Nuevo remedio antiguo

Nos sentiríamos menos desdichados si no buscáramos con tanto ahínco la felicidad, pero esa aspiración está inscrita en la naturaleza humana. Cada época ha propuesto sus recetas y algunas son tan intemporales que coinciden. Beltrand Russell escribió un libro titulado 'La conquista de la felicidad', pero él sabía que ella se resiste por más que la cortejemos y a veces se entrega aunque no le hagamos demasiado caso. Para remediar su veleidoso comportamiento, los científicos de EE UU acaban de descubrir un medicamento que, según prospecto, borra selectivamente las experiencias más amargas. Es nuevo pero también es muy antiguo. En Colombia y en Venezuela he oído pregonar por las calles «yugos milagreros y yerbas para olvidar». Ahora se van a vender en las farmacias a toda patilla.

La memoria es insurgente y aunque viva en cada uno de nosotros no obedece a nadie. Los experimentos hechos con ratones creo que han dado resultados satisfactorios, pero no somos ratones, aunque algunos políticos y algunos banqueros nos la sigan dando con queso. Quizá para eliminar la ansiedad y el desconcierto que produce la búsqueda de eso que llamamos felicidad, habría que limitarse a encontrarse con ella cuando quisiera, no cuando nosotros acordásemos la cita.

-¿Es usted feliz?, le preguntaron a un amigo mío, que era especialmente orgulloso.

-No, pero ni falta que me hace.

No era mala la receta machadiana, aunque no fuera con él. Estaba convencido de que para llegar a un buen acuerdo o, por lo menos, a un armisticio se precisan dos cosas: una buena salud y la cabeza vacía. Además son cosas que vienen dadas y que no cuestan dinero, como la píldora que borra los malos recuerdos, que tiene toda la pinta de ser un negocio más o menos redondo. El nuevo remedio es bastante antiguo y además no ha servido nunca. Debieran probar, en primer lugar, con sus inventores.