Las armas y las letras
Alguien que suele divertirse en 'El Hormiguero' a diario ahora ha dejado su firma al lado de la de Vargas Llosa, Muñoz Molina, Matute o Cela
Siempre lo he imaginado taciturno, pesaroso al atardecer, contemplando la otra orilla del mar, la del enemigo, en la que no debía estar, mientras en ... España otros se llevaban la gloria de Lepanto y escribían el teatro de una época. El Cervantes de Argel es un hueco en la historia, cinco años que convirtieron a un joven héroe de «la más alta ocasión que vieron los siglos» en un lisiado maduro, sin oficio ni beneficio. Un superviviente del que apenas quedaba memoria, tratado como un esclavo en los márgenes de un Imperio en donde no se ponía nunca el sol. Pero a él le había tocado, qué mala suerte, la noche perpetua de la geografía filipina.
Cómo sobrevivió un cautivo cristiano cinco años en manos de herejes (para utilizar la dialéctica de ese tiempo) es una de las grandes preguntas que encierra el personaje. También la persona, porque Cervantes reúne la dos sustancias. Es, tal vez, la parte de la historia que más me apasiona, mucho más que la de ese funcionario aburrido que recaudaba impuestos para la Armada Invencible y que se equivocó al hacer las cuentas. Cinco años de cárcel argelina con varios intentos de fuga solo los salva la carne, a mi entender. Pero Cervantes no cambió la celda por el hamán, como cuenta Amenábar (que es libre para pintar la historia como le plazca). Fue una obligación. Una violación de su cuerpo y de su intimidad. Son varios los investigadores que apuntan a esto. A Cervantes no le cortaron el cuello porque el bajá se encaprichó de él. Ni amor ni romanticismo, sino humillación sexual. Tal vez si el manco de Lepanto hubiese sido mujer lo entenderíamos todos a la primera.
Las armas y las letras en el siglo XVI se disputaban en una prisión, en el campo de batalla, en las tertulias de todo el reino. Ahora se desarrollan en los despachos, en las instituciones culturales. No sé qué pensaría el pobre cautivo de Argel al despuntar el alba, en los brazos del bajá, si supiese que bajo su nombre se han creado premios de indudable valor y el organismo más prestigioso para expandir el español fuera de las fronteras (que son más pequeñas que en sus tiempos, ahora sí que se pone el sol muy a menudo). El olor bélico se cuela entre las páginas, corre por los dedos de los escribanos. Nuestro siglo no será de oro, pero al menos aspiramos al plomo.
De eso va el tema de nuestro tiempo, del choque de instituciones, de exaltar el pasado filológico de los altos cargos. Qué arcadia feliz. Luis García Montero le ha afeado a Muñoz Machado, presidente de la RAE, que no tenga estudios lingüísticos, que sea más un mercader persa (casi argelino, le faltó decir), que haya convertido la institución en no sé qué bazar estambulita, donde se vende hasta el alma, pero se cuida poco la letra. Para mí, la RAE dejó de tener importancia desde el momento en el que denegaron el ingreso a Luis Alberto de Cuenca por méritos propios. Él, que es uno de los mejores poetas de nuestro tiempo, un excelente gestor cultural. Y además, un filólogo de los que ya no quedan, tendría que haber dicho Montero, pero no lo dijo. A pesar de mis reticencias a la Academia que limpia, fija y dar esplendor, intuyo que detrás de las críticas del poeta de la experiencia están las manos del Gobierno en su cruzada por colocar a afines en todas las instituciones que le faltan por copar. Sánchez nunca será Felipe II, pero aún está a tiempo de reencarnarse en el Rey Sol y alcanzar todos los estamentos, vivos y muertos, del país.
Mientras luchan la RAE y el Cervantes, le dan el premio Planeta a otro presentador de televisión. Leo conmoción y espanto en las crónicas (algunas rosas). Con muchas menos armas de las esperadas y ausencia total de letras, Juan del Val se convierte en otro mito viviente de la literatura española. Alguien que suele divertirse en 'El Hormiguero' a diario ahora ha dejado su firma al lado de la de Vargas Llosa, Muñoz Molina, Matute o Cela. Y sin ser filólogos ninguno.
Octubre siempre trae el aroma de la literatura. Y de los premios institucionales. El Nobel se lo ha llevado un hombre del que me siento incapaz de pronunciar su apellido. Imagínese escribirlo. Tal vez, de todos los premios concedidos estos días, el que más me asombra es el Nacional, otorgado por el Ministerio de Cultura. Leire Bilbao se ha alzado con los 30.000 euros del premio de Literatura Juvenil. Su obra, 'Klera', ha sido escrita en euskera y no tiene traducción al español. El jurado lo componen quince miembros, de los cuales, solamente uno pertenece a la Real Academia de la Lengua Vasca. Doce de ellos, ni siquiera son del País Vasco, con lo que su entendimiento del euskera se presupone nulo. Qué edad dorada la que vivimos. Como dice Trapiello, si Cervantes viviera, el premio Cervantes se lo llevaría Lope de Vega. Y poco más hay que añadir a estas armas con tan pocas letras.
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