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Ilustración: Mar Saura
Borracha en alta mar

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Vacaciones infernales ·

O de cómo sobrevivir a la felicidad al cuadrado en un barco gracias a una carta de cócteles

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Domingo, 28 de julio 2019, 10:03

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Ay, qué mareo, qué mareo tengo! Acabo de bajarme del barco y me tiemblan las piernas. No sé si será por el síndrome del desembarco o por la sobredosis que llevo encima. De cócteles. De comida. De dorado. De cartón piedra. De brillos. De reguetón. Ocho días metida en un decorado de un programa de Tele 5 de los 90. Yo, que tengo una casa minimalista que parece un convento cartujo. En fin, de algo hay que morirse. Aunque sea de «horror vacui».

Los chicos nos regalaron un crucero por el Mediterráneo para celebrar nuestras bodas de plata. Veinticinco años como veinticinco soles hemos hecho mi Paco y yo, y todavía no sé ni cómo. Porque a mi Paco hay que aguantarlo, también te lo digo. Que cada vez está más viejo y más coñazo, y el panorama de meterme en un barco con él durante una semana me resultaba aterrador. Pero en cuanto vi que había consumo ilimitado de bebidas, se me pasó todo: he catado la carta de cócteles entera. Ni Sue Ellen, oigan. Una mimosa en el desayuno, un par de daiquiris de fresa de aperitivo, un Tom Collins a media tarde, un Mai Tai antes de la cena y gin tonics varios después. A ver si el mareo va a ser por eso. Pero es que yo no soporto sobria ni a Paco ni al crucero, que esto es el tercer círculo del infierno: por los mañanas, durante el desayuno, ya está la música a toda pastilla. Que yo soy de levantarme con Alsina, y no con Maluma. Y que no soy persona hasta el tercer café, y desde bien temprano están ya con las actividades: que si el aqua gym, que si la clase de zumba, que si el aeróbic. Y chunda, chunda, y venga, vamos, y arriba esas piernas. Total, que me hago las excursiones por no escuchar a la animadora sociocultural, la misma que luego te sirve el vino en la cena y que, después, sale haciendo de vedette en el espectáculo de la noche.

Porque esa es otra: los espectáculos. Qué idem. Y qué ida de olla. Solo falta Fernando Esteso persiguiendo a Jenny Llada por la cubierta de popa. Que no he sido yo nunca feminista radicala, pero de ésta me hago del Femen aunque tenga que operarme las tetas, que las tengo como dos calcetines rellenos de arena. Si llega a venir mi hija la pequeña, le prende fuego al barco. Ella, que está siempre con la opresión del hombre blanco cisgénero heterosexual en la boca, hubiera organizado un motín que ni el de la Bounty. Porque esto hay que verlo: concurso de Miss Costa Bonita. Catorce zagalas paseándose por la pasarela en bikini. Y el presentador, con un smoking que no ha visto la tintorería desde los últimos días de Pompeya, diciendo «guapa» y «preciosa» en siete idiomas. Y venga a darles besos. Y a sobarlas. Y a babear. Como mi Paco. También es verdad que es lo primero en condiciones que ve: se metió ayer en el jacuzzi pensando en que se iba a bañar con cuatro pibones alrededor, como Jesús Gil, y se le metieron tres señoras de Cuenca con flebitis en las piernas. Ha salido con olor a Thrombocid, el pobre.

Y es que esto es un no parar; es una Nochevieja perpetua en la que tienes que disfrutar por decreto ley. Todos los días, el casino y la discoteca a pleno rendimiento hasta las tres de la mañana; el lunes, noche italiana; el martes, espectáculo de magia; el miércoles, un humorista con menos gracia que un herpes genital y, el jueves, concurso. «La voz mediterránea», se llamaba. Igualico que el de la tele, que hasta habían fusilado el logo. Hay que joderse. No tengo yo bastante con quitarlo en mi casa, que cada vez que veo a Antonio Orozco me da una alferecía, como para tener que verlo aquí. Pero como de perdidos al río, he cambiado mi Mai Tai preceptivo por un Tornado Atómico (vodka, tequila, ginebra y dos gotas de granadina), me he liado la manta a la cabeza y el micro al antebrazo y he salido a cantar por la Jurado. «Como una ola», por supuesto, que estamos en alta mar. Y con versión libre: cuando he dicho «grabé mi nombre en tu tranca», mi Paco se ha largado, las tres señoras de Cuenca se han empezado a descojonar y un tipo de Albacete me ha gritado «tía buena» a pleno pulmón. Pues mira sí, que yo no habré participado en Miss Costa Bonita, pero tengo una planta y un señorío que le doy sopas con hondas a todas esas. Tanto es así que el capitán me ha invitado a sentarme en su mesa la noche de la cena de gala. Las de Cuenca, rabiando. Se han puesto los vestidos de madrina de boda por lo civil para nada. Y yo, venga a hablar con el capitán en españolo. Y mi Paco, con cara de estar meando sangre. Y venga a rellenarme la copa de vino siciliano. Y, de remate, un par de chupitos de grappa y tres gin tonics. Así me levanté yo, que teníamos excursión por la Palermo misteriosa y decidí que el único misterio que iba a descubrir era cuánto tiempo podía estar roncando en el camarote sin que viniera un camarero filipino a despertarme. Total, que mi Paco se ha ido solo a Palermo. Y a Florencia. Y a Roma. Bastante he tenido con no caerme por la borda y llegar sana y salva a Barcelona. Y borracha.

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