'Angélica', la vocación de la libertad
Leo Ferrero ha estudiado su presente y sabe mejor que nadie lo que son capaces de hacer las multitudes cuando se sienten en peligro, huérfanas de líder. Lo vio en la Marcha sobre Roma
Reconforta saber que en los sótanos de la literatura aún se guardan sorpresas editoriales. No me refiero a la obra recóndita de un autor publicada ... tras su muerte, las memorias definitivas de García Márquez o los relatos de juventud de Javier Marías, sino original, rescatado del olvido, compuesto por un hombre desconocido para el gran y pequeño público. Es el caso de Leo Ferrero, un dramaturgo italiano nacido a principios de siglo XX, cuya trágica muerte en un accidente de tráfico truncó una carrera exitosa sobre los escenarios. Tenía de cara todo para triunfar: la juventud, la calidad estilística y el desparpajo para denunciar a través del artificio literario las tiranías del mundo. Pero no quiso el destino que Leo Ferrero fuese el Ionesco italiano o el Beckett transalpino. De ahí que la labor de la editorial Renacimiento, rescatando una vieja edición de 1937, y de la profesora María Belén Hernández González, en el aparato crítico, sea tan necesaria.
Diálogos brillantes
'Angélica' es una obra de teatro inmersa en el corazón de las vanguardias europeas. Escrita a principios de los años treinta, Leo Ferrero consigue por medio de la ilusión escénica crear un mundo paralelo a la realidad. No es tan distinto como el lector pueda pensar en un inicio. Existe una ciudad que sirve de trasunto veraz. Un Regente que culmina el sueño de todo dictador. Las masas de gentes se mueven por la calle, entran en las cafeterías y se desprende un olor a revolución que impregna el ambiente. La chispa que enciende la acción es Angélica, una muchacha que apenas aparece en escena pero que mueve el drama hasta las últimas consecuencias. Como si de 'Las mil y una noches' se tratase, el Regente quiere violar a la chica y consumar la cúspide de su poder. Es cuando se desencadenan diálogos brillantes que mezclan lo hilarante con la crítica social.
El microcosmos de la ciudad tiranizada se ve convulso por la llegada de un joven libertario, Orlando, que supondrá una reflexión copernicana a todos los personajes de la obra. Es Orlando el que enseña que la libertad se debe ganar, y que el ser humano no debe conformarse con la cárcel, cuando tiene a su disposición la libertad. El juego literario entre el bien y el mal no es superficial en los actos de Ferrero, porque los personajes no son sumisiones de esquemas ya diseñados. Sienten y sufren, dudan y se dejan llevar arrastrados por el torbellino de la maldad y por la esperanza de la luz. No es ni más ni menos que la Italia de los años veinte, la que aún soñaba despierta con frenar el fascismo, antes de que el propio Ferrero tuviese que exiliarse para salvar la vida.
Los personajes sienten y sufren, dudan y se dejan arrastrar por el torbellino de la maldad y la esperanza de la luz
El mensaje político resulta esencial para entender la obra, pero no contamina los demás aspectos literarios. Lo cierto es que encontramos en los actos un desarrollo psicológico de los personajes que demuestra habilidad técnica y altas dosis de conocimiento. Ferrero ha estudiado su presente y sabe mejor que nadie lo que son capaces de hacer las multitudes cuando se sienten en peligro, huérfanas de líder. Lo vio en la Marcha sobre Roma, cuando millones de italianos asumían el riesgo de privarse de libertad con tal de vivir seguros. Eso es el fascismo, un movimiento social que arrastra a inocentes, pero que tiene una estructura muy amplia. El personaje del Regente asume ese papel de Mussolini, el hombre que sabe leer la sociedad sobre la que reina, medio bufón y medio estatista, el reducto que encuentra la historia para someter a las naciones.
El papel de Angélica es clave en este sentido, y no es casual que la obra se titule así en su honor. Es el Pepe 'El Romano' del teatro lorquiano, esa fuerza que asfixia la escena, que genera los actos pero que apenas aparece. Por Angélica se mata y se muere. Por su amor los gobiernos caen y los revolucionarios cambian de chaqueta. Salvo Orlando, un ser de luz que asume el papel de la libertad, la democracia en peligro, con un mezcla de sinceridad y agonía al contemplar que el pueblo no está preparado para asumir su libertad.
Tiene Leo Ferrero mucho de D'Annunzio en la delicadeza de sus escenas, en la forma de cuidar el lenguaje. El teatro experimental con él encuentra una tabla de salvación, porque la historia es más importante que el método empleado. 'Angélica' es una obra atemporal porque siempre la libertad está en peligro. Por eso las voces de Orlando y el Regente seguirán discutiendo, también en nuestros días. Por eso es más necesario que nunca recuperar a Leo Ferrero.
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