La poesía necesaria de Sánchez Bautista
Literatura. Es urgente leer sus obras para retornar al paraíso que hemos perdido, para encontrar la esencia del ser humano, la unión del hombre con la naturaleza que con absoluto magisterio representa
ISABEL MARTÍNEZ LLORENTE
Martes, 12 de octubre 2021, 01:28
Escribo estas palabras hoy no sin cierto atisbo de pudor, pues sé que otros profesores y especialistas podrían haber interpretado con sobrado talento este papel ... que a mí se me pide. Hace ya muchos años, uno de esos profesores (para mí, un maestro) me condujo hasta uno de los sonetos que componen 'Del tiempo y la memoria' –«Otoño es el zorzal que aquí regresa»– y me pidió un comentario de texto. Sus indicaciones me dieron tantas alas que, meses más tarde, tras la temible oposición, me vi ejerciendo la docencia en un aula de secundaria. Ese maestro imprescindible es nada menos que Juan Cano Conesa. Más adelante el destino decidió que yo fuese a parar al instituto de Llano de Brujas, por aquel entonces aún sin nombre propio, hasta que en el curso 2008/2009 el Departamento de Lengua y Literatura lideró la propuesta para que el centro se acabase llamando IES Poeta Sánchez Bautista. Desde entonces y hasta ahora mi admiración por la obra y por la persona que hay tras la obra no han hecho más que crecer. ¿Por qué?
Mundo de sinsentidos
El símbolo que cifra y descifra el sentido de la actualidad bien puede ser ese pulgar aprobatorio, hacia arriba, el que teclea 'Me gusta' para salvarnos de ser arrojados a la exclusión o la incomprensión. Este icono define una sociedad movida por la inmediatez, por la urgencia de la recompensa fácil, por una aproximación superficial a los textos reducidos a lecturas de titular y a opiniones sesgadas que se toman como propias. Vivimos alejados del sentido profundo de la vida; en las estanterías abundan ediciones sucesivas de libros de autoayuda, de palabras que intentan devolvernos a la esencia del ser y al misterio del hombre en el mundo. Son necesarios esos discursos, pero es más urgente todavía volver a lo esencial, esto es, a la comunión del hombre con la naturaleza. Dice el filósofo Byung-Chul Han que vivimos en la «sociedad del cansancio», sometidos como estamos a la autoexplotación para poder formar parte del engranaje consumista. En nuestras calles, hoy, y también en nuestros campos, los muchachos no crecen en la parsimonia de la siesta calurosa bajo la sombra del frutal, escuchando el canto de la cigarra, mirando los infinitos arcoíris que dibujan los rayos de sol al colarse entre el ramaje; al contrario, asistimos al espectáculo grisáceo de autómatas que caminan conectados al mundo con auriculares, que divagan a la espera ansiosa de ese clic que los salve del anonimato. Van solos, pero tienen muchos amigos de los que no conocen apenas nada. Los datos arrojan cifras espeluznantes: en este mundo hiperconectado importa mucho que nos tapemos los oídos, que no estemos «atentos» al ruido cotidiano. Somos visionarios ciegos en un mundo repleto de sinsentidos, nosotros mismos nos ponemos las vendas en los ojos para que nos ciegue el brillo de unas pantallas que no dejan subrayar lo importante, anotar al margen como hicieron los primeros escribas. Cerramos cualquier resquicio para no oír el llanto de tantos seres humanos que siguen asolados por la eterna sequía, una sequía que es el antónimo del agua que necesitamos, del mar que se nos muere a pocos kilómetros de aquí, del hermano que perece en cualquier guerra, de las patrias con hambruna, de los muros fronterizos, de las banderas exclusivas y excluyentes.
En parte, de ahí viene el título de mi acercamiento a un poeta de esta tierra que es siempre, y ahora más que nunca, [una semana después de su fallecimiento], «necesario»: Francisco Sánchez Bautista (1925-2021), nuestro Paco. La idea del título se la debo a alguien de su misma generación y con quien, creo, comparte una visión del mundo; me refiero al filósofo Emilio Lledó, que en 2002 publicó el emblemático artículo 'Necesidad de la literatura'. Hoy hablamos de la «necesidad de la poesía de Sánchez Bautista», porque si para Lledó ser inconformista con las palabras deviene en acabar siendo inconformista con los hechos, nuestro poeta representa la pulcritud del lenguaje, el léxico preciso que nombra esa tierra de la que es parte y el paisaje que lo envuelve. La profusión de un vocabulario específico de la huerta recorre su obra, ya desde aquel 'Tierras de sol y angustia' (1957) donde aparecen los labriegos y el secano, y la brega, todo ese abanico semántico que es también reflejo del esfuerzo y del sometimiento. Así es la tierra de Fortuna:
Aquí el agua es sangre,
por mucha que corra
no corre bastante.
(...)
Parameras hoscas,
eriales, baldíos,
llanuras hidrópicas.
