El cierre de negocios tradicionales crece en Murcia por jubilaciones y nuevos hábitos de consumo: «No sé si tendremos relevo generacional»
Establecimientos de diferentes sectores reivindican el valor de la empresa local, pero lamentan que el sacrificio es cada vez mayor
«Nosotros somos tercera generación y en la cuarta esto posiblemente desaparezca. Lo veo bastante complicado», reflexiona Francisco, uno de los dueños de la Floristería ... San Lorenzo de Murcia. Es uno de los comercios con más solera de la conocida como antigua calle Correos, que ya no se parece en nada a la de 1955, cuando el establecimiento empezó a repartir ramos y coronas. Sin embargo, pese a su resistencia y su prestigio, tampoco es ajeno a unos nuevos tiempos que ahogan a estos negocios tradicionales. «Como toda la vida, se debería aportar más al pequeño negocio y comprar más», reivindica sobre lo que considera parte de la identidad de la ciudad. «La gracia del comercio, del pescadero, del panadero, del florista, del ferretero... todo eso se va perdiendo».
Las noticias de cierres de establecimientos en Murcia con décadas a sus espaldas son recurrentes en los últimos años. El restaurante La Parranda, la tienda de ropa Alemán, la droguería San Julián o las Chuches de Pepa son solo algunos síntomas de una enfermedad casi incurable. En el sector coinciden en que sus causas componen un cóctel: ajustes económicos, nuevos hábitos de consumo, crecimiento de las franquicias y, sobre todo, falta de relevo generacional en oficios que obligan a duros sacrificios de casi 24 horas. La última víctima ha sido Ricardo, la popular panadería de los panecillos de San Antón, que ha bajado la persiana por jubilación y deja un profundo vacío en el alma del barrio.
«Es verdad que esto es muy sacrificado y hay que estar muy encima. Yo me levanto todos los días a las 3 de la mañana», cuenta Josué, propietario del Horno de Belluga. «Yo quiero que mis hijos estudien y, si pueden, que tengan un trabajo más cómodo», reconoce el dueño de la pastelería. Es uno de los sectores de raíz más murciana, lo que le permite resistir ante las multinacionales de comida rápida que se multiplican por el casco histórico. «Soy un poco pesimista por el tema de las franquicias y de los nuevos hábitos, como tantas hamburgueserías, por lo menos en lo mío, que es la alimentación».
El paradigma de esa amenaza se encuentra a un par de minutos a pie de su local, en la calle Trapería. Empanadas Malvón, Fitzgerald Burger, Sabor a España, Popeyes, Ale-Hop, Bombon Boss, Miniso... Era una de las calles más reconocibles de Murcia, pero ahora cuesta diferenciar su paisaje de otras capitales de provincia y apenas quedan empresas locales. A unos metros, en Platería, se encuentra Toballe Calzados, con sus paredes cubiertas por cajas de zapatos fabricados artesanalmente. «El gran problema es la competencia que tenemos con empresas de fuera, que traen mercancías muy baratas. Nosotros hacemos un buen zapato, pero luego vemos por ahí el mismo fabricado en plástico», critica el propietario, Antonio, que lamenta otras dificultades económicas como los alquileres.
En la calle Jabonerías, clásica zona de boutiques de moda, el cartel de 'se alquila' o 'se vende' cuelga en varios bajos comerciales vacíos. En este sentido, los empresarios coinciden en que el problema no es solo el qué se compra, sino dónde. «La gente se va a los grandes almacenes, que abren todos los días del año. Allí es donde más clientes hay», añade Francisco, de la Floristería San Lorenzo, que atiende pedidos en pleno agosto. Mientras, en las calles de Murcia pocos se atreven a exponerse al sol y miles de murcianos se refugian cada día bajo el aire acondicionado de las grandes superficies. En esto coincide Pepe, de la mítica librería Ramón Jiménez de los soportales de la Catedral de Murcia: «Este año está haciendo un calor tremendo y eso pues quita gente. Los clientes que nosotros tenemos son antiguos, los vamos manteniendo, pero cuesta porque se nota la zona comercial».
Diferenciarse para resistir
Pese a este escenario y esa posición de inferioridad, Josué insiste con optimismo en una receta de toda la vida: «Creo que el pequeño comercio, especializado y con calidad, sobrevivirá. Una buena carnicería, una buena pescadería, una buena panadería. Nosotros intentamos ofrecer la mayor calidad y gracias a Dios no nos podemos quejar». De hecho, los comercios que sobreviven son los que se diferencian de las grandes cadenas por su especialización. «Nuestro negocio, las grandes empresas no lo quieren, porque las ventas son muy pequeñas», razona Fuensanta en la mercería Amorós, con estanterías repletas de bobinas de hilo, rafia, flecos, imperdibles.
«A lo mejor estás 15 minutos para atender a una señora y se lleva un botón de 20 céntimos. La empresa grande prefiere el autoservicio del cliente: él lo coge, llega a caja, paga y ya está. Eso es lo que también hace complicado el negocio», explica la empresaria, que cumple su horario a rajatabla en pleno verano pese a que la tarde anterior recibió a dos clientas. «Nosotros hemos podido coger una semanita de vacaciones, que otros años ni eso, porque un mes entero un negocio cerrado es imposible», sostiene.
Los comerciantes creen que solo los vendedores especializados sobrevivirán, pero, para ello, «tienes que sentir esto como propio»
En ese punto, como en cada conversación, vuelve a emerger la idea que decía Josué del sacrificio, pues quienes siguen adelante son los que sienten el negocio como su propia vida. «Yo es lo que sé hacer, esto es el pan de mi hijo. Así que pongo mucho empeño, mucha ilusión y lucho por sacar el día a día», añade el pastelero. «Y en fin, que vamos a ver si pudiéramos llegar a viejo viviendo de esto», coincide con una sonrisa Pepe, a sus 87 años, en la librería de los soportales de la Catedral, donde lleva desde los 14. «Mantener esto cuesta. También lo lleva mi hija, yo sigo ayudando, pero nos falta que las autoridades nos echen una mano», suspira el librero. «Pero esto merece la pena, una librería así, con tantos años, en una capital como Murcia. Y a mí me encanta estar aquí».
Mucha dedicación
Es la misma sensación de cada uno de estos comerciantes que han pasado décadas tras el mostrador, acumulando horas interminables de trabajo y atención personalizada a sus clientes de toda la vida. «Yo estudié mi carrera, pero esto es lo que siempre me ha gustado y aquí me quedé», explica Fuensanta en el histórico negocio de la familia Amorós. No conocen la fecha exacta de fundación, pero su historia se remonta al menos a 1912, fecha en la que ya aparecen artículos publicados en LA VERDAD. Es la mercería más antigua de Murcia. Al menos hasta ahora. «Yo tengo hijos y no sé si el día de mañana van a querer seguirlo», admite Fuensanta. «Ojalá, pero son muchas horas las que hay que dedicar para que el negocio salga adelante», concluye.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión