Me la suda que me cancelen

La cultura de la cancelación no es más que la presión social de toda la vida, solo que ahora se ejerce fundamentalmente en el ámbito digital. Twitter, gracias por tanto. Pero en ocasiones hay quien pasa a la acción fuera del entorno digital. Algunos autores han sido linchados en las presentaciones de sus libros, libros que disentían de la ideología dominante.

Somos herederos de la Edad Moderna, cuando se puso de moda cazar y quemar brujas. Vivimos unos tiempos en los que las opiniones se han convertido en parte fundamental de nuestro autoconcepto.

Las discrepancias son percibidas como ataques personales. Las opiniones y los sentimientos se convierten en una fuente de percepción del mundo más importante que los datos objetivos. Cada uno se convierte en evangelizador e inquisidor al mismo tiempo. El ser humano sigue siendo un ser religioso.

Aventuro que tras este fenómeno está la necesidad de algunas personas de socializarse y de pertenecer, al fin, a un grupo, aunque sea virtual. También el deseo de militar en la vanguardia sin necesidad de pensar mucho e investigar nada, dejándose llevar por el gurú de turno. Otros simplemente se identifican con sus ideas y se convierten en perros de secta (véase el caso de los padres y madres estadounidenses y conservadores censurando autores y libros de las bibliotecas escolares).

Estamos acabando con el diálogo y lanzando nuestra ira sobre otros sin medir las consecuencias. Y hay preguntas de difícil respuesta, ¿se debe hacer un homenaje a un despreciable maltratador por muy Picasso que sea?

Bret Easton Ellis dice que ya lo canceló su editorial cuando no quiso continuar publicándole tras 'American Psycho'. Pero él es un hombre blanco, rico, de mediana edad y estadounidense que ha continuado publicando su obra, sus promociones ocupan las páginas de los principales periódicos y sus entrevistas se emiten en los tramos de máxima audiencia.

Quizás él se pueda permitir estas palabras.