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Hace 100 años, un 14 de mayo de 1925, veía la luz 'Mrs. Dalloway', novela de Virginia Woolf. ¿Y quién es Mrs. Dalloway? Clarissa Dalloway, ... señora de Dalloway, es un personaje de unos cincuenta años, rodeada de comodidades físicas y encajada en unas expectativas sociales muy limitantes. Clarisa encarna el ideal de esposa y madre perfecta; con el único objetivo de apoyar a su marido, y destacar socialmente en la 'flamboyante' Londres de los años 1920: un auténtico ángel del hogar. Además, es hermosa y serena, ambas características deseables en una mujer de la alta sociedad. Ese saber estar y esa serenidad –'be demure', que diríamos hoy–, oculta la represión de muchas emociones y deseos para encajar en un ambiente social donde se siente observada y juzgada en cada paso. La escritora Virginia Woolf retrató cómo la señora Dalloway se resignaba, insatisfecha, con ver pasar la vida delante de ella, refugiándose en sus recuerdos, y en las actividades que una mujer de su posición podía desempeñar. Una jaula de oro.
Woolf fue una escritora británica que formaba parte del grupo de Bloomsbury; un grupo de intelectuales y profesionales que tenían en común ser 'alumni' de Cambridge, y el rechazo hacia las costumbres victorianas. Para los que somos economistas la figura más destacada de ese grupo fue, sin atisbo de dudas, J.M. Keynes. Pero esta columna rinde tributo a una de las principales figuras literarias del modernismo.
Virginia Woolf fue una privilegiada, por su extracción social y su inteligencia. No obstante, durante toda su vida arrastró severos problemas de salud mental, que la llevaron a su suicidio en 1941, con 59 años. El apellido con el que pasó a la historia era el de su esposo, Leonard Woolf, con el que compartía pasiones políticas y culturales. Los Woolf eran una pareja disfuncional para la época que les tocó vivir: con un alto grado de independencia profesional, un vínculo basado en la admiración intelectual, y una colaboración profesional intensa. De hecho, ambos fundaron la editorial Hogarth Press. Ser cofundadora de una editorial le permitió a la escritora tener un control absoluto sobre su obra, y la distribución de la misma.
La publicación de 'Mrs. Dalloway' gozó de éxito cuando se publicó. Y, si bien no fue un 'best seller' en el sentido popular, sí atrajo a un público culto, interesado por las nuevas corrientes literarias del modernismo. En su novela la autora refleja cómo era la vida de las mujeres privilegiadas. El modelo de mujer retratado, centrado en la domesticidad, la pureza y la maternidad apareció por primera vez en un poema británico de 1854 ('The Angel in the House', de Coventry Patmore). Su influencia no se limitó a la etapa de la reina Victoria, ni a las islas británicas, sino que llegó a convertirse en un concepto global con una resiliencia y capacidad de adaptación mayor que la costumbre de tomar té. A través de la expansión imperial británica, y la influencia de su cultura en Europa, esta imagen caló no solo entre las élites que se podían permitir tener mujeres ociosas, sino entre las clases populares. La idea de una mujer centrada en el rol de esposa y madre instaló la falaz creencia de que también en una familia trabajadora era suficiente con que el marido se encargase de ganar el dinero para sostener a todos los miembros del hogar. Este ideal situaba a los hombres en la esfera pública, donde se valoraba la independencia económica y el éxito profesional. La dependencia económica de las mujeres con respecto a sus esposos las colocaba en una posición privada y vulnerable. Y, es más, en aquellas –muchas– situaciones donde los ingresos del hombre no alcanzaban para mantener a su familia, las esposas que trabajaban sufrían el estigma vergonzante de no de tener un marido que ganase lo suficiente, y asumir además la culpa de no saber administrar un sueldo.
Estos escenarios de escasez quedaban muy alejados del único objetivo de Clarissa Dalloway: organizar una fiesta a la que iba a acudir el mismísimo primer ministro. La fiesta fue un éxito, pero nuestra protagonista, que cumplió exquisitamente con su papel modélico, terminó triste, melancólica. El ángel del hogar se aburría en su jaula de oro.
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