«Hay que preocuparse más por cómo viven y no por dónde rezan»
Ana López y su hermano, agricultores jumillanos, emplean a decenas de inmigrantes para sacar adelante la cosecha de fruta de hueso
Ana y Antonio López son la tercera generación de una familia de agricultores de Jumilla que han pasado por todos los cultivos típicos del ... municipio. Ahora manejan alrededor de 100 hectáreas de fruta de hueso y estos días recogen los últimos melocotones y paraguayos. Llegan a sacar dos millones de kilogramos por campaña y, en los picos de más trabajo, llegan a emplear a medio centenar de jornaleros. «Esto demanda mucha mano de obra aunque tecnifiques el campo, y se sostiene con la población inmigrante», comenta Ana, mientras revisa la fruta dañada por el granizo de las últimas semanas.
A los dos hermanos les acompañan desde bien temprano el pasado viernes una cuadrilla de 16 personas, todas de origen latino o africano. «Todos los años tramito permisos de trabajo», y en muchos casos es la vía para regularizar la situación legal en España. «Muchas de esas personas que trabajan ahora en la agricultura mandan gran parte de su salario a sus familias, que están en sus países de origen. Se levantan a las cuatro de la mañana, llegan a echar doce horas, cargando kilos y kilos», detalla, al tiempo que pide combatir la economía sumergida que impide cotizar a los inmigrantes.
Ana marca muy bien los tiempos de trabajo para sus compañeros y evitar así la fatiga física. En el Ramadán, subraya, la jornada se adapta para hacerles llevaderos los días de ayuno. «Hay que poner más control a la droga», un problema creciente que ve en el municipio, «y preocuparse más por cómo viven, en qué condiciones y si tienen contrato. Y al final los problemas de la inmigración los atajas así, no diciéndole a la gente que no vaya a rezar al campo de fútbol».
Junto a ella, está Mahamadou Salou, 34 años y de Mali, quien llegó a España en 2018 y conoce a Ana de mucho tiempo trabajando juntos. «No me puedo quejar de nada, siempre he vivido del campo y ahora comparto una casa con varios compañeros», cuenta mientras descarga un capazo de paraguayos en una caja. «En las fiestas grandes de los musulmanes somos muchos, no cabemos en la mezquita, y por eso vamos a sitios más grandes». Mahamadou acaba repitiendo una frase que muchos vecinos de origen extranjero cuelan en las conversaciones de estos últimos días: «Yo nunca he tenido problemas con nadie».
Red de apoyo
Ana es tajante: «Si no estuvieran ellos no podríamos cosechar. No se puede ser hipócrita, decir que no quieres inmigrantes pero sí que vengan a recoger la fruta». Ellos, explica, construyen una red de apoyo que terminan tejiendo para cubrir necesidades básicas como la vivienda o la búsqueda de empleo: «Se apoyan mucho entre ellos porque han pasado muchas calamidades. Algunos de ellos también acaban armando follones y líos en el pueblo, y tiene que haber una mejor organización para que no surjan problemas. Pero si les fastidiamos con estas cosas el problema lo vamos a tener todos cuando vayamos al supermercado y no haya nada».
La agricultora decide poner el foco en los problemas que acarrea, ya de por sí, dedicarse al campo en estos tiempos. Pelear con el seguro por los daños del granizo o qué pasará con el agua de los pozos con los que riega sus hectáreas y por la que paga un alto precio. «A veces te montan una burocracia tan grande que no compensa», y apunta a otra cuestión: «Al final hemos tenido que quitar alguna variedad tardía porque el cambio climático también afecta». En el campo de Jumilla hay trabajo estos meses tras la recogida de la pera Ercolini y la vendimia que llega ahora, a lo que se suma un incipiente regadío que ocupa desde primera hora de la mañana a muchos en la recogida de melones.
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