Campañas electorales
Si de Fraga se decía que tenía el Estado en la cabeza, de Sánchez podemos concluir que tiene una urna sobre los hombros
Algo huele a podrido en el calendario. Es el hedor de las campañas electorales, esas dos semanas en las que los políticos intentan comportarse como ... personas normales, como Paco, el de la frutería, o Susana, la amable peluquera que me cortaba las puntas. Algunos lo llaman, entre tertulias de café parlamentario, bajar al barro, y no hay expresión más sublime para entender lo alejada que está nuestra clase dirigente de la calle. Por eso, durante dos semanas cada cuatro años, caminan nuestros próceres de la democracia por las avenidas, saludando, besando a los votantes con júbilo, estrechando manos a diestra y siniestra, prometiendo y jurando en todas las lenguas constitucionales cambiar la vida, parar la estaciones y reunir el paraíso bajo su mandato.
Tiempo atrás no había mucho más que un cartel electoral, un eslogan ripioso y unos cuantos mítines en plazas abarrotadas con mercenarios demoscópicos. Pero ahora todo ha cambiado. En una sociedad que eleva templos a la imagen pero desprecia la palabra, la política se desenvuelve en instantes superfluos, pero constantes. Suena a contradicción, pero no lo es. El político moderno debe aparecer continuamente en televisión, en los periódicos, pero sobre todo, en redes sociales. De esta forma, la campaña electoral se ha extendido a toda la legislatura. Hoy, el político que inaugura un aeropuerto o asiste a una obra de teatro no publica en su perfil fotografías del evento, sino de su presencia en él. En una representación del 'Tenorio', en Lorca, recuerdo a un concejal de Cultura anunciando en sus redes sociales el acto con tres fotografías en las que solamente salía él: una de perfil, otra de costado y otra de frente. Y no, ese sujeto no hacía de Tenorio.
Cosas veredes, amigo Sancho, me digo a mí mismo cada vez que los astros anuncian en el cielo un nuevo ciclo de campañas electorales. Comienzan las partidas de petanca con jubilados. No hay nada como un micrófono encendido y una buena pregunta para entender lo hondo de la preparación de muchos de nuestros políticos. Servirían estas dos semanas como patrimonio nacional del humor, si no nos diésemos cuenta de que esta gente regirá nuestros destinos, decidirá en qué se invierte nuestro dinero y hablará en nuestro nombre durante, al menos, cuatro años.
Y no escribo desde el dolor que me produce constatar el escaso nivel de la política nacional, ya no digo regional o local. Sino desde la certeza de que transcurre el tiempo y uno intenta formarse intelectualmente para no caer en demasiados renuncios. Todo lo contrario que la política. Pasan los años y la falta de preparación intelectual sigue asomando sus patitas en el mes de mayo. Por eso entiendo las campañas electorales como surtidores de mediocridad. Este año, claro, con su correspondiente inflación de mediocres. Recuerdo un aspirante a concejal de Cultura que prometía abrir un museo de conchas jurásicas en las profundidades del río Guadalentín, una parada rociera o convertir las Alamedas en un bosque encantado.
Tal vez, la mejor anécdota de campañas electorales en la Región nunca haya existido en realidad. La leyenda cuenta que un alcalde de una localidad costera dijo en un mitin, animado por el calor electoral, que habían «alquitranado todas las calles de la ciudad». Al parecer, un colega licenciado le sugirió otra forma de construir el verbo, y le chivó «asfaltado», a lo que él respondió, con sinceridad de buen político, que sí, que era cierto, «que han faltado muchas por alquitranar aún, pero que se solucionará».
Fantasmas y espectros políticos han circulado y circularán durante estas dos semanas. Fantasmas como los que habitan el Valle de los Caídos, hoy reciclado en maná electoral. No hay cita con las urnas en la que Sánchez no acuda al mausoleo para rascar votos. Es sin duda Sánchez un hombre especial. Tanto que ha convertido los años de Gobierno en una campaña electoral continua. Sus días se cuentan con promesas. Construir cientos de miles de casas a la vez que anima bajo ley la okupación, prometer mano dura contra los corruptos mientras se suaviza la malversación. Es un encantador de serpientes. Si de Fraga se decía que tenía el Estado en la cabeza, de Sánchez podemos concluir que tiene una urna sobre los hombros.
Fantasmas y espectros como en Murcia, una película cuyo final ya nos han contado miles de veces. López Miras prometerá incluso caminar sobre las aguas del Mar Menor y renunciará a los nitratos como los vampiros repelen la cruz. «Nunca han existido». «No sé nada de eso». José Vélez negará quién es su jefe para, al menos, probar una torpe inexistencia en la legislatura que viene. La extrema izquierda, con sus odios africanos, de camino a su tierra prometida, y Vox convirtiendo el campo en sueldos para concejales. Un panorama desolador que ni las desaladoras perturbarán, porque en Murcia está todo hecho y derecho. A pesar de los abrazos electorales a Paco y Susana.
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