La difícil guerra contra el olvido
Paco Roca y Rodrigo Terrasa no se privan de exponer ante el lector en 'El abismo del olvido' los elementos más cruentos de los procesos de fusilamientos de la guerra civil, persiguiendo la conmoción y la catarsis
Inés Belmonte Amorós
Sábado, 20 de abril 2024, 07:22
No es la primera vez que Paco Roca (Valencia, 1969) se aventura a componer un cómic que versa alrededor de la Guerra Civil, pensando especialmente ... las cenizas del conflicto. Así lo hizo ya con 'Los surcos del azar' (Astiberri, 2013, con versión ampliada en 2019), obra ambiciosa y cuidadosamente documentada, que aborda la vida de los exiliados de la guerra en territorio francés, adoptando la doble óptica del pasado y del presente. En este sentido, hay otro tema fundamental que subyace tanto en la obra referida como en su libro más reciente, 'El abismo del olvido' (Astiberri, 2023): la memoria. La memoria enterrada y la urgencia desde el presente de desempolvar las historias, reconocerlas y dignificarlas. Las de los exiliados, las de los fusilados, las de los supervivientes (sobre todo en femenino) que solo pudieron hacer el duelo a puerta cerrada y en silencio.
No obstante, en esta ocasión Roca trabaja codo a codo con el periodista Rodrigo Terrasa (Valencia, 1978), coautor de la obra, y quien lleva aquí el peso de la idea original y la documentación histórica de la que se nutren las viñetas. En este aspecto, la información recabada a través de entrevistas, lecturas de estudios arqueológicos y antropológicos, y de artículos periodísticos, se vierte a veces incluso literalmente en el cómic. Por ejemplo, por medio de la transcripción textual de un fragmento de entrevista real a Josefa Celda ('Pepica'), hija de un agricultor fusilado en la posguerra, y una de las protagonistas de esta historia.
Exhumaciones de la fosa 126
La historia de 'El abismo del olvido' se enmarca en el pueblo valenciano de Paterna, en especial, entre el cuartel, la antigua zona de tiro, y el cementerio. Temporalmente, la narración baila entre los primeros años de la posguerra, y el presente narrativo, contemporáneo al lector. En este presente -en perfecta correspondencia con la realidad- se llevan a cabo las exhumaciones de la fosa 126, una de las más grandes de España, en busca del cuerpo fusilado de José Celda, padre de 'Pepica' (ya actualmente recuperado). La hija, tras sufrir una odisea administrativa de años, tal y como se cuenta en el cómic, consigue la autorización legal que le permitirá desenterrar al padre y enterrarlo junto a su esposa, ya fallecida, respetando sus deseos póstumos.
En esa tenaz voluntad de dar nombre y humanizar a los fusilados, el cómic reconstruye partes de las vivencias de José Celda desde su detención a su fusilamiento. Y, junto a él, la de sus seres queridos, que esperan, que lloran, que resisten. Pero en la segunda mitad de la obra aparecerán otros dos protagonistas: el enterrador Leoncio Badía, desde el pasado, y su hija Maruja, desde el presente. El pequeño giro de la narración lo constituye el extraordinario descubrimiento, por parte de los arqueólogos, de unas botellitas de farmacia junto a los cadáveres. Y dentro de ellas, un papel con datos personales de los fusilados, colocado temeraria y cuidadosamente por Badía durante los enterramientos, pensando en la futura identificación de aquellos.
La historia se enmarca en el pueblo valenciano de Paterna, entre el cuartel, la antigua zona de tiro, y el cementerio. Temporalmente, la narración baila entre los primeros años de la posguerra y el presente narrativo del lector
Un botón de la camisa
Las botellas son esas cartas de esperanza al futuro; ese elemento de unión entre las dos franjas temporales en las que se mueve esta historia. Pero también son elementos de resistencia en sí mismos, al igual que las pertenencias de los fusilados (una carta escrita por el preso antes del asesinato; un botón de la camisa; un mechón de pelo…) que los seres queridos guardaban celosamente como sustitución del cuerpo que no podían velar, y después, como una suerte de altar improvisado. ¿Y resistencia contra qué? Contra el olvido, contra la amnesia impuesta durante la dictadura, y que tan dificultosamente se combate aún en la actualidad.
Pueden verse también estos objetos como desesperados intentos de entablar un diálogo, ya sea con el propio fallecido, ya sea con ese ansiado futuro reparador. El ansia de comunicación, efectivamente, es otro de los grandes temas de 'El abismo del olvido'.
En relación a la obra como producto narrativo, o literario si se quiere, resulta difícil levantar un esqueleto narrativo entre las múltiples digresiones tanto temporales como (sobre todo) de inserción de datos informativos en torno al tema. Se abordan numerosas cuestiones al respecto: el sentido antropológico y simbólico de los enterramientos, los procesos de fusilamiento, los actuales caminos administrativos y legales para la exhumación de fosas de las víctimas… Todo lo cual, si bien enriquece la parte documental, entorpece el seguimiento del arco de la narración. Este no es otro que el trabajo arqueológico en Paterna en el presente, junto a conversaciones e interacciones con las hijas de Celda y Baldía, y las historias y actos de resistencia en el pasado.
Crudeza
En este sentido, 'El abismo del olvido' quizá constituya más una compleja (y valiosísima) crónica periodística que un producto literario. Siguiendo esta línea de la crónica, llama la atención la dureza de las viñetas de Roca, acorde a esa voluntad de trasladar fielmente la realidad a las páginas, sin apenas mediaciones simbólicas que suavicen la crudeza de las imágenes (la profundidad de las fosas, los rostros ensangrentados, los camiones con cadáveres apilados…). También juega el dibujante con la figura del fantasma -ese que espera ser recordado y que acecha a los familiares, reclamando su memoria-, inteligentemente descargada de elementos macabros. Basta fijarse en la imagen de portada: hombres de traje, corbata y sombrero escalan la fosa y salen al exterior, a la luz, en una suerte de escena de realismo mágico. Hombres, digo, que no cuerpos o cadáveres. Algo vivo, con nombre.
Roca y Terrasa no se privan, pues, de exponer ante el lector los elementos más cruentos de la historia, persiguiendo la conmoción y la catarsis. Y es que además, como ya se encargan los autores de señalar, estamos actualmente en una gran cuenta atrás en este proceso de restauración de la memoria. Cada vez son menos los hijos, sobrinos, etc. aún vivos de los fusilados. Y al valor profundamente ético, identitario y emocional de este vínculo con el asesinado, de este deseo de dignificarlo, se le suma el valor testimonial de estas personas, el cual suele esfumarse con su muerte.
Quiero concluir con unas palabras de Josefa Celda, en una entrevista con Terrasa: «Lo de mi padre sí que fue una represalia, que lo mataron con la guerra ya acabada. Yo no quiero venganza, yo solo quiero llevar a mi padre al lado de mi madre y cuando me apetezca, llevarle un ramo de flores. No pido otra cosa».
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