Y así la sequía, y así la miseria sempiterna del campesino:
Se abrían los campos
en profundas grietas
exhalando un vaho
de lavas sedientas.
En un altozano,
una noria vieja
lagrimeaba, a gotas
un agua de tuera y
salitre. Un mulo
viejo, daba vueltas
levantando, al paso,
una polvorienta
nube. Como fuego
caía la siesta
sobre los rastrojos
y sobre las eras.
El aire quemaba.
–Sequedad horrenda,
mano pavorosa
que abrasa cosechas–.
Trasudaban fuego
las cercanas sierras.
Cráteres abiertos
sus cúspides eran...
Y, en vano, los hombres
sondeaban la tierra:
sales amargosas...
¡miseria, miseria...!
Ese hilo conductor continuará en 'Voz y latido' (1959), acompañado de la revisión de los clásicos, un brote de poesía genuina que da un nuevo color a esa poética que se torna humilde y, por ello, excelsa. El poeta cede el verbo al labriego, a la desdicha del hombre cuyas tierras tan pronto mueren de sed como son acribilladas por el granizo. No hay paz para el agricultor, víctima de una guerra que, como todas, convierte en perdedores a todos los que la viven. Alega el filósofo Emilio Lledó que ser conformista es aceptar lo que hay; sin embargo, el poeta eleva su voz para cederle los dones al más débil, particularmente en un libro de 1960 que resulta clave en su trayectoria: 'Elegía del Sureste':
Pero me vuelvo a los caídos todos:
al niño de ciudad muerto en un alta
cuando soñaba en globos de colores
y no en Junkers con bombas incendiarias.
Y al pastor, y al labriego, y al mecánico,
y a los que levantaron con
ahínco,
piedrecita tras piedra, día a día,
la España por los siglos de los siglos.
Hortelanos anónimos de España,
¿para nutrir trincheras
solamente
nacisteis? ¡Ay, la patria se conquista
de sol a sol, y con trabajo alegre!
No abandona esta línea en 'A modo de glosa' (1963), donde recupera la revisión de clásicos como Boscán o Quevedo y sabe mirarse en otros coetáneos como Blas de Otero. Vemos, además, en esta etapa un Sánchez Bautista que ahonda en temas existenciales que dan fe de la autenticidad de su voz poética: el sentido de la vida, la trascendencia de la muerte o el papel del destino en los avatares del día a día recorren los versos. Sus siguientes entregas –'Razón de lo cotidiano' (1968) y 'La sed y el éxodo' (1975)– representan la libertad en estado puro: el uso de un lenguaje comprometido canta con amor la tristeza del humilde, la pobreza de sus tierras, de esas tierras nuestras regadas de polvorientos almarjales, de talameras, de cigarras, de zorzales, del polvo abrasador de los caminos, del viento cierzo, del hipo asfixiante...
Espinosa, el «último griego»
'Encuentros con Anteo' (1976) supone un regreso tranquilo a los clásicos, a su armonía y autenticidad. Merece recordarse que esta obra, en su primera edición, fue prologada por la palabra inigualable de, permítanme la licencia, el «último griego en la tierra»: Miguel Espinosa. Entre clásicos anda el juego, no cabe duda. Cuenta el mito que, allá donde está la tumba de Anteo, cierne una leyenda: si se destapase esta, no dejaría de llover. ¿Será esa esperanza de agua la que persigue el poeta? El paisaje y el hombre con sus inquietudes existenciales (el paso del tiempo, el espacio del recuerdo) dan forma a este poemario. Y, no en balde, el espacio que dibuja el pasado conformará el mapa de 'Del tiempo y la memoria' (1986). Vuelvo a Emilio Lledó, a su 'Elogio de la infelicidad', en una de cuyas páginas se puede leer: «Cada hombre es memoria. Sin el enlace físico o psíquico con lo que hemos sido, nuestras células y la estructura orgánica que las sostiene sería un eterno presente, un comenzar cada día en la más absoluta soledad y, por supuesto, en la más absoluta imposibilidad. Sin memoria, en el sentido más amplio e intenso de la palabra, no hay vida, no hay ser».
Sánchez Bautista es muy consciente de sí mismo y de su vida en esta obra, y retorna a ese espacio al que cada uno de nosotros nos sentimos atados con un vínculo férreo y a la vez invisible, resistente y delicado: el territorio de la infancia. El poeta intenta hallarse, hacer «como si el tiempo retornara», «volver a mi niñez y a mis hortales», y aunque en la figura de Teresa, su mujer, «triunfará del olvido tu hermosura/ por la magia del verso que te glosa», no podrá evitar el regreso a «la morosa lluvia que desgrana/ el temporal del Este bajo un cielo/ que me hace la tristeza inoportuna».
