No quiero hablar del Mar Menor porque creo que en los últimos días hemos leído, dicho y escrito casi todo y, lo que no, lo ... dijimos, escribimos o leímos en el 2016. Vueltas y vueltas a un mar en el que es prácticamente imposible ahogarse a no ser que le pongas muchas ganas y, al parecer, la sociedad entera se ha empeñado en tragar agua.
Así que voy a hablarles de una afición rara que tengo: las series de médicos, de hospitales. Me encanta que todos hablen muy rápido usando términos técnicos que se nota que los actores no entienden y que todo se solucione en 40 o 50 minutos.
Es verdad que a veces alguien muere, pero solo para darle algo de verosimilitud. En general, cualquier personaje al que le cojas cariño se va a curar. Y todos los sanitarios saben exactamente qué tienen que hacer para curar al enfermo. Da igual que sea un pediatra al que te encuentras en la puerta de urgencias y que (¡sorpresa!) también es el encargado de operarte o un experto en enfermedades infecciosas que, además, es insoportable. El caso es que siempre hay alguien que sabe exactamente lo que te pasa y cómo curarte y los demás le dejan. Protestan un poco, intentan demostrar que es una locura, pero le dejan.
Estos días me encantaría estar viendo una serie de médicos. Alguien miraría el Mar Menor, haría esa primera pregunta de «¿está consciente y orientado?» y a partir de ahí todos se pondrían a estudiar como locos los síntomas para llegar a un diagnóstico. Encima de la mesa habría dos posibilidades, a cual más dramática, escogerían una, y acertarían. Porque el Mar Menor es de esos pacientes a los que le hemos cogido cariño y los guionistas no se pueden permitir matar.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
