Esta es mi primera columna del verano y los inicios son importantes. Decía García Márquez que el primer párrafo de una novela es crucial. Explicaba ... que le daba el tono, la pauta, el ritmo e, incluso, la longitud de la obra, y añadía que por eso pensaba en ellos hasta el hartazgo. Quién no ha leído aquello de 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo...'. Me lo sé, no lo he gogleado. Me gustó mucho en su día, tanto que no solo me dieron ganas de que no se acabara aquella, sino de leer otras muchas. Parece mentira, pero ya han pasado siete años de la muerte de Gabo (esto sí lo he gogleado) y no puedo recordar sino con pena que alguien con su mente privilegiada sufriera demencia senil en el otoño de su vida. Algo así como si Messi perdiera una pierna. Carmen Balcells, su oronda editora en España, lo comparó una vez con Vargas Llosa y dijo una cosa que no he olvidado: «Los dos son grandes, pero cada uno a su manera: uno es un obrero, el otro es un genio».
A Gabo le gustaban las flores amarillas, y una vez le oí que tenía la manía de tener un equipo de alta fidelidad en cada una de sus casas para poder escuchar su música al llegar a ellas. Era un escritor en sentido pleno, con todas sus manías, hasta esa tan tonta de morirse. Lo malo de morirse es que es para siempre, decía él entre jocoso y riente. Algo se equivocó, porque algo nos queda: lo que escribió. Léanlo este verano, ya sea bajo la soledad de la sombrilla en una playa rubia de sol, o en la soledad más penumbrosa de su dormitorio, o, quién sabe, en la del mismo espacio, ahora que está de moda el turismo 'firmamental', que es como ir al más allá pero mucho más caro. Lean 'Cien años de soledad' o 'El amor en los tiempos del cólera' o 'El otoño del patriarca'. Hasta orbitando merece la pena.
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