Philae y la escritura perdida
Un paseo por el tiempo ·
Las palabras también pueden ser ruinas, como sucede con las lenguas que ya no tienen hablantesEs la hora de los dioses muertos, del atardecer sobre el Nilo, de los gatos desperezándose sobre piedras rotas, cansadas ya de no tener dueño. ... Los turistas han tomado el último barco hacia Asuán, antes de que se haga de noche. El río se ha hecho grande y en este momento se vuelve íntimo. Los hombres lo han domesticado. Avanzo sobre mis pasos. En soledad, el pasado siempre nos habla más fuerte. Los capitanes de las últimas falucas me observan con intriga. Camino hacia el templo de Isis. Hace miles de años, los egipcios de espaldas desnudas encendían incienso para ganar sus favores: un linaje seguro, una madre que nunca les abandonase.
Las palabras también pueden ser ruinas. Sucede con las lenguas sin hablantes. Los jeroglíficos egipcios saludan al viajero en cada templo, en cada muro, en cada rayo de sol, pero durante siglos no fueron más que decoración. Pájaros que en su vuelo se petrificaron y olvidaron la acción de volar. A Egipto llegaron los persas, los griegos y los romanos. Sus dioses fueron sustituidos por otros más crueles, hasta que un solo Dios cerró sus templos. Fue Justiniano, el emperador bizantino, el que en el 537 decretó el final de todo culto que no honrase a Jesús o María. Ahí se murieron los dioses egipcios. Aquí, frente al templo de Isis, en la Puerta de Adriano, se extinguió la escritura jeroglífica. Philae es una isla que flota sobre el Nilo. Ahora, caminando bajo un sol que ya no hiere, busco el último jeroglífico escrito. Es un superviviente. El último de una estirpe que duró tres milenios. La misma distancia que si pensamos hoy en Troya. Así de longevos fueron los egipcios.
Cronología
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3300 a.C Primer testimonio de escritura jeroglífica egipcia.
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285-246 a.C Construcción del templo de Isis en Philae
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394 d.C. Inscripción de Mandulis.
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537 d. C. Justiniano decreta el final del culto pagano
Tres mil años de escritura concentrada en un muro, mandado grabar en la piedra para honrar al dios Mandulis, otra forma de ser Horus, un 24 de agosto del 394, bajo la dominación de Diocleciano. Un sacerdote fija en la sombra de un templo menor las últimas exequias a un dios nativo. No solo es un acto de fe, sino de resistencia. Me cuesta encontrar la inscripción de Esmet-Akom. Escucho los silbatos de los guardias, que anuncian el cierre del templo, la salida de la última faluca. En una ribera de la isla me detengo a leer el lenguaje de los pájaros y los cocodrilos. Siento en la piedra el incienso de siglos atrás. ¿Cuánto tiempo sin cantos desesperados, la música con la que sobreviven los dioses? Un templo olvidado es el fracaso de una civilización. Sus ruinas alimentan a los pueblos que construyen sus días sobre las huellas del pasado. Philae es pura melancolía. El templo de Isis se erigió en época romana, por eso se construyó para ser visitado por los hombres, y no para albergar a dioses con rostro de aves. Tiene un aire griego que lo sensibiliza, que habla un idioma similar al de las iglesias románicas de Castilla. Hombre frente a divinidad. El fuego de la plegaria. Philae, en alguna lengua secreta, quiere decir adiós, despedida, anochecer del mundo. El guardia toca su silbato por última vez. Me despido de Isis, de Adriano y de Mandulis, otra forma de ser Horus, antes de que la faluca se vaya sin mí y me convierta en otro olvido bañado por el Nilo.
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