Tras 'Alto acompañamiento' (1988), donde nos lleva de nuevo a la herencia grecolatina y a la angustia existencial, el poeta sorprende a propios y extraños con 'La Pajarodia. Casi fábulas' (1997), obra divertidísima, en clave de sátira, con la que parodia a algunos «pájaros» o vilezas de su tiempo. En una ocasión yo misma llevé esas fábulas a las aulas, y alumnos de doce años escribieron, ilustraron y rieron con sus versos. Es, nuestro poeta, un autor que hemos de reivindicar en el mundo de la enseñanza.
'Elegía y treno' (2000), el 'Libro de las trovas' (2002) y 'Rondó caprichoso' (2017) suponen la culminación, el broche a una trayectoria ejecutada desde la honradez y la autenticidad. En su 'Trova del agua viva' canta así:
Cristal en la acequia,
cristal en la fuente.
El agua que pasa
no vuelve.
El ser del hombre llega a nosotros como palabra: somos en la medida que decimos. Lenguaje y pensamiento van unidos como una hoja de árbol cuyo haz y envés conforman el mismo cuerpo indisociable. Francisco Sánchez Bautista hace referencia a la realidad de su entorno con un universo lingüístico repleto de matices sensoriales que encierran una profunda carga de amor a lo que nombra: su tierra, la nuestra. Y dentro del amplio espectro de significación que atesora la poesía, el poeta crea una Arcadia vetada hoy en día a una inmensa mayoría. La sociedad en la que vivimos pasa de largo por la puerta del paraíso, ignorante de lo mucho que han significado y significan para el progreso humano la lectura profunda y el silencio contemplativo.
Un lenguaje único
Abandonamos el paisaje, lo herimos, maltratamos la naturaleza. Escribe Lledó que «lo que hacemos es manifestación de lo que somos; pero el hacer implica siempre un decir, una estructura íntima que organiza y proyecta en nuestras obras los «efectos» de nuestra reflexión y nuestras «decisiones». Francisco Sánchez Bautista es, al mismo tiempo, hijo y progenitor de un lenguaje único que conlleva una honda contemplación de su entorno huertano y de su tiempo de carencias, y al nombrarlo lo universaliza, convirtiéndose él mismo y al abrigo de los clásicos en un clásico de nuestra época, en un hombre irremplazable que reúne en sí todo eso por lo que debiéramos abogar hoy más que nunca: la buena literatura, la honestidad en el decir, la autenticidad sin trampa, ese espíritu humilde que se aleja de los focos mediáticos y del pulgar hacia arriba. «Soy un poeta solitario que ha ido siempre por libre y así continúo. Voy como un pájaro fuera de la bandada». Es necesario, tal vez urgente, que nos miremos en su figura y aprendamos de nuevo a escuchar los silencios en el canto de los pájaros, el eco del agua en su ausencia, el rugido del rayo de sol entre las ramas del olivo o los perfiles sinfónicos del discurrir de la acequia con el coro que conforma el griterío infantil. Es urgente y necesario leer sus obras para retornar al paraíso que hemos perdido en esta sociedad del siglo XXI, para encontrar la esencia del ser humano, esa unión del hombre con la naturaleza que con absoluto magisterio representa nuestro Paco.
Hace años declaró en una entrevista: «Creo que mis obras han sido como una crónica testimonial de un tiempo. No soy un poeta moderno ni antiguo, porque se puede hacer poesía sacando a la luz lo que sucede en la actualidad, pero teniendo como reflejo lo que pasó hace dos mil años...». En la pared frontal que recibe a quien visite el IES Poeta Sánchez Bautista, de Llano de Brujas, se lee este poema, regalo escrito con ocasión de la adopción de su nombre por parte del centro educativo:
Sobre esta tierra laboral, un día/ el naranjo creció, y el limonero./ Hoy es tierra de luz, manantial puro/ de profundo humanismo, donde bebe/ sedienta de saber la adolescencia./
Hoy se cultiva aquí la tolerancia/ por doctos profesores que transmiten/
el futuro a sus jóvenes alumnos,/ la dignidad del hombre como meta./
La luz de la memoria –luz del alma–/ queda injertada sobre sabia joven/ por aquellos docentes que conocen/ al niño aprovechable, al niño que ama/la Verdad como génesis eterna,/ que es madre de la ética, vasija/ del barro más preclaro, donde estuvo/ la consciencia del ser desde su origen./
Puede un niño arrancar y plantar un árbol,/ y hacerlo frutecer, dándole vida./ Mas ni un solo árbol de los que aquí hubo/ le hubiese dado educación a un niño./
Celebremos con júbilo esta parcela/ y su siembra de vida: la que llena/ estas aulas de gracia adolescente.
* Este texto es parte de la conferencia pronunciada en el Centro de Artesanía de Murcia el 24 de septiembre de 2021, en la Semana Internacional de las Letras (ExLibris). Sánchez Bautista falleció en Murcia unos días después, el 2 de octubre, a los 96 años, siendo recordado como la voz más original de la poesia regional.
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