Jonás Trueba: «Los jóvenes muchas veces nos enseñan cosas, nos iluminan»
Este jueves y mañana presenta en la Filmoteca Regional 'Quién lo impide', Goya a la mejor película documental
Dice Jonás Trueba (Madrid, 1981): «Intento no perder de vista todo lo maravilloso que también sucede cada día». Cineasta y guionista de sutileza contrastada, siempre ... de cara al viento de la vida, esta le sonrió cómplice el pasado sábado cuando, en una de las galas de los Goya más aburridas de su historia, la XXXV, él recibió, con todo merecimiento, el Goya a mejor película documental por 'Quién lo impide', un imponente y apasionante retrato de la adolescencia al que se ha entregado durante varios años. A Louis Malle le habría encantado la verdad y la belleza filmadas por Trueba, que este jueves y el viernes presentará su película, a las 18.45 horas, en la Filmoteca Regional, en el ciclo 'La sala de cineastas' que coordina Manuel Nicolás. Y el sábado, a las 12.00 horas, presentará en el Museo Ramón Gaya su vídeo 'Ramón Gaya en el Museo del Prado', grabado con motivo de la participación de la obra del creador murciano 'Agua para una infanta', una serigrafía de 1990, en la ya clausurada exposición colectiva 'Cuarenta años de amistad. Donaciones de la Fundación Amigos del Museo del Prado'. Está de acuerdo con Frank Capra, claro: «Nadie es un fracaso si tiene amigos». Su trato es exquisito.
–Se le vio muy tranquilo recogiendo el Goya.
–Eso me dicen, sí; supongo que en vez de un ataque de euforia o de alegría desatada, sentí de pronto como el peso de la responsabilidad y, también, mucha extrañeza porque a mí los premios me resultan extraños. Me sorprende ver a los premiados celebrándolos como si hubiesen metido un gol en la final de un Mundial. Lo que sí ésta bien es que gracias a ellos se puedan ver un poco más las cosas que haces, o que puedan ser un impulso para emprender otro proyecto. En mi caso, me quedo con la alegría que se llevaron muchos amigos y los jóvenes que han participado en la película, para los que el premio ha supuesto un subidón.
–¿No suele usted alterarse con frecuencia?
–Eso intento. Para mí, la tranquilidad es un valor muy importante, la valoro muchísimo y por eso procuro estar rodeado de gente que me la transmita. Y más en este tiempo, en el que parece que todo se está desquiciando muy rápidamente, creo que tener tranquilidad, compartirla y recibirla de otros debería ser uno de nuestros empeños diarios.
«Me deprime bastante todo el espectro político; no me inspira especial confianza, ni respeto, ni nada»
–¿Cómo la consigue?
–Dándole a cada cosa la importancia que tiene, no dejándome llevar por locuras, ni por arrebatos, e intentando protegerme de toda esa cantidad de ruido cada vez mayor que nos rodea. Yo me esfuerzo por no dejarme arrastrar demasiado por la velocidad del mundo contemporáneo, ni estoy obsesionado con estar en todo y opinando de todo. Bastante tengo con las complicaciones diarias que me trae la vida, con sacar adelante mi trabajo y con ver cómo voy solucionando los frentes que se van abriendo. El caso es que yo también pierdo los nervios y la paciencia como todo el mundo, y no me escapo de algunos ataques de ansiedad. Pero, precisamente por lo que le cuento, estoy alerta a no dejar que las cosas se vayan de madre. Y para eso procuro siempre fijarme en lo bueno, en lo positivo. Hay algo que dice el cineasta lituano Jonas Mekas, cuyo trabajo me interesa mucho, que me parece muy acertado: hay que concentrarse en la belleza y en las cosas buenas, que son las que necesitan nuestro cuidado. Las cosas malas se cuidan solas.
–¿Cómo está planteada 'Quién lo impide'?
–Como una experiencia para el espectador, y por eso me gustaría que la gente la viese en el cine. Creo que vivir la experiencia de disfrutarla con otros espectadores en una sala es muy interesante: todos juntos viendo la vida pasar por delante, y hablándote. Y aunque es cierto que es larga [220 minutos], me atrevería a decir que es una película bastante entretenida; eso me han dicho muchos espectadores [sonríe].
–¿Qué idea de los jóvenes de hoy se ha formado tras esta experiencia?
