El último virus

Siempre se dijo que, en este mundo, todo lo que empieza acaba. En el caso de las Covid (que son tres, como las hijas de Elena), me supongo que ocurrirá lo mismo. La Humanidad doliente asumirá que el virus chino quedó asimilado a una vulgar gripe. Y, como tal, no tendría ya mucho que rascar. Una cosa parece inevitable. Siempre se llevará por delante en mayor medida a los viejos. Y si padecen lo que llaman 'patologías previas', peor me lo pones.

Si las cosas discurrieran así, además de que se evitarían muchas muertes, la tele dejaría ya de dar el follón a todas horas con la pandemia. Es verdad que, a pesar de todo, no han dejado de hablarnos de los tomates. Entiéndase por tomates todo lo que tiene que ver con la España gastronómica. La de esos innumerables chefs que no paran de inventar comiditas nuevas, que a todas horas reinan en la pantalla del comedor o de la salita de estar.

Esos menús son en su mayoría actuales, por más que todos los cocineros digan que las recetas vienen de sus abuelas. No es posible que haya habido tantísimas viejecitas, inventando millones y millones de nuevas maneras de hacer el bacalao. Claro que corremos el riesgo de regresar a unos telediarios que solo hablen del Gobierno, lo cual puede ser todavía más cansino que los infectados por cien mil habitantes o el 'máximo histórico' del precio de la luz.

Digo que volveremos quizás a lo de antes. Aunque, bien mirado, ¿quién te garantiza que merece la pena regresar a lo que se llevaba previamente a la pandemia? ¡Jesús, María y José!