Informarse sobre adelantos científicos puede ser perturbador para los lectores voraces de ciencia ficción. Además de visualizar los posibles escenarios catastróficos de cada descubrimiento revolucionario, ... tenemos que lidiar con la certeza de que ningún estrato de la sociedad dará crédito a las advertencias que nos ha regalado, con décadas de antelación, la buena literatura de anticipación. Las ideas de Orwell, por ejemplo, en lugar de inspirarnos a blindar la privacidad de los ciudadanos y prepararnos para rechazar las 'fake news', han servido para que estafen a los ayuntamientos con la milonga de las 'smart cities' y encerrar a un puñado de cretinos en una casa con cámaras para que se peleen y copulen en 'prime time'.
La ciencia es prodigiosa pero puede dar mucho miedo. Véanse esos investigadores de la Universidad de Yale que han logrado resucitar órganos y restaurar funciones cerebrales de cerdos muertos. La guasa es que esa tecnología se aplica mediante la irrigación de un fluido experimental que recuerda sospechosamente al inventado por el doctor Herbert West, un personaje de Lovecraft que ya reanimaba tejido muerto a jeringazos en 1922.
La palma se la llevan los primeros avances en un nuevo campo conocido como necrobótica, que no es otra cosa que construir robots a partir de criaturas muertas. Hay circulando un vídeo de unos cadáveres de arañas reconvertidos en ganchos mecánicos que es puro material para pesadillas, pero nada comparable al tratamiento de este tema que George R.R. Martin hizo en su duro pero magistral relato 'El hombre de la casa de la carne'.
Resulta irónico que un género literario que ha demostrado ser profético en tantas ocasiones esté, sin embargo, tan denostado. Si algún día nos enfrentamos a un apocalipsis zombie estoy seguro de que entre los resucitados no faltarán escritores de ciencia ficción que, en lugar de salir de la tumba para devorarnos el cerebro, lo harán para decirnos aquello de: «¡Os lo dije!».
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