Ojalá te salgan manchas en la piel
'El último día de la vida anterior' ·
La novela de Andrés Barba insiste en la idea de que el amor y el deseo retuercen el tiempo a su antojo. Pero, además, este que el autor aborda en su novela no es un amor cualquiera: es un amor-demonio, pues nace de la imaginería y el deseo de un niño, y va dirigido, de hecho, a una madre que no termina de devolverle su afectoInés Belmonte Amorós
Sábado, 13 de enero 2024, 08:00
Andrés Barba publica, nuevamente bajo el sello Anagrama, El último día de la vida anterior (2023). Una novela esta que arroja luz sobre la psicología ... del fantasma, pero también la de los niños, en una atrayente amalgama de ambas categorías.
La novela de Barba insiste en la idea de que el amor y el deseo retuercen el tiempo a su antojo. Pero, además, este que el autor aborda en su novela no es un amor cualquiera: es un amor-demonio, pues nace de la imaginería y el deseo de un niño, y va dirigido, además, a una madre que no termina de devolverle su afecto. Este amor-demonio, o hybris infantil (entendiendo hybris como aquellas acciones que exceden la potencia humana), es una sustancia espesa en la que se mezcla el deseo roto de ser correspondido, con todo lo demás, desplegándose una cadena atroz: el castigo del niño hacia la madre; la conciencia de lo monstruoso en uno; la culpa que conduce a una suerte de autoaniquilación; y la incapacidad para situarse fuera de sí mismo.
Es inevitable pensar en el peso de la tradición literaria de las casas encantadas (Shirley Jackson, Stephen King, Lovecraft, o Henry James; pero también de la contemporánea como Mónica Ojeda y Mariana Enríquez)
Precisamente esto último será clave: lo externo al niño no es sino una repetición hastiada de la interioridad. O dicho de otro modo: el afuera, para el chico, carece de movimiento al estar sujeto a la culpa y la vergüenza. Este es su castigo.
Y, no obstante, la intuición infantil quizás se sitúe un poco más allá: matando el tiempo (deteniéndolo, repitiéndolo en bucle), puede que esa culpa también termine matándose.
Barba entonces da un paso más y apuesta por lo sobrenatural: convierte la hybris en una especie de hechizo. Escribe así una novela fantástica.
La historia encontrará un contrapunto a esta realidad fantasma: el personaje de la empleada de una inmobiliaria, configurándose también una obra sobre la ayuda mutua y solidaria, como señala el propio autor en el apartado de agradecimientos. No obstante, resulta muy interesante el que dicho contrapunto vaya cediendo y presentándose finalmente como falso: la vida y la muerte, la apariencia y lo verdadero, el fantasma y la carne, no son categorías puras y excluyentes, sino todo lo contrario: operan a la vez, confundidas entre sí. El narrador insiste en presentar la vida de la empleada como fantasmagórica; y la del niño, poblada de vida (una vida que no se muestra a simple vista).
El todo y la nada
En esta línea, el novelista explora con lucidez las zonas intersticiales; las manchadas, a la vez, de todos esos elementos. El oficio de la mujer -enseñar y vender inmuebles- permite la inmersión en esos lugares donde se acumula el todo y la nada. Las casas deshabitadas con rastros sutiles del poso humano son espacios privilegiados desde los que contemplar la vida y la ausencia de la misma. Desde los que el vivo y el muerto pueden encontrarse.
No es la primera vez que el autor explora el horizonte de lo terrible en la interioridad infantil (recuérdese la novelita 'Las manos pequeñas', por ejemplo), lo cual se nota en la sutileza de sus intuiciones
De este modo, es inevitable pensar en el peso de la tradición literaria de las casas encantadas en El último día de la vida anterior (Shirley Jackson, Stephen King, Lovecraft, o Henry James; pero también en la literatura contemporánea: Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Layla Martínez…), así como en la literatura de lo inquietante y lo siniestro, en la cual cabe nombrar a Borges -el propio Barba ha confesado su gran influencia-, Cortázar o a Allan Poe.
Por otro lado, no es la primera vez que el autor explora el horizonte de lo terrible en la interioridad infantil (recuérdese la novelita Las manos pequeñas, por ejemplo), lo cual se nota en la sutileza de sus intuiciones. Un reflejo de ello es la verosimilitud en el retrato del flujo mecánico de los pensamientos del chico (Ojalá te salgan manchas en la piel, pero rojas, violetas, verdes, ojalá se llene de manchas tu espalda y tu cara y tus pies y tus piernas y tus rodillas y tu sobaco y tu culo), o en la de sus silencios.
Palabra que piensa y obra belleza, con imágenes como esta: «Pensaba que el alma no era algo incorpóreo, sino una cosa sólida y pequeña, como los botoncitos de nácar de los chalecos y las camisas de encaje»
'El último día de la vida anterior' es muy disfrutable como palabra que conmueve, incluso aislada de la historia y del propio artefacto de novela. Palabra que piensa y obra belleza, con imágenes como esta: Pensaba que el alma no era algo incorpóreo, sino una cosa sólida y pequeña, como los botoncitos de nácar de los chalecos y las camisas de encaje. A través del recurso constante de los paralelismos, a veces llega a sentirse con claridad esa voluntad de conducir al lector hacia una verdad cuya eclosión va palpándose tensa y progresivamente; como si la voz narrativa se solidarizara con el niño, dejándose llevar por ese mismo hechizo. Este, de hecho, se abre ya en la primera página, con una cita de Alicia en el País de las Maravillas que nos invita a saltar al espejo.
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