Vuelta al cole: así se forja la pesadilla del bullying
Se inicia «tanteando» a la posible víctima, a la que convierten pronto en «la piñata de la clase»
La autoestima tiene una 'cara B': a veces, se edifica desde el miedo del otro. «Hay quien construye su autoestima demostrando poder, superioridad o control ... sobre los demás. Que cree que su valía depende de su capacidad para dominar o intimidar». El perfil, entre otros, del niño acosador. Lo retrata P. Duchement, ingeniero informático, profesor y perito judicial experto en delitos en redes sociales perpetrados por y contra menores en 'Te espero a la salida' (Vergara), un manual contra el bullying. En el libro, el autor decribe las llamadas «fases del acoso». Por ellas pasan casi uno de cada diez niños, tantas son las víctimas según las estadísticas. Duchement calcula que 'toca' a «un acosador por cada dos clases». Así someten a sus compañeros.
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Fase de tanteo. Buscando al más frágil de la clase
Ha llegado el primer día de clase. Y empieza lo que Duchement llama «el tanteo». «Entre los chavales habrá algunos con una buena autoestima y otros que dependen para construirla de sus logros ante los demás. Lamentablemente, habrá alguno que haya desarrollado una autoestima narcisista y tóxica basada en el dominio».
9,5% de los menores de 12 años
asegura haber sufrido acoso y un 9,2%, ciberacoso, según los datos del Estudio Estatal sobre la Convivencia Escolar en Centros de Educación Primaria del Ministerio de Educación.
En este último grupo se encuentra el potencial acosador. «Empezará a tantear a sus compañeros con microagresiones, ataques de baja intensidad como bromas y gestos para evaluar el efecto que provoca en sus posible 'objetivos'». En esa fase inicial habrá niños que vayan creando redes de apoyo y serán descartados por el acosador –«los percibirá como objetivos menos viables»–, que se fijará, por el contrario, en los compañeros «menos fuertes socialmente hablando».
Fase de concentración. Ya han 'marcado' al débil de la manada
El que acabará convirtiéndose en acosador ya ha identificado al niño o niña del grupo al que es más fácil dañar. «El individuo que ha mostrado tener la autoestima más frágil ante las pequeñas agresiones iniciales queda marcado como el miembro más débil de la manada. Y será este al que persigan los depredadores». Ya es una víctima. Y empieza a vivir como tal. «Es posible que sienta miedo o incluso terror ante la idea de asistir a clase. El estrés psicológico es tan grande que puede producir somatizaciones tales como cefaleas, dolor de tripa, náuseas».
Fase de generalización. La víctima es ya «el saco de boxeo»
Las microagresiones de la fase anterior ya son en esta «ataques». Esto lo define «el aumento de la intensidad y la intención: el acosador ya no lo hace para tantear, sino para dañar en toda regla». El agredido es percibido por sus compañeros «como el saco de boxeo, la piñata de la clase» y, además del hostigador, otros niños podrían agredirle ocasionalmente «para desahogarse». Se ha 'naturalizado' el maltrato, de modo que «es imposible recobrar ya la normalidad en el aula».
En esta fase, la víctima «ha alcanzado la indefensión aprendida, un estado mediante el cual desarrolla la creencia de que no puede hacer nada para evitarlo» y puede sufrir «episodios de estrés postraumático, de ansiedad o hasta depresión crónica de baja intensidad», alerta el experto.
Fase de degeneración. Secuelas y rechazo a su «caricatura»
La víctima no es ya una persona, sino «una caricatura». Así lo perciben sus compañeros y él mismo. «La víctima asume los defectos de su caricatura como reales y empieza a sentir rechazo hacia sí misma. Ha entrado en un estado en el que ataca su propia autoestima». Y en los escasos momentos en los que el niño acosado consiguiera cierta disyunción entre su persona y la caricatura, «los agresores volverían a actuar con contundencia para desmoronarle y devolver al sometido a su estado inicial, si no a uno peor».
Se trata del primer estadio –advierte el especialista– «en el que aparecen efectos permanentes y cambios en la personalidad de la víctima». Esta transformación puede adquirir diversas formas, «desde pensamiento negativo persistente a introversión extrema, miedo al rechazo, búsqueda constante de aprobación externa, dependencia emocional, desconfianza generalizada, hipervigilancia, aislamiento social, dificultad para crear y mantener relaciones, merma de autoestima, sentimientos de inutilidad, vergüenza o culpa, actitud hostil...».
Los peores momentos para la víctima
Los domingos por la tarde: «Tener que volver al colegio tras unos días de 'tranquilidad' te provoca unos nervios que pueden llegar a descomponerte el estómago. Cuando tu temor es muy grande, llegas a vomitar por la ansiedad. También son habituales los dolores de cabeza los domingos», se relata en 'Te espero a la salida'.
66.747 menores
han sido atendidos en 20 años por la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar. En su web advierten de las señales de alerta: «Cambios de comportamiento, temor a ir al colegio, dolores de tripa o de cabeza, insomnio y pesadillas, explosiones de ira y disminución del rendimiento escolar...».
El recreo: «Buscas excusas para evitarlo, así que te ofreces a ayudar a la profesora a recoger la clase o te metes en la biblioteca. Si te obligan a ir al patio, buscas un rincón que sirva de escondrijo. Estás dispuesto a portarte mal para que te castiguen sin recreo y así no tener que hacer frente a tus acosadores».
Ir al baño durante las horas de clase: «Los permisos para ir al baño son una ruleta rusa. Tu agresor puede pedirlos cuando estés dentro para pillarte allí, donde no hay adultos vigilando. Si reunes el valor para ir al baño solo, los segundos se vuelven tensos. Así que a veces te aguantas las ganas hasta llegar a casa... seis horas».
El timbre de la salida: «Si has tenido suerte y los agresores no te han pillado en todo el día, ahí te echan el guante, sí o sí. Y, probablemente, con ganas acumuladas».
Las excursiones del colegio: «Dejas de ir a las excursiones. Son nuevos escenarios no conocidos y, por tanto, más peligrosos en los que ser acosado. No ves el incentivo en descubrir otros lugares con compañeros que solo maquinan cómo hacerte sufrir».
El autobús: «En el autobús del colegio, el asiento junto al tuyo parece el juego de las sillas, pero al revés, nadie se quiere sentar contigo. Ningún compañero quiere quedarse el último y que la profesora le obligue a sentarse ahí. El niño al que le toca comienza a veces una humillante protesta en voz alta en la que argumenta por qué no quiere ir contigo. El resto se ríe cuando finalmente se tiene que sentar a tu lado, como si fuera una especie de castigo gracioso el mero hecho de estar tan cerca de ti».
Dos conceptos
Paranoia del perseguido: «Sensación de persecución constante que sufre la víctima. Lleva a provocar la somatización de síntomas físicos (dolor de cabeza o alteraciones del aparato digestivo). Espera ataques en todo momento, incluso de personas ajenas a los agresores», explica P. Duchement.
Subidón del gladiador: «Placer que siente el agresor al recibir la aceptación de su público cuando somete a su víctima. Esa sensación genera conductas parecidas a ciertas dependencias, tales como la necesidad de aumentar la 'adquisición' (agresión), de reducir los tiempos de espera entre 'dosis' (ataques) e incluso cierto síndrome de abstinencia tras esperas prolongadas».
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