–Son jóvenes con muchas incertidumbres, que tienen sus contradicciones y que cometen errores, por supuesto, pero al mismo tiempo tienen unas intuiciones maravillosas sobre la vida y sobre la realidad de cada día. Los jóvenes muchas veces nos enseñan cosas, nos iluminan. Creo que hay que respetarlos profundamente. Son, además, jóvenes que han crecido en una época particularmente movida, ya que a muchos les tocó vivir la crisis de 2008 a través de su familias; y ahora, cuando cumplen la mayoría de edad, llega esta crisis de la pandemia que viene a cuestionarlo prácticamente todo sobre el mundo tal y como lo conocían.
Más fuertes
¿Cómo les están afectando estas crisis?
–Yo digo que son una generación muy curtida, que ha crecido con la crisis y los problemas siempre ahí muy presentes; y eso, que es una putada, creo que también es algo que les ha hecho más fuertes. Les ha obligado a crecer más rápidos.
–¿Más individualistas e insolidarios o al contrario?
–Al contrario, menos individualistas y más solidarios. Los veo más conscientes de la importancia de los otros de lo que lo éramos nosotros. Me llama mucho la atención en ellos cómo se piden permiso y cómo se tienen en cuenta unos a otros. Y creo que son más respetuosos con las diferencias que pueda haber entre ellos, entre los de su misma generación, y también con personas que pertenecen a otras culturas y clases sociales y tienen otra forma de ver la realidad.
«De Ramón Gaya me interesa todo: su pintura, su escritura, su peripecia vital...»
–¿Cómo miran a los adultos?
–Creo que nos entienden bastante bien y, al tiempo, que nos miran de una manera crítica, pensando en lo que hemos hecho mal y en todo lo que podríamos haber hecho mejor.
–¿Usted qué observa con preocupación?
–Por ejemplo, me deprime bastante ahora mismo todo el espectro político; no me inspira especial confianza, ni respeto, ni nada. Y no he sido una de estas personas que no creen en la política, ni de las que no participan, pero ahora estoy más desencantado que nunca con la política. La política nacional me preocupa; le falta muchas muchas veces llegar a consensos mínimos, y a un consenso claro y necesario sobre Educación. Y me molesta especialmente el auge de los nacionalismos, cómo se han ido consolidando hasta el punto de que prácticamente todos los partidos parecen defender algún tipo de nacionalismo.
–¿Qué le interesa más del murciano Ramón Gaya?
–Ver cualquier obra suya siempre me alegra, y cada vez que voy a Murcia visito su Museo. De Gaya me interesa todo: su pintura, su escritura, su peripecia vital... Hay algo siempre en sus obras que me emociona mucho. En la pintura y en la escritura de Ramón Gaya he hallado consuelo muchas veces en mi vida.
Fenómeno de masas
¿Cines para qué?
–El cine ya no es, obviamente, ese fenómeno de masas que fue; no tiene la fuerza social que tenía, que ha ido perdiendo poco a poco. Ese terreno se lo han ido comiendo las plataformas de televisión, internet...; para mí es evidente, como cineasta y como espectador, que el cine hoy, ¡el ir al cine, a las salas!, más que nunca tiene que ser un lugar de paz y de tranquilidad, un lugar de reflexión. No creo que sea ya tanto una cuestión de entretenimiento puro y duro, ya que eso lo tenemos ahora por todas partes –en las redes, en las pantallas...–, sino que a las salas de cine les corresponde ser un espacio al que acudimos buscando una desconexión de todo lo que ha quedado fuera. Cuando yo hago una película como 'La virgen de agosto' (2019), me la planteo mucho desde ahí: una película que se toma su tiempo, que nos recuerda que podemos caminar despacio y volver a experimentar sensaciones...; para mí, eso es lo importante.
No quiero lamentarme recurriendo a la queja de que se ha perdido la magia del cine, de la que tanto hemos disfrutado muchísimos...; hoy el mundo ya no es tan inocente, y el cine no puede serlo tampoco. Debe ser un lugar casi de un descanso muy especial, en el que recordamos las cosas importantes. Una especie de lugar en el que casi se lleva a cabo una terapia. Yo pienso mis películas como un espacio privilegiado que me permite compartir con los demás cosas que amo, cosas que me gustan; las pienso como espacios en los que voy a tener un encuentro con un buen amigo.
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