorce años abandonó París, y desde un tiempo instalado en su estudio de Madrid. Estos días, y hasta el 27 de marzo, expone en la galería murciana Arquitectura de Barrio una serie de obras últimas que ha titulado 'Crescendo'. Un placer, como siempre. Dice: «Soy hijo de una familia nómada, y los nómadas solo se tienen a ellos durante el viaje».
–'Crescendo'.
–Es una exposición doméstica, de pequeño formato, que me ha permitido jugar mucho y divertirme en el estudio, ahora que parece si no estás salvando una ballena o una tribu del Amazonas no eres artista. Se olvida un poco esto de que el arte también es, en serio, un juego del que entra a formar parte el descubrimiento del lenguaje plástico y de las formas. Esta maravilla de oficio te permite, a través del manejo de materiales, darle forma a ciertas emociones. Ahora parece que todo tiene que estar cargado de un contenido político, absolutamente todo, y tampoco eso es siempre preciso, ni necesario, sobre todo cuando, pretendiendo tener un discurso político, en lo que se cae es en la simpleza o en la frivolidad.
«Hay quienes hacen una medio chorrada, o una chorrada completa, y a todo el mundo le fascina»
–¿Qué le sigue sorprendiendo?
–Esa capacidad de comunicar, de emocionar, que puede lograrse con un trocito de papel y un poco de color. Me sigue fascinando pintar, me ilusiona y me hace sentirme tan vivo como cuando dibujaba lo que fuese en la infancia; la ilusión del niño, sus ojos bien abiertos, la capacidad de asombro... Evidentemente, ya no soy un niño, pero tengo la suerte de tener un trabajo que me transporta, como una máquina del tiempo, a esos impagables momentos de fascinación por cosas tan simples, ya le digo, como ver aparecer un azul sobre un papel. Y eso, conforme pasa el tiempo, te das cuenta de que es una magnífica suerte, porque hay mucha gente que abandonó ese tipo de emociones tan puras hace ya muchos años y no la han vuelto a recuperar.
–¿De qué tiene la sensación?
–Últimamente, de que soy un inconsciente [sonríe] y muy poco práctico para algunas cosas. Pienso que cuando más lúcido fui, y viví la vida con más sentido, fue durante la infancia, hasta los 14 o 15 años; después, he ido equivocándome... También pasé por esa etapa de pensar que cuando fuese más mayor y madurara [sonríe], sería mucho más sabio, pero a mí eso no me ha sucedido, yo sigo teniendo muchas dudas. Creo que de niño pensaba con una lucidez extraordinaria, lucidez que los niños pierden de golpe con la adolescencia.
«Los artistas no somos muy solidarios»
Bondad
–¿A qué pensamientos se refiere usted?
–Pensaba que el mundo era un lugar lleno de bondad y que la gente, si tú la tratabas bien y con respeto, haría lo mismo contigo. Y pensaba que todos éramos iguales, con los mismos derechos y oportunidades, por el mero hecho de haber nacido. Y, también, que los animales eran nuestros compañeros de viaje sobre la faz de la Tierra. Una serie de cosas que sigo pensando, pero ya sabiendo que la realidad no es esa, y que a veces, viendo lo que estamos haciendo con el planeta y con nuestros propios semejantes, de lo que te entran ganas es de pegarte un tiro.
–¿Con qué actitud sale cada día a la calle?
–No con la de un guerrero, con la coraza puesta y la espada en alto, sino más bien con la de un tipo muy curioso y luchador que mantiene la esperanza de encontrarse con gente y con situaciones interesantes.
–¿Qué sabe?
–Con el tiempo he aprendido que en esta vida es muy importante tener suerte, algo que tantas veces no tiene que ver ni con lo justo, ni con tu esfuerzo, ni con tu talento, ni con tu empeño. Tú te puedes esforzar muchísimo en la vida y no llegar a ningún sitio, mientras que otros, por una casualidad, una carambola o sin querer, hacen una medio chorrada, o una chorrada completa, y a todo el mundo le fascina. Hay gente que merece estar donde está y otra que en absoluto.
–¿De qué se acuerda?
–De cuando se decía que íbamos a salir mejores de la experiencia de la pandemia. Mire los casos que siguen saliendo de gente que se enriqueció a costa del miedo y del sufrimiento ajeno. Y lo hicieron sin ningún pudor; simplemente, pudieron hacerlo y lo hicieron. Nos llevamos las manos a la cabeza, pero no sé si todo el mundo hubiese sido capaz entonces de rechazar la posibilidad de enriquecerse de haber tenido la oportunidad. Muchas veces somos honrados porque no tenemos más remedio que serlo. Yo no me jacto de mi honradez. La vida me ha puesto en un sitio donde no me puedo lucrar, y supongo que no caería en esa indecencia de poder hacerlo, pero no lo sé realmente. No tengo capacidad para enmendarle la plana a nadie. Una cosa está clara: cuando tenemos que sobrevivir, sale el animal que llevamos dentro. Somos ángeles y demonios.
Autocompasión
–¿Asombrado?
–Por la cantidad de autocompasión que se maneja en el mundo del arte; nos lamentamos, estamos doloridos y mostramos nuestras heridas en busca de que los demás nos compadezcan, pero, luego, los artistas no somos muy solidarios, tenemos más autocompasión que compasión. Y la compasión nos hace grandes, pero la autocompasión nos hace imbéciles por completo.
–¿Qué le ayuda a tomar oxígeno, a respirar?
–Pues, por ejemplo, me oxigena la mirada de los perros, me maravilla que sigan teniendo esa forma de mirarte tan limpia; incluso cuando son agresivos, te lo avisan con la mirada; sí, es una gran cualidad. Y me enamora la capacidad de independencia que tienen los gatos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión