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Una multitud arropa a la Fuensanta en una romería histórica
La Morenica ha sido recibida por un autogiro, como hace 87 años hiciera Juan de la Cierva, a su llegada a Algezares
La Virgen de la Fuensanta, cuando pasa por el Puente, le dice a la Peligrosa, si quieres venirte, vente. Pero allí se quedaba quieta, contemplando la corriente, que arrastraba sus anhelos de mezclarse con la gente. Hasta que este martes, cual milagro, al llegar la Morenica en su trono plateado, se encontró a su Comadre sobre la acera esperando. Y la Señora del Puente, con su Niño en el regazo, le espetó a la Fuensantica: «Nena, una cosa te digo: tan harta estoy de escucharte, que sí que me voy contigo».
La romería de la Patrona de Murcia no arranca con la misa solemne que, aún en penumbra las naves de la Catedral, se celebra cada año a las siete de la mañana. Tampoco cuando miles de murcianos quiebran la madrugada para inundar, en un improvisado hormiguero de gorras, bastones y calzado cómodo, el recorrido que separa Murcia del santuario. Ni siquiera cuando el chocolate con churros, despachado en los cien mil puestos del itinerario, da paso al quinto de Estrella, que siempre sabe a gloria, en los cien mil tambaliches que salpican la carretera de Algezares.
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No. La romería de la Fuensanta comienza en el preciso instante en que ese trono que se clava en los hombros de los Caballeros, el de la familia Vidal Coy, copia del que le regalaron los marqueses de Aledo, surge bajo el dintel de la puerta grande de la Catedral.
Belluga revienta de romeros, pero el silencio, cosa inaudita cuando se reúnen tres o más murcianos, lo inunda todo. Algunas nubes aún se resisten al empuje del sol. Crujen las bisagras de la puerta, las campanas voltean, los primeros rayos de sol rebotan en las ventanas del edificio Moneo.
Y en cuanto asoma la Morenica, según una norma inscrita en la genética del murciano, estalla la plaza en un estruendo de palmas y vítores, de lágrimas y suspiros que ensordecen el himno nacional cuyas notas, mal que bien, despabilan la amanecía. Comienza, ahora sí, la jornada. Cumplida la salida, también como es costumbre, los romeros comenzaron a andar delante del trono camino del Carmen.
Sin embargo, en esta ocasión se detuvieron sobre el Puente Viejo, donde aguardaba la Virgen de los Peligros, ya no en su hornacina histórica, sino a pie de calle, sobre un trono que miraba a la Gran Vía. «¡Nene, aligera el paso, que quiero ver el encuentro!», advertía una señora, entrada en carnes y en años, camino de La Glorieta.
Ni un solo incidente
Una hora antes, la Virgen de los Peligros partió desde El Carmen, a través del histórico jardín de Floridablanca, para aguardar a la Patrona. Centenares de personas acompañaron el trono de la imagen, que fue el de la Virgen de Gracia, en el recorrido.
Ya sobre el Puente, colocada primero sobre la acera derecha, según se enfila el Barrio desde Gran Vía, y más tarde en el lado izquierdo, pronto fue evidente que Murcia entera se congregaba para ser protagonista del encuentro.
También por vez primera, los alrededores del Puente se cuajaron de fieles, en incontables filas que se extendían hasta el Almudí por un lado, y el Palacio Episcopal por otro. Tal aluvión de murcianos complicó la llegada de la Fuensanta, aunque no se registró, como era de esperar en un pueblo tan nazareno, ni el más mínimo incidente.
Entonces se produjo uno de los acontecimientos más emotivos de la jornada cuando ambas imágenes, de nuevo sonando de fondo el himno nacional, se encontraron sobre el río. Nunca antes, al menos que se sepa, había sucedido algo similar. Y será muy difícil que vuelva a repetirse, al menos hasta dentro de cinco lustros, cuando se cumpla el 300º aniversario de la recolocación de la Virgen de los Peligros en su hornacina.
Esta fue la razón por la que se decidió este año sacar la imagen a las calles. Y la iniciativa recibió el aplauso de la multitud que, también como novedad en los centenares de romerías que ya atesora Murcia, frente a los vítores a la Fuensanta pudieron escuchar otros muchos a la Virgen de los Peligros. «Si ya nos cautiva la Patrona, ¡imagine este año con la Peligros!», advertía una romera llegada, como cada año desde hace cuatro décadas, desde Lorca.
La talla fue portada por 32 estantes, quienes vestían pantalón oscuro y camisa blanca. Junto a ellos también se encontraban algunos miembros de la Asociación del Santísimo Cristo de la Salud, más otras personalidades murcianas, como los presidentes del Cabildo de Cofradías y la Federación de Peñas, Ramón Sánchez-Parra y Juan Pablo Hernández, o el presidente de Honor de los Sardineros, Gregorio González, y el de la Archicofradía de la Sangre, Carlos Valcárcel, entre otros.
Los cabos de andas, Pablo Guzmán y Francisco Nortes -promotores de la idea- condujeron el paso hasta la puerta de la arciprestal del Carmen, donde las imágenes fueron objeto de sendas petaladas. Allí, frente a la sede de la archicofradía ‘colorá’ permaneció la Virgen de los Peligros, mientras la Patrona, unos metros más allá, volvía su trono para ‘despedirse’ de la ciudad hasta la próxima primavera.
A las tres, en casa
El encuentro con la Peligros provocó que, también casi por vez primera en muchos años, la hora de entrada al santuario se retrasara más de lo habitual. Así que este año el trono de la Patrona cruzó el dintel de su santuario ya cumplidas las tres de la tarde. Decenas de miles de romeros se agolpaban para recibirla. «Ha merecido la pena llegar más tarde», coincidían en señalar los estantes del paso.
El camino hasta el monte estuvo iluminado por un sol de espanto. Espléndido día para aligerar el paso hasta el santuario, además entre fuertes medidas de seguridad. En la mayoría de los principales cruces se encontraban controles policiales que impedían el paso del tráfico rodado a las inmediaciones del itinerario por donde discurría la romería. Entretanto, como cada año, los servicios de emergencia daban cuenta de los inevitables sofocos y algún exceso con el alcohol.
Los alrededores del santuario, conforme se acercaba el mediodía, rebosan de romeros, de aromas a sofritos para las paellas de conejo y caracoles, de botas de vino a las que nadie daba cuartel, de aperitivos improvisados bajo la sombra olorosa de los pinos o entre las ramas de los antiguos olivos, de neveras repletas de cerveza, tan socorrida contra el calor, que raro es el año en que no aprieta el sol cuando la Patrona enfila las legendarias siete cuestas, empinadas como demonios, hasta llegar frente al templo.
Si histórica fue la salida extraordinaria de los Peligros, no menos sorprendió a las decenas de miles de personas reunidas en el monte contemplar el vuelo de un autogiro, en homenaje al genial inventor del aparato, el murciano Juan de la Cierva. La Morenica fue recibida por un autogiro, como hace 87 años hiciera Juan de la Cierva, a su llegada a Algezares. Fue otro de los alicientes de una jornada que ya figura anotada en la historia de la Patrona y de la ciudad.
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