Inspector Monfort
Julio César Cano acude de nuevo al personaje para la sexta entrega de una magnífica serie negra que es ya un fresco social de nuestros tiempos
Antonio Parra Sanz
Sábado, 20 de enero 2024, 07:53
Seis volúmenes se han publicado ya de la serie del inspector Monfort, de la mano del autor castellonense Julio César Cano, un número lo suficientemente ... serio como para que ya se pueda analizar tanto la evolución del personaje como la del propio autor, cuestiones que casi siempre van de la mano cuando se trata de hablar de novela negra.
Hace ya algunos años que el punto de referencia de estas tramas, que por otro lado han asaltado las librerías para quedarse, se desplazó de los grandes núcleos urbanos, con Barcelona y Madrid como focos de atención, hacia otras localidades más pequeñas, más modestas, si se quiere, pero en las que cabe una trama criminal siempre que esté bien urdida y tratada con respeto.
Un policía comprometido con su trabajo, el paisaje mediterráneo de Castellón, un cuadro de Goya sacado de su entorno para una exposición muy especial y dos desapariciones que dejan el evento en plena desnudez
Entornos cercanos
Podríamos hablar ahora de Vigata, de Ystad o cualquier otro lugar que los lectores reconocerán, y por supuesto, de Tomelloso, donde las andanzas de nuestro pionero Plinio vieron la luz hace ya unas cuantas décadas. Castellón es más grande que la localidad manchega, o al menos es capital de provincia, y ahí es donde Julio César Cano, honrando su tierra y su casa, ha situado siempre a su inspector, Bartolomé Monfort, haciendo que comparta el protagonismo de las novelas con la propia ciudad y otras localizaciones de la zona.
'La soledad del perro', de Julio César Cano
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Género Novela.
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Maeva Noir 414 páginas.
Ubicaciones aparte, este personaje ha ido calando poco a poco entre el buen lector del género, por su tenacidad, su punto de rebeldía, el pasado que arrastra, sus aficiones culinarias e incluso su voluntad de no anidar en casa alguna, salvo en habitaciones de hotel. Esas peculiaridades de Monfort le han vuelto muy reconocible, como deben ser los protagonistas de una serie negra, y se mantienen intactos en esta nueva entrega, en la que todo gira en torno a un famosísimo cuadro de Goya que sale de El Prado para recalar en la urbe castellonense, en una exposición sin precedentes.
Ese «Perro semihundido» del genio aragonés, emblema de sus pinturas negras por su demoledora sencillez, es el elemento de unión en una trama en la que el comisario de tan magno evento desaparece sin dejar rastro alguno y en la que irán produciéndose también algunas muertes en apariencia sin relación alguna.
No hay golpes de efecto ni sorpresas facilonas, sino la voluntad de ir encajando piezas al tiempo que se invita al lector a que las encaje también, pero siempre con un estilo serio y respetuoso
Profesionalidad investigadora
Hablar ahora de los recursos criminales o detectivescos de Julio César Cano sería pecar de liviandad, por extensión y porque tras seis entregas están probados de sobra, pero quizá sí sea conveniente avisar al lector neófito de lo que puede hallar en estos cuatro centenares de páginas. Y es que, amén de la trama principal, el lector hallará pulsiones humanas pendientes de resolver, tanto de Monfort como de alguno de sus colaboradores, y hasta un fresco social de algunos sectores acostumbrados al mando que conllevan el lujo, la ostentación y el poder.
También, qué duda cabe, hallaremos en la novela un ritmo medido, en ocasiones hasta calmado, porque la realidad así lo exige, porque la fidelidad con los procedimientos policiales es enemiga de las prisas más propias de lo televisivo y cinematográfico. Julio César Cano lo sabe y se toma su tiempo, para hacer respirar a los personajes, para encajar en el día a día de la investigación aquellas cuestiones personales que los asedian, volviéndolos vivos y haciendo al mismo tiempo que el lector se involucre un poco más en la trama.
El destino de ese perro, y de las personas que se irán moviendo a su alrededor, se va trazando en cada página, con cada testimonio, con cada descubrimiento pero también con cada ausencia, y como es habitual en el autor, nos meterá de lleno en la pintura, al igual que ha hecho en las entregas anteriores con el tema correspondiente de cada novela (la música, los sin techo, el fanatismo religioso, el comercio o la juventud perdida).
Hallaremos en la novela un ritmo medido, en ocasiones hasta calmado, porque la realidad así lo exige, porque la fidelidad con los procedimientos policiales es enemiga de las prisas más propias de lo televisivo
Fresco social
Es quizá el último mérito de la novela que nos quedaba por mencionar, y tiene que ver con lo sociológico, porque los retratos sociales que perfila Julio César Cano en sus novelas son siempre producto de una mirada atenta del autor que no le vuelve la espalda a la realidad, tal y como se supone que debe hacerse cuando se practica este género.
Por lo demás, y haciendo honor a ese ritmo antes mencionado, no hay golpes de efecto ni sorpresas facilonas, sino la voluntad de ir encajando piezas al tiempo que se invita al lector a que las encaje también, pero siempre con un estilo serio y respetuoso, para que, si es que aún queda alguno, callen aquellos que le han negado a la novela negra el pan y la sal de la calidad literaria.
Acérquense a conocer a Monfort, y verán una vez más que nuestros policías literarios no tienen nada que envidiar a esas otras figuras internacionales a las que desde siempre han intentado que subamos a los altares de la fama. Esa fama hay que ganársela con novelas y series como las de Julio César Cano.
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