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Relativismo institucional

Domingo, 9 de noviembre 2025, 07:32

Hace dos semanas, tuve la suerte de participar, en Molina de Segura, en una mesa redonda cuyo tema de debate era el simulacro y la ... verdad. Junto con la filósofa Lilián Bermejo y el neurocientífico Salvador Pérez, se llegó a una pronta conclusión: toda verdad es una construcción cultural. No existen verdades absolutas ni preexistentes al lenguaje; algo que generó el recelo de algunos de los asistentes, el cual creyó ver en esta afirmación una invitación al relativismo radical. Intentándolo tranquilizar, le argumenté que, entre los defensores de las verdades preexistentes y los relativistas recalcitrantes, existía una tercera opción: aquella que Hilary Putnam denominó 'realismo interno' –esto es: a lo largo de la historia, los humanos hemos consensuado un número indeterminado de verdades que nos permiten convivir y convenir, sin ningún género de dudas, que una 'silla' es algo que sirve para sentarse, que un semáforo se puede cruzar cuando la luz está en verde y que ejercer violencia sobre otra persona es un delito–. Estas verdades son internas al lenguaje, pero son comunes e impiden que caigamos en el caos del relativismo sin límites. Aun así, y es algo que también fue puesto de manifiesto con un cierto grado de melancolía y pesimismo, la verdad –construida, humana, cultural– atraviesa una fase de serio desprestigio. Los consensos por los que siempre nos hemos regido, y que han permitido mantener viva la idea y la praxis de comunidad, están cayendo uno tras otro, hasta el punto de que nuestra democracia comienza a evidenciar la debilidad sintomática de un desahuciado. En la época de la 'posverdad', de las 'fake news', de la 'verdad líquida' –citando a Bauman–; cuando las mentiras han adquirido mayor verosimilitud que la verdad misma... parecía que el único suelo firme que nos quedaba era la confianza en la legitimidad de las instituciones. Y, precisamente hoy, por mor de la estrategia suicida de los partidos políticos –no hay ninguno que, en este sentido, se salve–, lo que podríamos denominar como el 'consenso institucional' –último garante de la verdad– se desmorona ante nuestros ojos sin que seamos capaces de detenerlo.

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